Segunda breve historia de la filosofía 37
El genio maligno
Ha sido el invento humorístico de Descartes. Suponer que el mundo que nos rodea es una trampa, que lo que vemos y tocamos es irreal, que dos más dos puede no llegar a ser cuatro, que vivimos en una alucinación urdida por una divinidad jodona, digo jodona porque es jocosa y pícara, que no es un diablo malvado que nos manda al infierno, sino un pater seraficus que se ríe de nosotros mientras nos tomanos todo muy en serio, es una fábula divertida.
Platón imaginó una caverna en la que los hombres estaban de espaldas a la luz que les reflejaba en una pared los objetos que se movían por detrás. Las sombras constituían su única realidad. No conocían otra cosa. El filósofo cautivo se da vuelta, ubica la salida de la gruta y percibe lo real. Luego vuelve para liberar de sus cadenas a los hombres capturados por la apariencia.
Descartes es más etéreo. No necesita de una agujero en una roca. La ilusión se dirime primero entre el sueño y la vigilia. ¿Cómo sabemos que estamos despiertos? Por un golpe bien dado en la cabeza, por ejemplo. Pero el dolor no basta. Si cuando soñamos creemos que estamos despiertos, cuando estamos despiertos bien podemos estar dormidos.
Mientras no marquemos con nitidez la diferencia entre el sueño y la vigilia, el camino de la verdad está clausurado.
El problema con este asunto del dormir es que los sueños no son compartidos. No soñamos juntos. Algún día la biología molecular, la ingeniería genética y la neurología informatizada llegarán a conectar las zonas oníricas de nuestro cerebro.
Se llegaría así, gracias a la ciencia, a concretar el deseo romántico y la esperanza utópista de un mismo sueño para todos. Pero en el mundo actual la certeza de la objetividad la da nuestro contacto con los otros, es decir la intersubjeticidad. Dirán que hay otros en los sueños, y sí, los hay, los antiguos lo sabían, de todos modos sentían que tenían otra consistencia, los creían de otro mundo.
Desde el momento en que ese “otro” mundo se ha venido abajo, es decir, una vez que la modernidad lo ha destituído con Lutero y Galileo, para hacerlo infinito e interior, los sueños no anuncian futuras realidades ni vaticinan sucesos, sino que expresan algo propio. Freud explicará el asunto.
La dificultad es la realidad. La ficción, o la fantasía, como decía Descartes, proviene de diferentes fuentes. Vivimos engañados por los sentidos. Lo demuestra la física, y más aún la óptica. El interés por la óptica que tenían los filósofos de los tiempos clásicos – Spinoza era pulidor de lentes – se vincula con las trampas de la percepción. La luna parece chiquita pero es grande, la tierra no se mueve y el sol desaparece, acerco un dedo a los ojos y parecen dos, etc.
Los sueños profundizan la ilusión. Dice en la tercera de sus Meditaciones metafísicas que para evitar los errores de la sensibilidad se cerrará los ojos y se tapará los oídos. Este operación de clausura corporal también la hacía yo de niño. Mi propósito era metafísico. Quería saber que había antes de lo que hay. Representarme la nada. La presión de los dedos en los globos oculares producía algunos destellos molestos que resquebrajaban la negrura. Nada por aquí, nada por allí pero siempre algo. Esas lucecitas no desaparecían. Descartes hace lo mismo. Se tapa los oídos y los ojos, deja de razonar, ¿y qué ve? : el yo. No tuve su misma experiencia, yo quería ir más acá de mi yo, mi meta no era el conocer sino el ser. Descartes como ya tenía el ser garantizado por seguridades teológicas, busca la verdad del mundo y no su origen.
En la segunda meditación habla de una lámina de cera que se funde al calor. ¿Cómo sabemos que una vez producida la disolución de la lámina en la pasta restante, se trata de la misma cera? La toco, la toco yo, será cera...no será cera...cera será, seré?
Si el gran burlador me engaña, de algo no hay dudas, es de que me engaña a mí, consuelo extraño, al menos me otorga un lugar en el mundo, más aún, Descartes será más ambicioso, un pionero, nos dirá que el mundo no tendría consistencia alguna si no fuera por mí.
Dice en el Discurso del método: “ Podía fingir que no tenía cuerpo, que no había mundo, pero no podía fingir que yo no era. Podía dudar de todo. Tenía la certeza de que yo era (...). De todas las cosas que no hubieran sido imaginadas por mí, ninguna de ellas me habría señalado mi existencia, de no haber pensado”.
Después de este descubrimiento Descartes llega a la conclusión de que es una sustancia pensante, que el pensamiento no necesita lugar ni depende de nada material, y que el yo en su actividad esencial se define por el alma.
