Breve historia de la filosofía 76 a 80
Breve historia de la filosofía 76
Dios existe
Anselmo demostrará la existencia de Dios de dos modos. Uno es por la cantidad y el otro por la calidad. El primero expresado en el Proslogium está dirigido a un otro, en este caso un insensato que dice no tener a Dios en su corazón ni en su mente. El opúsculo comienza con estas palabras de Anselmo: “Encorvado como estoy, Señor, no puedo mirar más que a la tierra, enderézame y mis miradas se dirigirán hacia los cielos”.
Una vez levantada la vista en la dirección correcta, la actitud de devoción y entrega dispuesta en el ángulo de cuarenta y cinco grados estipulado por la mística visual – el santo no mira a Dios en un ángulo de noventa grados perpendicular a los suelos, posición ridícula e incómoda, sino en una visual crepuscular hacia la caída solar correspondiente a las cinco de la tarde de un día otoñal del hemisferio austral – dice el santo: “deseo comprender tu verdad, aunque sea imperfectamente, esa verdad que mi corazón cree y ama. Porque no busco comprender para creer, sino que creo para llegar a comprender”.
Para llegar a la comprensión de su creencia requiere la presencia de un personaje que no comprende nada, el insensato. Si un insensato comprende aquello que él quiere comprender, indudablemente, la inteligencia ha de ser universal y el contenido de la misma les es común a todos los hombres. Dice Anselmo que el insensato tiene que convenir en que tiene en el espíritu la idea de que existe un ser por encima del cual es imposible imaginar ninguna otra cosa mayor. Admite por su condición de ser racional que cabe la idea de que nada hay más grande que ese ser último, no existe magnitud que exceda su medida. Pero lo más importante es que una vez que se admita que hasta en el más insensato de los hombres es lícito contener el pensamiento de un ser máximo, también debe admitir que éste existe. De no hacerlo, cabe la posibilidad de que en la realidad haya un ser superior al más grande de todos en pensamiento, es decir uno que sea máximo en pensamiento y en realidad, lo que es absurdo ya que no puede haber nada mayor que lo que ya es máximo.
Un ser de magnitud total no puede no ser, o no existir en la realidad, ya que abarca o incluye todos los modos de ser.
El argumento que desarrolla la categoría de la calidad está expresado en el Monologium, es el de la perfección. A un ser perfecto nada puede faltarle, pensar la perfección es ya admitir la existencia de algo perfecto ya que al que todo lo tiene nada le falta, ningún predicado, por lo tanto existe. La existencia es el predicado definitivo.
Una vez confirmada la existencia de un Ser último, sabemos que la causa de todas las causas es Una, no puede ser múltiple, y que exista por sí misma, que su existencia no se la debe a otro.
Pensar que el origen de todo es una multiplicidad que hacer rebotar los predicados entre sí a través de una red comunicacional es absurdo. Lo mismo, agrega Anselmo, pensar que el universo se compone por una gradiente infinita de seres cuya perfección no tiene límites, porque sería admitir que no hay fin en el número de las naturalezas posibles, lo que es absurdo porque nos llevaría a la infinitud, una idea sólo concebible por un insensato, pero sólo por un insensato.
Lo mismo ocurre con el supuesto de que la creación pueda originarse de la “nada”, que la nada pueda engendrar el ser. Pregunta Anselmo:¿qué se puede entender por esta palabra “nada”?
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Por qué Dios se hizo hombre?
El subtítulo de esta entrega corresponde a una obra de Anselmo. Daré unos mínimos datos autobiográficos de nuestro teólogo. No se sabe si nació en el 1033 o en el 1034, en uno de los valles de los Alpes Italianos al pié del Mont Blanc. Sus padres se llamaban Ermenberge y Gondulfo. La abadía de Le Bec fue el recinto de su labor eclesiástica. Llegó a constituirse en un personaje político de relevancia para la Iglesia y el Papa Urbano II. Se le encargó mediar en el conflicto por las investiduras en Inglaterra. Muere en el 1109 luego de lamentarse por no haber tenido el tiempo necesario para aclarar el problema del origen del alma.
En esta obra con el título que inicia este capítulo, se manifiesta el drama de la inteligencia de la fe. El misterio de la divinidad es infranqueable. Sin embargo, entre la fe y la visión beatífica a la que aspiramos todos, hay aquí abajo, en la tierra, una etapa intermedia que nos acerca al menos a las puertas de lo ininteligible. Es necesario no pretender atravesar dicho umbral a la manera de un dialéctico presumido. Tanpoco se debe hacer uso de un indebido temor y hacer a un lado a la razón porque cometeremos un grave error de negligencia.
