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Segunda breve historia de la filosofìa 1
La inmensidad del Dante Los comienzos son duros. Más aún luego de decidir publicar lo escrito en el primer volumen en la forma de un libro. La relación que se establece con un lector de un blog es distinta al anónimo lector de papel. En nada es menos sería. Cada uno de los 102 episodios de la Breve historia...entre la antigüedad y el medioevo fue escrita con el máximo cuidado. El formato breve hizo que la historia fuera reducida más por la extensión contenida en cada entrega que por el total de páginas completadas. La cotidianeidad de las entregas marcaron un ritmo feliz. Produce una sensación de júbilo poder concluir rápido un escrito y seguir otro día. Saber que a cada envío le corresponde un lector inmediato le da a la escritura un encuadre epistolar. La carta produce un clima amistoso, aún cuando algunos comentarios de los blogistas puedan ser críticos o agresivos. Se encuentra de todo en el mundo de la web, es una red infinita en la que las caras varían, otras se repiten. Hay lectores que nos acompañan en toda la travesía. Escribir en un blog es una experiencia nueva para quien durante años lo ha hecho para editores. Digo “para” cuando no es así. No se escribe “para” salvo los libros encargados. Pero hay “paras” fantasmales. En los blogs “La lectora provisoria” y “Pan rayado” he escrito la primera parte de esta breve historia de la filosofía. Una vez terminado el capítulo de Guillermo de Ockham, dudé si seguir con los tiempos medievales. Le tocaba a Dante, que no es filósofo. ¿Por qué Dante? No había leído La divina comedia. Recuerdo la hermosa encuadernación azul de tapas duras de la colección Billiken que tenía en mi niñez por algún motivo probablemente escolar. Creció su infantil lector aunque no tanto como el volumen que ha llegado a tener una talla gigante. La edición que tengo es de un tamaño tal que no sólo no tiene estante asignado sino que la hace ilegible. Hay que transportarla con un changuito. Las ilustraciones son de Gustave Moreau, el grabador simbolista que sabe como pocos poner en escena mitos y leyendas. Aún conservo la pequeño biblia de cuero repujada con bronce del Antiguo Testamento que me regaló mi bisabuelo Carlos Spitzer con los héroes del origen de la creación bañados en la luz divina de Moreau. Los más jóvenes pueden asociar aquella estética con los films de El Señor de los Anillos y su gigantomaquia visual. Creo que mi breve historia no continuó por la dificultad casi imposible de maniobrar con Dante. La epicondilitis y el par de vértebras cervicales más encimadas de lo recomendable no permitían sostener el libro. El atril móvil que me regalaron no tiene con qué sostener un grosor de varios centímetros y el infierno se cae al piso. Jamás podré llegar al Purgatorio que era lo que me interesaba. La idea de terminar el primer volumen con Dante tiene que ver con mi interés por esa etapa intermedia de las almas viajeras. Creo que la idea de Purgatorio es la única que corresponde a nuestra esencia terrestre. Anticipa la cosmovisión protestante que supo congeniar negocios y salmos, la gracia y el éxito. Quise ayudarme con un libro del historiador Jacques Le Goff El nacimiento del Purgatorio y me di cuenta que complicaba la tarea. El medievalista se excedía en referencias y mi inquietud por saber a quién y por qué se le habia ocurrido inventar un entrepiso entre el mal y el bien exigía la cerrada malla que filtra los datos y mucho tiempo para procesarlos. Razones de peso, entonces, y de tiempo, además de las advertencias del Daimon que el destino nos adjudica, me sugirieron que Ockham fuera la última palabra de aquella historia. El nominalista tenía la palabra final, no era una mala idea. Lo que no sé si fue una buena idea es lo que comenté en el comienzo, mi visita al editor. Segunda breve historia de la filosofía 2 El mundo del papel Publicar un libro es maravilloso, tanto como escribirlo. El problema no es editarlo sino los alrededores de la edición, su perímetro general. Para comenzar pedí a la secretaria ( hoy creo que se prefiere decir asistente ) por teléfono un almuerzo