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Discusión sobre la locura
Descartes descarta...al Genio Maligno porque no cumple con los atributos de la divinidad. Dios no puede ser fuente de error ni tramposo porque la trampa es una deficiencia ontológica. Aquel que necesita engañar padece de una falencia propia de un ser incompleto. La operación metafísica por la cual se pretendió poner en cuestión a la realidad del mundo no logra su resultado. Podemos dormir tranquilos y soñar sabiendo que los sueños, sueños son.
Dios es bueno, por un lado, y por otro es omnipotente, no necesita ser tramposo. La puesta en marcha del método hiperbólico, el procedimiento barroco que deforma una entidad hasta rozar los límites previos a su desfiguración, es eficaz. La duda se aplica con minuciosidad al error de los sentidos, a las ilusiones de los sueños y al delirio de los locos.
Michel Foucault en su Historia de la locura en la época clásica marca una ruptura en lo que define como un gesto de exclusión de la locura enunciada por Descartes. Sostiene que de algún modo hay una recuperación de los sentidos y del sueño, a la vez que una supresión de la locura en el camino de la razón.
La frase - no fue mucho más que eso – originó una tediosa y excesiva discusión con Jacques Derrida que afirmaba que en Descartes no existe tal privilegio negativo hacia la locura, y acusaba a Foucault de romanticismo y tragicismo en una estéril búsqueda de una lengua original de la locura.
La locura no tiene obra, para expresarse y comunicarse tiene que tomar un obligatorio baño gramátical y ajustarse a la reglas racionales de la sintaxis. No hay significado sin orden del lenguaje. Pero Foucault apunta a otra cosa.
Sostiene que hay una discontinuidad entre la cultura occidental que llega hasta el Renacimiento y el comienzo de la modernidad que sitúa en el discurso cartesiano. Muestra un paralelismo entre el enunciado filosófico y un decreto de encierro de los locos de la monarquía absoluta, que confina a un afuera a la palabra desorbitada y permite el camino gradual y sin tropiezos del método y la mathesis representantiva.
La presencia del otro mundo enunciado por profetas, adivinos, alquimistas, brujos, le permitía al loco de la calle tener un lugar en el mundo. Su delirio tenía significado y trasmitía una verdad. La modernidad naciente inicia el camino por el cual aquella palabra sólo hablará para confirmar el poderío del discurso de la racionalidad, hará de su portavoz un encadenado, un enfermo, un paciente.
Pobre Descartes, no imaginaba todo esto. ya lo dijimos desde un principio, no hay filósofo que haya recibido tantos improperios como él salvo Marx. Pero éste último gozó de un favor inusitado y jamás igualado para una mente filosófica, fue erigido como monumento pedagógico de toda una cultura planetaria, mientras el francés apenas sobrevivía con un par de coordenadas.
Martial Gueroult, un poderoso académico francés, formador de camadas de filósofos, dedicó a Descartes setecientas páginas de su Ordre des raisons. Dice llevar a cabo una lectura basada en el análisis de estructuras arquitectónicas y demostrativas. Sostiene con severidad que antes de interpretar y criticar a un filósofo hay que hacer el esfuerzo de comprenderlo. “Nuestra intención no ha sido lograr a cualquier costo una lectura original, sino exacta”, sentencia.
Define su método: “ la arquitectónica filosófica inclina u obliga a la inteligencia a un juicio de ratificación relativa a la verdad de la enseñanza doctrinaria”. Junta así doctrina y lógica, demostración y principios, dogma y verdad. Su recorrido por la obra de Descartes es un aporte inestimable para ordenar y para combinar partes dispersas, para hacer más claro y distinto un pensamiento que nace de este anhelo.
Gueroult cita una carta de Descartes a la princesa Elizabeth de Bohemia, con la que terminaremos este episodio cartesiano:
“Confieso que es mejor no ser tan alegre y adquirir más conocimientos (...). El espíritu no está más satisfecho cuando siente alegría, por el contrario, las grandes alegrías son por lo general serias y algo lúgubres, sólo las alegría mediocres y pasajeras se acompañan con la risa”.
Para alguien que se educó con los jesuitas y aprendió el “método” de Ignacio de Loyola, que diagramó los días con sus Ejercicios Espirituales, esta confesión tiende un puente entre la duda metódica y las reglas jesuíticas con el correspondiente estado de ánimo..
Spinoza opinaba otra cosa, seguimos con él.
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Del cuerpo y de la pasiones del alma
Antes de llegar a Spinoza sigamos un momento con Descartes. Me ha sorprendido enterarme de la existencia de un libro de Frédérick Pagès editado en 1996, Descartes et le cannabis. Dice que en Holanda, con frecuencia en aquellos tiempos, el tabaco que se fumaba estaba mezclado con marihuana. Por supuesto que no sabemos qué efectos podía haber tenido en Descartes, seguramente que los mismos que en cualquier consumidor de esta hierba sagrada, pero ignoramos si algunas de sus tesis fueron inspiradas por un estado especial.
