Las ilustraciones de este número corresponden a obras de Hermann Struck y Claudio Barragan
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Segunda breve historia de la filosofía 44
Los hebreos de la nación portuguesa
Hebrews of the Portuguese Nation es un libro de Miriam Bodian que sintetiza bien los avatares de la comunidad a la que perteneció Baruch, o Benedictus, o Bento de Espinoza. Era un judío sefaradí, miembro de un pueblo que pobló junto a la invasión musulmana la península iberica durante setecientos años. Los judíos participaron de las glorias de la cultura del al Andalús.
A partir del siglo XIV la violencia antijudía explota en España. La convivencia entre pueblos de los primeros siglos que dió lugar a una de las civilizaciones más ricas en realizaciones constituyéndose en un verdadero Renacimiento en las artes y en las ciencias, es poco a poco diezmado por el fanatismo y la persecusión. Los judíos son obligados a convertirse y son llamados cristianos nuevos, conversos, confesos, o marranos, palabra empleada por los árabes para designar a los puercos.
Esta conversión bajo amenaza de muerte da lugar a identidades ambiguas. Los judíos disimulan su judaísmo. Se hacen los cristianos. Otros se convierten sin deseo de retornar a su antigua fe, pero la vigilancia a la que son sometidos, las denuncias y sospechas a su alrededor, y también las medidas que los devuelven a su comunidad de origen a su pesar y los castigos que advienen, les impiden cristianizarse por completo.
Rezan y se confiesan según las reglas cristianas, y en silencio mantienen una voz interior en la que dedican sus oraciones a Moisés.
En 1481 se establece la inquisición en Castilla. Los judíos son expulsados de España unos meses antes del descubrimiento de América. Muchos de ellos van a Portugal. Luego serán expulsados de Portugal. A veces, estas medidas de destierro son negociadas. Les permite a los judíos permanecer en sus hogares un tiempo más, para nuevamente ser echados luego de ser otra vez quemados o torturados.
Pocos años después serán expulsados los moriscos, musulmanes conversos.
La diáspora judío-portuguesa se instala en Hamburgo, Rouen, Salónica, Pisa, Livorno, Tunez, Jerusalem, Curaçao, Recife, Surinam, Constantinopla y Amsterdam.
A los hebreos que llegaban a Holanda los llamaban “la nación portuguesa”. La palabra “nación” era un vocablo de la antigüedad romana para designar a una comunidad extranjera.
Henrique Garcés, abuelo de Spinoza, había estado en Amsterdam en 1598, pero no se estableció antes de 1605. En el 1615 había ciento sesenta y cuatro familias portuguesas, unas quinientas cincuenta personas, para una población de cien mil habitantes. En el 1670, dos mil quinientos judíos sefaradíes vivían junto a una población de doscientos mil.
Amsterdam es un mercado en el que se reunen dacios, walloons, franceses, españoles, moscovitas, persas, turcos, hindúes. Con la persercusión de los hugonotes, la ciudad recibe a disidentes religiosos y sabios fugitivos.
Los judíos aportan no sólo su capital sino sus relaciones comerciales que los vinculan con países del África del Norte como Tunez, Marruecos y Argelia, y con Porto Madeira, y las Azores. Se especializaban en el comercio de azúcar, tabaco, especias, diamantes. El intercambio se extiende luego de la paz de 1648 entre España y Holanda, a los puertos de América del Sur.
Los judíos portugueses no sabían hebreo e ignoraban casi todo de su antigua liturgia. Fundaron tres sinagogas en las que rezaban en portugués. La cultura de la que aún se sentían orgullosos era la española. También hablaban castellano. La tradición de al Andalús era un legado precioso. Mantenían lo que consideraban valores aristocráticos y una herencia literaria basadas en textos de Góngora, Calderón y Quevedo.
Los judíos sefaradíes irrumpieron en la recatada y puritana cultura flamenca con sus perfumes, sus brocatos, sus peinados, su música, bailes, y su impronta sensual. Sus festejos religiosos y sus recuerdos profanos daban lugar a manifestaciones inquietantes para los habitantes locales.