con su jefe (se sigue diciendo jefe), el gerente editorial, lo que se llama el “publisher”, quien decide la publicación, acompañado por mi editor, quien lee el texto, conocido en inglés por “editor”, dos palabras para una sola y equívoca en castellano. Contar un libro, algunos dicen “venderlo”, me lleva casi un minuto, no llego a cumplirlo. Así que antes de que trajeran el pan y la manteca presenté mi gran idea que ya había sido aprobada después de la lectura del texto por el “lector”. Le dije al gerente que en la primera parte me habían guiado algunos “virgilios”, de la mano de quienes había ingresado en el mundo de la filosofía: Michel Foucault para todo el trayecto, Giorgi Colli por Grecia, Paul Veyne en la antigüedad, Peter Brown y Jean Danielou en los comienzos del cristianismo. El publisher me dijo que Tomás y sus Virgilios le sonaba a una banda musical gay y se rió mucho de su ocurrencia. Lo que me resultó una situación incómoda por tres motivos. El primero porque no me gustó el chiste. Segundo, que me situaba en un problema de género al que no soy afecto. Para terminar, porque me obliga a una incomodidad suplementaria que es la de aclarar que no tengo nada contra los gays siempre y cuando no me consideren tal, posición argumentativa endeble que pone en peligro la calidad de mi silogismo Los alrededores de la edición de un libro lejos están de reducirse a un chiste de mesa. Una vez que sale el libro suele haber una presentación. Existe cierta expectativa por la cantidad de gente que irá a la misma además de los obligados parientes y amigos cercanos. Nadie escapa de la espera de si a alguien se le ocurre escribir sobre el libro en uno de los tres o cuatro suplementos culturales o en la sección crítica de una revista. El desprecio o aprecio al que se es acreedor. Además las estrellitas que se le pegan al comentario. La probable invitación a un programa de televisión de parte de un periodista que acaba de recibir el libro y no lo pudo leer. Una llamada de una radio para anunciar la salida del libro y de paso preguntarme que pienso de las últimas declaraciones de Stornelli y Scioli. Unos meses más tarde llegan los índices de venta. Es un mundo de la cantidad que oscila entre los best y los worst sellers. No hay más manifestaciones públicas que ésas. Lo más probable es que sin el mundo de las cantidades, no recibamos más “devolución” – para usar términos del psicomarketing – que la de los ejemplares no vendidos. Los lectores de papel no hablan, no nos escriben, a veces no existen. Años después podemos sorprendernos con un lector que nos reconoce y nos restituye un pedazo de gloria. Por eso hay un “para” social y fantasmal que se inicia una vez el libro en la calle y que se silencia en los blogs. Esto no tiene nada que ver con la calidad del material ya que se publica basura con tinta y se escribe en la web textos valiosos. Hablo del ambiente al que uno se introduce salvo que seamos un dandy del gremio, alguien más allá del precio de la fama, no es mi caso, no me cotizo tan alto, o un snob que anuncia su inmortalidad póstuma allende el rating comercial, lo que es además de una torpe pose y una necedad, un anacronismo. Para el caso de esta Breve historia la decisión de entregar el material a una editorial me sacó de mí, es decir de la conversación que hace un año tenía con los libros de mi biblioteca y mis lectores del blog. Anulaba el clima de amistad del género epistolar continuado por las entregas episódicas y tendían el manto de la censura de papel. La entrega escrita de un material en un blog conserva el tono coloquial de un curso. El lector adquiere una cuasipresencia. Al menos es el efecto que produce en quien aquí suscribe. Lo conversado con la empresa es la entrega de una historia de la filosofía en tres partes que en este segundo volumen se inicia con Maquiavelo y llega hasta Nietzsche. Dije conversado, en realidad no conversamos nada, simplemente marqué los mojones antes del flan sin crema. El último volumen va desde Heidegger hasta Sloterdijk. Un libro por año. Es mi plan trienal, el modo en que tengo de conjurar el tiempo y de llenar la vida. Pero además es una batalla. Los