El Genio Maligno, por ejemplo, puede ser un referente de un día de intensa embriaguez. Para Pagés, la conocida carta de Descartes a Chanut en la que le dice que es posible que los monos sepan hablar pero que no lo hagan por temor a que los manden a trabajar, lo dijo “entonado”.
El método de la duda hiperbólica, la actitud de descartar todo y quedarse con el mínimo átomo de certeza llamado “yo pienso”, también es una imagen de ensueño. El relato del Discurso del Método en los que se tapa oídos y ojos, así como la contemplación del bloque de cera que se funde, los podría haber pensado con una pipa.
En fin, la consistencia del pensamiento cartesiano vale por lo escrito y no por el estado que los produjo. Pero para alguien que habla de cuerpo y alma, para el expositor máximo del dualismo moderno, la afición por las alteraciones del espíritu que se logran por modificaciones en la percepción y por ingesta de productos naturales, es curiosa.
El cuerpo. En su Tratado del Hombre, capítulo del libro El Mundo, Descartes define al cuerpo del hombre como una “máquina de tierra”. El hombre, del mismo modo que los relojes y las fuentes artificiales, se mueve por sí mismo. Además habla, y en este hablar se expresa la creatividad singular de su ser, apreciación rescatada por la gramática generativa elaborada por Noam Chomsky.
Nos habla de los espíritus animales, seres microscópicos, cuerpos pequeñísimos y veloces, que penetran las cavidades del cerebro y gracias a la porosidad del organismo llegan a nervios y músculos. A pesar de que Descartes nos dice que el alma no tiene lugar y que se adhiere a todas las partes del cuerpo, le otorga una sede, una pequeña glándula cerebral llamada Pineal en la que el alma ejerce sus funciones.
En el Tratado de las pasiones, enumera una serie de pasiones. La admiración, desprecio, generosidad, orgullo, veneración, desdén. De la admiración dice que es la sorpresa del alma. Nos da la sensación de que Descartes se mueve mejor en la duda que en la imaginación, o que se olvidó la pipa.
Define el amor de este modo: emoción del alma causada por el movimiento de los espíritus que la incitan a unirse voluntariamente a los objetos que considera convenientes. Y al deseo como : agitación del alma causada por los espíritus que la disponen a querer para el futuro las cosas que se representa convenientes.
Hay un libro que se llama El error de Descartes de Antonio Damasio, un especialista en neurobiología que usa el nombre de Descartes aunque nada tenga que ver con el libro salvo su pobre interpretación del dualismo cartesiano. Parte de la historia de Phineas Gage, un trabajador ferroviario que se partió la cabeza con un fierro y con lo sesos desparramados alrededor sobrevivió pero cambió de carácter. Incomprensiblemente nada alteró su capacidad de razonar pero se tornó irascible y desagradable. Esto le permite a Damasio decir que en el cerebro están las emociones, que el alma a la que llama mente respira por el cuerpo, y que entre la razón y los sentimientos hay vasos comunicantes.
Descartes dice alma y no dice mente. La mente no es el alma. El alma, desde Platón, es un puente hacia lo divino. Si Damacio quiere que la mente tenga que ver con la anatomía del cerebro allá él, pero Descartes pensaba en otros problemas : crear las condiciones para que la “máquina terrestre” pudiera ser equipada para emprender el camino de la verdad sin ayuda ni tutela trascendente.
Además, el dualismo cartesiano no deja de persistir en estos divulgadores científicos, salvo que se crea que los datos que le aportó al autor el doctor en neurobiología Charles Stevens del Instituo Salk nos dé una perspectiva monista de la vida. Leamos al experto: hay varios miles de millones de neuronas en los circuitos de un cerebro humano. Esas neuronas forman diez billones de sinapsis y el largo de los cables (axones) conectores de la circuitería total llega a cientos de miles de kilómetros. Por estos circuitos el cerebro en un segundo de vida mental genera millones de patrones de descarga.
Este monismo “à la carte” neuronal no nos simplifica la visión que podemos tener del universo. Si se le agrega a este microcosmos inabarcable que la neurobiología incluye en las determinaciones de la conducta las probables influencias del medio ambiente y el peso de la cultura, sin llegar a precisar el esquema causal que permanece indecidible, la fisura rige hasta que el hiato de la subjetividad respecto de lo biológico no sea suprimido por la manipulación genética.
No hay Uno que reúna el cosmos, sino millones de entes, que con una pipa puede amplificarse hasta llegar a trillones disparados para todas partes, espíritus animales que se meten como inquietas hormigas por todos los orificios del ser. El oso hormiguero René Descartes, intentó ordenarlas y clasificarlas. Su alma puede descansar en paz.
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