Gradualmente, la inmigración proviene de otros lugares de Europa, de ahí vienen los judíos ashkenazim, originarios de Polonia y Alemania. Tenían el oficio de boticarios, maestros, rabinos, cortadores de diamantes.
Las dos comunidades matienen su separación y se prohiben casarse entre ellos. Con la inmigración llegan a Amsterdam, figuras rabinicas prominentes como Isaac Uriel de la ciudad de Fez, Saúl Levi Mortera, de Venecia. Pero también llegarán extraños personajes con una concepción hererodoxa cuando no herética del judaísmo, como la del suicidado Uriel da Costa.
Segunda breve historia de la filosofía 45
La infancia de Baruch no tiene importancia. No queda otro remedio que no darle importancia, ya que no hay documentos para hacerla relevante. Ni Steven Nadler ni Margareth Gullan-Whur, que han consultado con abundancia la información disponible en archivos, legajos municipales y testimonios de la época, nos instruyen al respecto.
Imaginamos que su padre Miguel vivía en medio de cierta inestabilidad por su repetida viudez. Primero muere Raquel, luego la madre de Baruch, Hannah, en el 1641 se casa con Esther.
Spinoza nace el 24 de noviembre de 1632. Sus hermanos son Isaac, que muere en el 49, Miriam, fallece dos años después, y su hermano menor Gabriel, que luego de romper la sociedad con Baruch a la muerte del padre, se instala en las Antillas. . Su padre se dedica al comercio. Es un hombre de clase media y la consideración social que merece le da un lugar respetable en la naciente comunidad judía de Amsterdam. Es miembro del consejo laico que dirige el destino de su pequeña congregación y representa sus intereses ante las autoridades holandesas.
La pequeña comunidad judía de Amsterdam se constituye de acuerdo a las normas ya establecidas por los judíos de Venecia. Los “ parnassim” son los notables elegidos por asamblea que imponen su autoridad sobre las autoridades rabínicas, o “hahamim”, hombres sabios. Este consejo a su vez designa un órgano ejecutivo, el “mahamad”, compuesto por seis parnassim y un tesorero.
En los tiempos del nacimiento de Spinoza no hay más de mil judíos en una ciudad de ciento quince mil habitantes. Sin embargo, controlan un siete por ciento del comercio total holandés.
De todos modos, aclara Nadler, la riqueza de los judíos no es comparable a la de los grandes mercaderes locales. Se especializaban en ciertos mercados como el del comercio del azúcar con Brasil. La mitad de ese intercambio era de su propiedad.
La importancia de la población judía en el norte de Brasil, en ciudades como Recife, hasta Bahía y Manaos, no sólo se refleja en su comercio sino en su población estable de unos mil quinientos “flamengos” semitas durante el gobierno de Johan Maurits ( 1637-44 ), en donde la religión de la tolerancia coexistía con la trata de esclavos luego de la conquista de Angola.
Según detallan Jonathan Israel y Stuart. B. Schwartz en The expansion of tolerance ( Religion in Dutch Brazil, 1624-1654 ), en las plantaciones de azúcar trabajan unos veinte mil esclavos negros.
La raiz del apellido “Spinoza” proviene para Nadler de un gentilico que significa “aquel que viene del monte de espinos”. El pequeño futuro filósofo debía llevar la vida de otros pequeños de la comunidad. Se educaba en las “yeshivot”, las escuelas judías en donde aprendían hebreo, leían la Torah, el antiguo testamento, el Talmud, la Mishná, la Guemarah, etc.
Rabinos como Menaseh ben Israel y Saúl Levi Mortera, dirigían la enseñanza. Vimos que estos judíos sefaradíes provenían de una cultura que les hizo olvidar su origen sin por eso dejar de castigarlos y perseguirlos por lo que eran. Los cristianizaban y luego los judeizaban sin solución de continuidad. Los nuevos cristianos o conversos no dejaban de ser odiados, a veces más que los judíos manifiestos.