censores de papel no pasarán! Impediré con todas mis fuerzas que las babosas de la corporación interfieran en esta historia íntima de la filosofía, en esta conversación con mis libros producida en la escena digital de la comunicación infinita. Por eso dedico lo hecho, y lo que haré, a mis enemigos íntimos – para repetir al cineasta filósofo Werner Herzog ensu recordatorio de Klauss Kinski– a los lectores de Pan Rayado. Segunda breve historia de la filosofía 3 Tradiciones filosóficas Antes de introducirnos en el desconocido y complejo mundo del Renacimiento, por el precalentamiento y ablande muscular de todo vestuario antes de un cotejo crucial, me limitaré a un picado, para agregar una nueva imagen deportiva. Los tiempos modernos, eso es lo que comienza con esta nueva serie de la Breve historia. Está probado que quien abarca poco aprieta, y quien poco aprieta nada contiene. Se diferencia el buen teórico del mediocre en el empleo que hace de las generalidades. Un historiador o un filósofo que nos trasmite con demasiada facilidad la semejanza entre otros mundos y el nuestro, poco nos aporta para el pensamiento ya que nos invita a un pronto reconocimiento de lo que ya sabemos. Es lo que sucede con la imagen de los tiempos modernos que hace confluir en un mismo término desde el carnaval veneciano a la película de Chaplin. Decir, por ejemplo, que con el Renacimiento nace el burgués como nuevo personaje de la historia caracterizado por el individualismo y una mente calculadora, nos habla tanto de Francisco Sforza como de mi tío materno. La habilidad del narrador de ideas reside en hacerlas emerger de la acción de sus portavoces reteniendo su extrañeza y trazando un puente comparativo sin analogías obvias. Sin embargo, trazo una línea de fuerza de enorme alcance, una generalidad tan abarcativa que echa por tierra mi anterior precaución. A veces sirven estas hipótesis como señales inspiradoras de riesgo a la vez que nutrientes para los inicios del caminar. Catapulto la idea de que la noción de infinito es una de las de más peso en este nuevo decurso histórico llamado “ tiempos modernos”. Lo es desde la Docta Ignorancia de Nicolás de Cusa, hasta la Consciencia Desdichada de Hegel. Pasa, además, por Galileo y Pascal. Y es a partir de esta prefiguración, que se me ocurre el siguiente balance de mi afición filosófica. Distingo tres tradiciones que operan en mi visión y en mi versión de la filosofía relacionadas con esta idea de infinito: la teología negativa, el romanticismo y el escepticismo. a) Por la teología negativa sostengo la idea de que no se puede decir todo. b) Desde el romanticismo el pensamiento tiene una estructura deseante y funciona de acuerdo a su insaciabilidad. c) El escepticismo es la tendencia filosófica que saca cuentas de lo anterior y enuncia que no poder decirlo todo y el carácter voraz e insaciable del pensamiento, no se contradicen con el acto de afirmar. El escepticismo es vital, y, para los tiempos modernos, vitalicio. La vitalidad no nace de una idea, es lo pre-epistémico. No por eso es animal. La animalidad humana es relativa ya que su capacidad cerebral y la vastedad de sus conexiones la hace pieza de sus propias creaciones. El instinto se subordina al artificio sin por eso desaparecer. El escéptico más preclaro, Kant, ha diferenciado el entusiasmo de la esperanza. Lo ha hecho en sus reflexiones sobre la Revolución Francesa. Dice que los pueblos no siempre se orientan en sus opciones por los resultados. Hay fracasos que no dejan de ser guías para la acción. El lado negativo del acto revolucionario, es decir el Terror, no anula el carácter “entusiasmante” de la gesta liberadora. Es una virtualidad permanente, una insistencia que abre un horizonte movilizador. Resumo: no es lo mismo entusiasmo que esperanza, a esto me refería al hablar de la vitalidad del escepticismo. Gilles Deleuze, un nuevo Virgilio para la sección que se inicia, ha marcado la diferencia entre creer y crear. El absoluto pasó de la religión al arte, que incluye a la técnica y a la política. El hiato y este pasaje surgen luego de la excavación nietzscheana y también, quizás, a partir del Renacimiento. |