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Existe una grave carencia en los estudios secundarios y universitarios. Es absolutamente imprescindible que los adolescentes lleven a cabo la lectura de las fuentes y tengan información sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Ni hablar de los adultos. Me refiero por supuesto a una lectura histórica y no a la repetición de los mitos contenidos en la misma. Una lectura crítica que tome en cuenta la labor que eruditos realizan hace largo tiempo en este terreno. Arquéologos, historiadores, mitólogos, entre otros, son los autores de los hallazgos que revolucionaron la lectura de los textos sacros de nuestra civilización monoteísta. Esta labor es desconocida por el gran público, custodiado por quienes ocultan la verdadera maravilla que encierran una vez superadas las trampas de la credulidad infantilizada.

Adentrarse en el mundo de quienes escribieron los textos bíblicos, desplazar fechas de escritura y reescritura, ubicarlos en las estrategias enunciativas de los momentos históricos en que se produjeron y se dieron a conocer, reinterpretar los mismos a través de una lectura política de los mismos, abrirlos al campo polémico del que son objeto, es una de las tareas más urgentes e interesantes de los tiempos actuales.

El sueño de la razón dormida proviene de una pereza insistente y empecinada. Los que hemos estudiado la historia de la filosofía también padecimos la fábula del milagro griego que separó las tinieblas del mito y dio nacimiento a la luminosa razón. Hubo que esperar que las universidades dieran lugar a los trabajos de la antropología de la Grecia Arcaica, de los arquéologos, de los analistas de textos, la historia económica del mundo antiguo, para que pudiéramos entender que la maravilla llamada Filosofía no nació por la gracia de hombres que miraban al cielo y se preguntaban por el misterio del Ser, sino por los accidentes de la historia de nuevos grupos sociales, reformas demográficas, viajes extraños, migrantes inesperados, la construcción de la Polis, como entidad cultural e integrada de la experiencia democrática, las artes de la palabra y una inquietud generalizada sobre el gobierno de hombres libres en una sociedad servil.

No hay como las maravillas de la contingencia para apreciar los milagros culturales que se han depositado en nuestra memoria. Los rollos del Mar Muerto han enriquecido nuestra percepción del nacimiento del cristianismo. En lugar del mito mesopotámico de un dios nacido de una Virgen, los descubrimientos en las cuevas de los papiros milenarios nos habla de la secta de los esenios, de sus rituales baptismales, de su liturgia, de su vida comunitaria, del lugar que podia ocupar en él un devoto como Jesús, además de las disputas entre sectas judías, zelotas, fariseos, saduceos, y el rol de la ocupación romana. La religión emerge de una explosiva intensidad popular, en la que las energías espirituales y la codicia mundana se imbrican y producen acontecimientos inesperados para sus actores.

Los trabajos de historiadores como Peter Brown nos ilustran de la penetración del imperio romano por los discípulos de Cristo, el rol de las damas de la oligarquía imperial, la doctrina de los corazones transparentes y las nuevas formas de filantropía que organizan la caridad frente a la antigua “evergesía” de los notables romanos que ofrecían a la plebe con sus periódicas dádivas el pan y el circo de sus fiestas populares.

Gracias a los historiadores podemos imaginar la vida de los místicos y anacoretas de los desiertos de Turquía y Siria, que esperaban las lluvias de fuego que preanunciaban el inminente Juicio Final.

Pensar que la historia efectiva de la humanidad torna a los hombres en seres escépticos, descreídos y amorales, es rendirse a la verdad que diagraman los poderosos que desde la magistratura de sus poderes urden lo que más le conviene a sus ambiciones. Debemos pasar de una memoria de legitimación de los custodios de las verdades eclesíasticas, a una historia en la que todos tenemos la libertad de pensar el universo religioso.

Esta tentativa está lejos de los comefrailes que se santiguan al revés cada vez que pasa un sacerdote, de los que identifican religión con superstición en aras de un agnosticismo positivista que sólo cree lo que ve aunque no vea casi nada, y de un ateísmo despreciativo de lo que define como primitivismo.

La historia de los nombres que la humanidad en boca y mano de voceros anónimos muchos e ilustres algunos, le dio al misterio de nuestra existencia, es carnal, múltiple, caótica. En la actualidad en que la religión nuevamente se usa para reforzar fanatismos, es una tarea crítica insolayable que la educación se destine a los educadores, quienes deben ser los primeros en instruirse en los verdaderos misterios de la religión, aquellos en los que el hambre de la fe junta alma con estómago. 


Marzo 2006. Trabajo incluído en el libro: El libro de los libros. Miradas contemporáneas.