Hay quienes sostienen que la Inquisición era una institución que protegía a los judíos de las masacres salvajes de la población, poniéndoles un freno, y reglamentando la discriminación controlando las denuncias y los juicios.
Por supuesto que esta vía legal de las torturas y los suplicios, hace decir a ciertos espíritus abominables que la Inquisición ha sido difamada cuando en realidad era una institución de benevolencia.
Baruch estudiaba mañaña y tarde y no se destacaba especialmente entre sus colegas. Mientras las escuelas se ocupaban del rigor doctrinario, el ambiente intelectual en el que se vivía era de una intensa discusión. Son momentos en que la religiosidad ya no se divide en líneas de fuerza claras con control instittucional verticalizado, sino en un proceso de transformación en el que proliferan sectas, se multiplican los “cristianos sin iglesia” ( definición clásica de Leszek Kolakowski ), hay un sincretismo por el que fusionan elementos provenientes de horizontes dogmáticos diversos, y se ponen en tela de juicio verdades consideradas intocables.
La llegada de los judíos ashkenazim de Europa Central, introduce no sólo nuevas costumbres en la comunidad judía holandesa, sino una liturgia y una lectura diferenciada de la establecida por los primeros rabinos.
Spinoza es parte de este mundo en el que hay quienes dicen que el Pentateuco no es la palabra de Moisés recibida por el Señor, sino un invento humano adaptado a las necesidades organizativas del pueblo judío durante el Éxodo.
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“ Los señores del Mahamad nos hacen saber que teniendo conocimiento desde hace un tiempo de las malas opiniones y de la conducta de Baruch de Spinoza, se han esforzado por diferentes medios y tras repetidas promesas, de corregir este mal camino. Sin poder remediarlo, y , por el contrario, tras recibir cada día más informaciones sobre las horribles herejías que lleva a cabo y enseña, sobre los actos monstruosos que comete, presenciados por testigos dignos de fe que expusieron lo sabido en presencia del mismo Spinoza, quien fue reconocido culpable; todo esto fue examinado en presencia de los Señores rabinos, los Señores del Mahamad, han decidido que el susodicho Spinoza será excluído y separado de la nación de Israel, luego del herem que pronunciamos ahora en estos términos:
Con la ayuda del juicio de los santos y de los ángeles, excluímos, echamos, maldecimos y execramos a Baruch de Spinoza con el consentimiento de toda la santa comunidad en presencia de los santos libros y con los seiscientos trece mandamientos que encierran. Formulamos este herem del mismo modo en que Josué lo hizo en Jericó. Lo maldecimos como Elías maldijo a los niños y con todas las maldiciones que encontramos en la Ley. Que sea maldito en el día, que sea maldito en la noche; que sea maldito durante el sueño y en la vigilia. Que sea maldito cuando ingresa y que sea maldito cuando sale. Quiera el Eterno que jamás sea perdonado. Quiera el Eterno arrojar sobre este hombre toda Su cólera y vertir todos los males mencionados en el libro de la Ley; que su nombre sea borrado de este mundo y para siempre, y que le plazca a Dios separarlo de todas las tribus de Israel, aflijiéndolo con todas las maldiciones que contiene la Ley. Y a todos los que mantienen sus lazos con el Eterno, vuestro Dios, que Él, os conserve en vida”.
El documento termina con la siguiente advertencia: “ Tened en cuenta que no debéis tener con Spinoza ninguna relación ni escrita. Que no le sea ofrecido servicio alguno y que nadie se le acerque a menos de cuatro codos. Que nadie permanezca bajo el mismo techo que él, y que nadie lea ninguno de sus escritos”.
El anatema y al excomulgación era una práctica habitual de la comunidad judía. Nadler dice que entre 1622 y 1683, treinta y nueve hombres y una mujer fueron excomulgados, entre un día y once años. Estas medidas eran por lo general temporarias, en el caso de Spinoza fue para siempre.