El texto está diagramado como un diálogo socrático, género que para Anselmo tiene la utilidad de ser de más fácil comprensión para los menos formados en las lides de la argumentación. Dice: “son más agradables las investigaciones que proceden por interrogaciones y respuestas, y útiles para los espíritus más lentos”.
El interlocutor se llama Boson. Se hace eco de las aseveraciones de los infieles. Aquellos recuerdan que es ofensivo y ultrajante para Dios afirmar que nació de una mujer y que de niño mamó de su seno. Anselmo responde que por la desobediencia de un hombre la muerte penetró el género humano y que es por la obedeciencia que se restaura la vida. Que por el pecado de una mujer se perdieron los hombres, y que por eso la justificación y salvación del género humano nace de una mujer. Reafirma su punto de vista al evocar que el diablo venció al hombre al hacerle probar la fruta del tronco de madera del árbol del paraíso, y el mismo diablo será vencido por la pasión padecida por el Hombre en la madera de la cruz.
Boson le dice que esas imágenes son bellas, de una grata analogía, como un ícono resplandeciente. Es bello pintar nubes, pero no deja de ser una ficción. El cuerpo de la verdad exige una mayor consistencia, una solidez racional y vigorosa que no se satisface con la fantasía.
Nadie entiende, sigue, que el Más Grande se rebaje a realizar tareas tan humillantes y que se dé a sí mismo tanto trabajo cuando no parece necesario hacerlo. Anselmo le recuerda que el Señor Jesucristo es el verdadero Dios y el verdadero Hombre. En Jesús hay una persona única con dos naturalezas. Por el misterio de la Encarnación Dios no se rebaja sino que es el hombre quien se eleva.
Boson no entiende que un todopoderoso necesite del sufrimiento de un hombre para salvar a la humanidad. Condenar a un Justo para limpiar de todos los pecados al género humano no es algo de por sí comprensible. Una muerte necesaria y ejecutada de este modo nos habla de una voluptuosidad y goce de Dios que no encuentra explicación racional. Es muy extraño que la sangre de un inocente mandado por Dios a obedecer la orden sacrificial, represente una satisfacción cuyo beneplácito parece, en definitiva, algo escandaloso.
Anselmo se dispone a aclararle sus dudas.
Breve historia de la filosofía 78
El poder de Dios
Ante las dudas de Boson, Anselmo decide guiar a su interlocutor por el camino de la verdad. Ya sabe que a cada una de las respuestas ofrecidas le lloverán otras tantas preguntas. Las vacilaciones del insensato o los ataques del infiel no son disipables con palabras de armonía ni de luminosidad porque son seres ingratos que no se acercan a Dios. Hombre que es invitado a la fe siente la arrogancia de su supuesta libertad y la disfrutará en el arte del chicaneo y de la mordacidad gratuita.
Mejor será mostrarle cómo son las cosas y el modo en que ha sido diagramado el reino de Dios. Dice Anselmo: pecar es contraer una deuda con el Señor. Se le ha quitado algo que le es debido. Es necesario devolverle lo que se la ha robado. Hay quienes manchan el honor de Dios, lo deshonran.
El Máximo no puede permitir que haya desorden en su reino. El caos sobreviene si quien peca y quien cumple con el mandato son considerados con la misma vara y se igualan en la medida. No hay un mismo amor para pecadores y justos.
Quien ofende debe pagar, el Señor es el único que tiene derecho a la venganza. Es una facultad permitida por el necesario recaudo de su dignidad. Con el castigo se reestablece el honor y se hace justicia.
Boson escucha atentamente, y en el estilo del diálogo socrático en el que las preguntas son breves y las respuestas monosilábicas, poco a poco, el interlocutor que ostenta la duda, se deja convencer, camina por los senderos de Anselmo, y reconoce las fallas de sus palabras. Entiende que hay orden, que este orden tiene un Jefe, que es él quien manda y nosotros los que obedecemos, y si alguien se sale del carril, hay que enderezarlo porque el honor así lo demanda.
Esta es la justicia, si el infiel o el insensato no se dejan seducir por las imágenes del Hijo que sufre por amor, habrá que presentarle al Padre enojado y temible. Boson intenta un manotazo de ahogado. Acepta el poder divino, pero se pregunta por qué no ha usado el Señor su tremenda fuerza, por qué se deja mancillar, cuál es la razón por la que permite que su hijo sufra, qué hace que el más grande de todos permita que se lo ofenda.
Anselmo ve que ha llegado el momento de develar el secreto del enigma del ser, la razón de la creación. Dice que Dios no vivía solo, un coro de ángeles amenizaba su estancia. Pero no todos eran iguales en aquel proscenio dorado, hubo quienes se le rebelaron, y cayeron. Los ángeles caídos dibujaron un hueco en el número de habitantes celestes. Anselmo no sabe si la demografía divina era perfecta, si la población era la justa, o si el Señor tenía planes de colonizar los cielos gradualmente. Son dos las posibilidades. Por la primera la población estable tiene una merma inesperada, por la segunda la evolución de la política poblacional debe compensar la reproducción para llegar a equilibrar las pérdidas sufridas.