Cuando Uriel da Costa, una vez llegado a Amsterdam, difundió sus críticas a la práctica religiosa y a las enseñanzas de la sinagoga, fue excomulgado. La presión sufrida lo desesperó y se sometió al ritual del arrepentimiento. Fue flagelado públicamente, y luego, recostado en el umbral de la puerta de acceso del templo, cada uno de los fieles “le pasaba por encima” sin tocarlo.
Luego, Uriel volvió sobre sus tesis, insistió en que la biblia no fue escrita por Moisés, sobre el carácter supersticioso de las religiones organizadas, y entre arrepentimientos, sentimientos de culpabilidad, y el aislamiento, se mata.
Spinoza vivirá fuera de la órbita de su pueblo de origen. Una vez muerto su padre, quien le deja deudas gravosas que provocaron malestar entre sus pares religiosos, y una vez disuelto el vínculo comercial con su hermano Gabriel, Baruch deja el comercio, y a través de las conexiones que tiene con los cartesianos de la Bolsa de Comercio de Amsterdam, y del conocimiento que tiene gracias a la labor de Franciscus van den Enden, librero, editor, dramaturgo, republicano, de aquellos librepensadores que se reunían bajo su influjo, se convierte en miembro de una nueva microsociedad. Sus miembros toman distancia respecto de los credos y sin abjurar de la religión, creen en una fe basada en el amor al prójimo a partir del amor a Dios. Eran cristianos disidentes, había cuáqueros, menonitas, y los que simplemente, eran llamados “cartesianos”. Entre éstos, se contaba gente dedicada al comercio, no eran lo que hoy llamamos intelectuales profesionales, sino ilustrados ávidos de una nueva concepción del mundo, y estudiosos de las innovaciones que les llegaban de las ciencias y de las matemáticas.
Spinoza dejará Amsterdam, será inquilino en casas de distintas ciudades como Rijnsburg y Woorburg, mantendrá una vida discreta, anónima, no publicará casi nada con su nombre, y con un pequeño círculo de amistades, una cofradía semiclandestina, tendrá vínculos epistolares, mientras se ganará la vida puliendo lentes, además de ayudas financieras de amigos cuando su oficio no le permite subsistir.
Una enfermedad pulmonar debida al polvillo de vidrio, termina con su vida a sus cuarenta y cinco años.
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Un profesor particular de inglés me inició en la adolescencia en las lecturas filosóficas. Venía hasta tres veces por semana a mi casa desde mis once años, y me abrió el mundo de la cultura, es decir de los libros. Un refugio, una muralla, un espacio nuevo.
Existió desde es momento un universo de palabras a mi disposición. Tartamudo de muy chico, no podía con las palabras, se revolvían en mi boca y no salían. El resto de la humanidad, todas las personas con las que me encontraba diariamente, usaban las palabras agraciados por un don. No dejaba de ser una facultad sobrenatural. Crear y modular en la boca sonidos que fluían con continuidad, era el fruto de un poder no sólo desconocido sino inalcanzable. Hablar era poder.
Gracias a los libros, pude apropiarme de las palabras a pesar de mi forzado silencio. Se podía hacer algo más con ellas que hablar: leer. La sensación de verlas ingresar en mi mente a partir de los libros, escucharlas, imaginarlas en alguien que las había pensado y escrito con anterioridad, repetirlas en silencio, ocupar mi vista en ellas y no sólo sentirlas penetrar en mi oído sin poder responderlas, le dío a mis días una nueva existencia.
Además, me daba cuenta de la importancia de las palabras originadas en los libros. De familia judía, puede que no fuere sólo una casualidad la creencia en que las palabras escritas tienen cierta fuerza de ley. Había un respeto hacia el adolescente que lee. Aproveché la circunstancia para iniciar un camino de dignificación. Hay una humillación en el tartamudo, es una persona dejada de lado, situación reforzada por un sistema educativo germanizado que exigía un ritual metódico de obediencias con sus correspondientes amenazas y castigos.