Repite que no sabe si antes de la caída había un número perfecto de ángeles o si el mismo estaba incompleto. De todos modos las consecuencias prácticas son las mismas, la creación del género humano tiene el sentido de compensar aquella pérdida. Beatos y santos reemplazarán a los ángeles caídos. Los justos en su ascenso a la luz divina restituirán el faltante angelical y el coro que rodea de amor al Señor no tendrá vacíos.
Boson ahora cree, creemos que ahora cree, no sabemos si se esmerará en un camino de gloria para que no haya más butacas sin ocupantes en el teatro de Dios. De todos modos parece que en cierto momento sobreviene la suspensión de la duda y la interrupción de las preguntas. El dialéctico deja su lugar al devoto, y la fe se retira con sus palabras. Por los puntos suspensivos de la estela que deja, podrá caminar quien crea, quien quiera creer.
Breve historia de la filosofía 79
Historia calamitatum
Pedro Abelardo es uno de los filósofos más importantes no sólo del medioevo sino de la historia de la filosofía. A pesar de que el género biográfico no puede sacarle el jugo a seres tan lejanos, de mundos difusos con vocaciones de encierro y formas de vida ya tan estereotipadas, Abelardo nos ha ahorrado los inconvenientes del biógrafo con el relato de sus peripecias y sus calamidades.
La historia de Abelardo y Heloísa (algunos la escriben con H otros sin) es tan conocida por todos, que pocos la conocen. No la repetiremos aquí, está incluída, entre tantas otras obras, en mi libro La guerra del amor, y, además, en el texto que subtitula este capítulo escrito por el mismo Abelardo.
De ser profesor particular de la brillante Heloísa, Abelardo convertido en su amante la embaraza y tienen un hijo que entregan a otros, Astrolabio, del que nada más se supo. La familia de Heloísa, su tío Fulberto - quien había contratado al prestigioso profesor - , arma su venganza, irrumpe en los aposentos de Abelardo y lo castra. La vergüenza y el arrepentimiento hacen que el filósofo se retire a un un convento y convenza a su esposa - con quien se había casado en secreto - a hacer lo mismo.
Abelardo funda el convento Paracleto, el Consolador, para que Heloísa habite con sus hermanas.
Las cartas entre ambos son una obra maestra. Son parte de un mundo en el que los cambios culturales son paralelos a los sociales. Es el renacimiento de las ciudades, la vida de las ferias y del intenso flujo de la actividad comercial, la actividad febril de los burgos, la alegría palatina de las cortes feudales y la amenaza de las grandes herejías como la de los cátaros de la Provenza.
En el arte, las poesías corteses, los cantos trovadorescos y las melodías de los juglares, tienen un tema dominante: la belleza y la inaccesibilidad de la Dama cruel. La Dama ha encontrado su Caballero en Occidente, por primera vez se ha constituído en un ideal y exige servidumbre. Al menos el servicio será simbólico, se le cantará de rodillas y se le pedirá una mirada para su devoto enamorado.
Heloísa es homenajeada por Abelardo que compone canciones para su gloria que son conocidas en todo París. En esa época, las ciudades configuraban una sociabilidad aldeana, y nada ajeno ni anónimo ocurría intramuros. Son tonadas alegres, danzarinas, que en algo evocan las panderetas, collares con dijes, pulseras ruidosas, de los bailes del otro lado de los Pirineos, el mundo de la sensualidad del al Andalús, los árabes de España.
La correspondencia refleja la ideología del amor cortés, llamado `fin amour´, amor sublime, un amor antimatrimomial, ya que la conyugalidad es un compromiso de ventajas mutuas y el amor es un don, una gratuidad de pura entrega a la pasión.
Ésta es la posición que sostiene Heloísa quien no quiere casarse con Abelardo. Defiende contra el mismo filósofo sus posiciones de un modo erudito. Cita a Cicerón para subrayar que el filósofo que se casa abandona a la filosofía. Afirma que la cuna y el escritorio son inconciliables, imposibles de armonizar la musa del pensamiento y el berrinche de los críos.
Heloísa, aún luego de la castración de su novio, reinvindica la legitimidad de la pasión, y confiesa que su vida en el convento, a la que la destinó Abelardo en plena persecusión de su tío político, no ha entibiado su enamoramiento ni el recuerdo de las caricias. Sólo le importa Abelardo.