Los libros y la lectura detenían la voz y la mirada severa de la autoridad, tranquilizados que estaban al creerse reemplazados por el ojo de la letra. Se concebía que la cultura literaria prolongaba un sistema de disciplina.
Es así que en mi adolescencia comencé con la lectura de los diálogos de Platón, textos maravillosos y sorprendentes en los que los personajes discutían. Se confrontaban argumentos con una precisión, velocidad, astucia e incorformismo, que le cambió el tono a mi instrumento cerebral. Mi intelecto comenzó a adquirir otro vigor, se sintió más rico y más armado.
Armas, eso también podían ser las palabras, medios de combate.
Fue en ese momento que mi profesor de inglés me sugirió leer a Spinoza. Vino un librero conocido suyo a mi casa y compré la Ética, en la traducción de Manuel Machado para la serie “Clásicos Inolvidables” de la editorial Ateneo. Aún conservo el libro marcado.
El subrayado es un trabajo del estudioso. Todo lector que estudia subraya. Discrimina lo que le es esencial de aquello que no es necesario retener. Se separa la paja del trigo. Una vez que la espiga está aislada, el proceso de tamizado sigue hasta que se logra el producto final. Hoy este fruto es lograr componer un pensamiento para escribir un texto o dar una clase o conferencia. En aquella época, el fruto era seguir hasta la página siguiente y entender las palabras.
Por un castellano limitado debido al ambiente familiar en el que se hablaba húngaro – mi lengua materna – los textos filosóficos, y más aún los literarios se escribían con un léxico que me era desconocido. Por eso leía con un diccionario en el que buscaba el significado de las palabras señalados con un punto en el margen.
Por suerte la lengua de Spinoza era clara y distinta como la de su maestro Descartes, geométrica, dividida en definiciones, axiomas, proposiciones, teoremas, demostraciones, corolarios y escolios.
Subrayaba con regla y subrayaba casi todos los renglones. Creo que no entendía casi nada de lo que escribía Spinoza, pero imagino que algo debía suceder entre el texto y yo. No lo comentaba con nadie y mi profesor de inglés no seguía el curso de mis lecturas solitarias.
“ Entiendo por causa de sí aquello cuya esencia envuelve la existencia, dicho de otro modo, aquello cuya naturaleza no puede concebirse sino como existente”.
Luego sigue con las definiciones de “finito”, “sustancia”, “atributo”, “ modo”, hasta llegar a la definición de Dios:
“ Entiendo por Dios un ser absolutamente infinito, es decir una sustancia constituída por una infinidad de atributos de los que cada uno expresa una esencia eterna e infinita”.
El texto se construye “ in more geométrico”, se pasa de una definición a la otra, y las demostraciones remiten a proposiciones ya probadas. La primera parte – de los cinco que la componen - tiene treinta y seis propociones y termina por un Apéndice, en éste entre otras cosas, señala:
“ ¿ De dónde vienen tantas imperfecciones en la Naturaleza?, es decir, , de dónde viene que las cosas se corrompan hasta la fetidez, que sean repugnantes hasta producir náuseas, de dónde proviene la confusión, el mal, el pecado, etc. Acabo de decir que es fácil responder a esto. Porque la perfección de las cosas debe estimarse solamente por su naturaleza y por su poder, y no son más perfectas porque agraden y ofendan los sentidos del hombre, convengan o repugnen a la naturaleza humana.”
Marqué en la página para buscar en el diccionario Pequeño Larrouse Ilustrado, la palabra:
Fetidez
fetidez s. f. culto
Olor intenso y muy desagradable: la fetidez de las aguas residuales.
SIN hediondez, hedor.
Diccionario Manual de la Lengua Española Vox.© 2007 Larousse Editorial, S.L.
Tesauro: fetidez: miasma, hedor, podredumbre
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