El filósofo le pide mesura y arrepentimiento, la llama hermana en Dios, le pide contención platónica a la manera de Sócrates que le decía a Alcibíades que no era su cuerpo lo que deseaba sino la llama divina que encerraba. Le propone también, que dejen de mirarse el uno al otro y que dirijan su mirada hacia el único ser que merece adoración, el Señor. Sólo un sagrado tercero podía romper el hechizo que los llevó a la perdición. Heloísa se resiste y reclama justicia, ella se entregó a su maestro, le dió todo, hizo honor al don del amor, no abdicará por cobardía, ni lo hará en nombre de una justicia para otro mundo.
Breve historia de la filosofía 80
Las palabras y las cosas
La filosofía de Abelardo intenta defender con la razón las cuestiones principales de la doctrina teológica. La llamada razón se refiere al legado de la antigüedad clásica concentrada en las obras de Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca, San Agustín, Diónisos Aeropagita, Boecio. De los griegos pocas obras, el Timeo de Platón, fragmentos y textos dispersos de Aristóteles.
Dos temas fundamentales: la Trinidad, y los Universales. El hecho de que Dios sea uno y trino, sustancia y personificación, unidad e hipóstasis, es la base de la disputa escolástica y una extrema exigencia de la lógica.
Lógica y gramática están hermanadas en las disquisiciones y se distinguen poco en el entramado de las argumentaciones. El modo de pensar y el modo de hablar, la construcción de las ideas y de las frases, las relaciones entre la sustancia y los atributos, como la de los sustantivos y los predicados, la de los entes como la de los nombres, se imbrincan y combinan.
Las artes de la palabra, la retórica en sentido amplio, el arte del bien decir, es el arte del pensar adecuado. Desde estas artes se construye la racionalidad que dé sustento a la fé.
Abelardo es acusado por concilios y autoridades eclesiásticas de afirmar que hay tres dioses, cuando lo que intenta probar, y lo hace con remisiones a textos consagrados, es que el Padre no se engendra a sí mismo, y que la revelación como la venida del Hijo, plantea la relación entre ambos que no puede ser un vínculo de confusión u ósmosis. Se distinguen en lo mismo, son plurales en el Uno.
El Padre es el poder, el Hijo es el saber, el Espíritu Santo es la bondad, nos dice Abelardo en su obra Theologia Summi boni o Del Bien Supremo. El problema no era tanto lo que Abelardo sostenía, sino el mero hecho de inmiscuirse en cuestiones que requerían la acquiescencia de las máximas autoridades de la Iglesia que se arrogaba el control sobre la enunciación, la difusión y la recepción de las doctrinas relativas a las Escrituras.
El historiador Jacques Le Goff dice que Abelardo puede ser considerado el primer intelectual en el sentido moderno de Occiente. Un profesional independiente munido del saber de la época, profesor rentado por sus alumnos, partícipe de aquella primera entidad educativa que era la Universidad de París. Era el más mentado y admirado de los eruditos del momento, encomiado por su oratoria, por su inteligencia en las lides dialécticas, un disputador temido, un maestro de la elocuencia y la argumentación.
El auge redivivo de la dialéctica se practicaba a la usanza de la recordada sofística, que consistía en el aprendizaje de las habilidades en las contiendas verbales y en las confrontaciones judiciales. Un precalentamiento que no debe considerarse una finalidad en sí misma, sino que debe ser la propedéutica para la defensa de las verdades eternas atacadas por los aventureros de la dialéctica y los sofistas codiciosos de la era socrática, y en los tiempos del siglo XII, los de Abelardo, por herejes e infieles.
“Tienes lo que no has perdido, no has perdido cuernos, luego tienes cuernos”, “ratón es una palabra, una palabra no come queso, luego el ratón no roe queso”, estan eran lo que en su Historia de la Filosofia Medieval Etiènne Gilson recuerda como razonamientos `gualídicos´, por Gualdo, su inventor. “Cuando un cerdo es llevado al mercado,¿ es el hombre o la cuerda quien lo sujeta?”, y así en más.
Respecto de los universales, han transcurrido siglos en los que los eruditos han tratado de explicitar sus alcances, y el debate es, para muchos, uno de los motivos por los que la filosofía pervive más allá de los tiempos históricos. Lo que quiere decir que la discusión es indecidible, o, eterna.
Si la palabra Hombre designa una realidad que da cuenta de una esencia, o es meramente un inteligible concebido por abstracción de los hombres percibidos por imagen y sentidos, si el nombre universal Rosa tiene pertinencia una vez que no haya más rosas en la tierra, si la esencia Animal se aplica tanto a hombre como a caballo, y en ese caso contiene dos predicados contradictorios como racional e irracional, estas y otras cientos de cuestiones de tipo gramatológico, superan el conocimiento y la paciencia de un aficionado.
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