Las situaciones morales
Para Dewey el pragmatismo se define por la voluntad de pensar las situaciones concretas. No se trata de un empirismo. No invita a aplicar un sistema de inducciones que recorra el camino que va de lo particular a lo general. Ni toma posición respecto a la necesidad o no de teorías previas a cualquier pensamiento singular. Los círculos viciosos de la hermenéutica en nombre de la aclaración de los supuestos no sólo los agregan sino que emprenden un regreso al infinito que place a los cultores de laberintos.
El pragmatismo es conductista ya que le importa que los análisis de las situaciones tengan que ver con la acción que se lleva a cabo para sortear dificultades y se interesa por las consecuencias de las opciones seleccionadas.
Este practicismo en nada le quita encanto ni poesía o misterio al pensamiento, sino que le da cuerpo. No hay profundidad sin cuerpos.
A su manera Michel Foucault tampoco desprecia el conductismo. Cuando dice que el tema por excelencia de sus investigaciones ha sido la verdad, no se refiere a una inquietud metafísica sino a la vuelta de tuerca que le dió al llamado giro linguístico. Es la gran deuda que tuvo esta vez Rorty por su incomprensión de la filosofía foucaultiana que inyectó materialismo histórico al universo del lenguaje, y en lo que concierne al tema de la verdad, estudió lo que llamó” veridicciones”. Las veridicciones son enunciados que pretenden a un valor de verdad en situaciones concretas de los procesos históricos. Por eso Foucault ha tomado los ejemplos las técnicas éticas de los griegos, la ordalía y los juramentos rituales, la confesión cristiana en la infinita interpretación de sí de una subjetividad acechada, la inquisición como forma de colección de huellas y de prueba delictual, las estrategias que vinculan literatura y poder en las conductas cortesanas, las declaraciones y la metodología examinadora de las pericias psiquiátricas, la sinceridad romántica medida por los grados de intensidad de la expresión artística o la excentricidad del dandy para un nuevo uso de la libertad.
Es una pragmática histórica anhelada por Rorty, iniciada por su maestro Dewey, y que no pudo hacer confluir con sus intereses políticos. La despedida de Rorty del giro linguístico fue algo caótica e incompleta ya que no pudo abandonar el barco de las abstracciones semánticas de sus colegas, y en un rejunte entre el último Heidegger, el Wittgenstein tardío y Dewey, sólo llegó a su autoidentificación de liberal burgués posmoderno que no vale más que una provocación.
Este interés por las situaciones concretas es parte del pensamiento de Dewey sobre la moral. La moral no es según su punto de vista una clasificación de actos de acuerdo a normas axiológicas. Dice que toda clasificación es un asunto de comodidad, economía y eficacia. Los cerezos, agrega, serán agrupados de manera distinta de acuerdo a los criterios de un carpintero, un artista, un científico, un frutero o un hombre alegre.
Es la misma idea que ilustró con brillantez Vladimir Nabokov cuando afirmaba que la realidad es un sistema de aproximaciones. Una mariposa no era lo mismo para él, afamado lepidopterista, que para un niño o un gato.
Dewey dice que lo que importan son los adverbios. Actuar moralmente, obrar verdaderamente, este modo verbal da cuenta del devenir, más que los adjetivos o los sustantivos que parecen representar lo ya existente.
No existe una tabla moral que nos indique cómo actuar moralmente en determinadas situaciones. No existen los conceptos morales. Dice Dewey: “ una idea o concepto es una pretensión, un requerimiento o un plan, para “obrar” de una determinada manera como medio de llegar a dilucidar una situación concreta”.
No hay otra vía que emplear la inteligencia para guiarnos por situaciones en donde se presentan los dilemas morales. El sentido práctico de las situaciones, nos dice, no es evidente por sí mismo. Es preciso buscarlo. Existen deseos en pugna y bienes aparentes que constituyen un dilema. Es lo que llama “bienes en pugna” como lo son los valores que conciernen a la salud, la riqueza, el honor, la amistad, la apreciación estética, el saber, la justicia, la templanza o la benevolencia. Lo que nos obliga a lo que Jeremías Bentham llamaba “preferencias arbitrarias”.
Dewey sostiene que la moral no es un catálogo de actos ni un conjunto de reglas. Lo que se necesita son métodos de investigación e invención. A la doctrina de los fines elevados que proporcionan ayuda, comodidad y apoyo a todos los especialistas, a los estetas y a los fanáticos religiosos, les opone lo que denomina “la lógica pragmática de las situaciones individualizadas”.
Rorty 29 Educación progreso
Dewey nos instruye acerca de lo que piensa de la noción de progreso. Esta idea ha sido devaluada. Creer en el progreso es un resabio ilustrado con un candor hoy inaceptable. Demasiadas guerras, desastres y muertes, han ocurrido luego del anuncio de la tierra prometida por la ciencia y la democracia para que la idea de que la historia de la humanidad se dirige hacia un estadío de felicidad universal sea creíble.
La recta final anunciada por la dialéctica de Hegel coronada por el Estado Universal, la fase de producción irrefrenable y de conocimiento cierto característico de la era científica elaborada por Comte, y la sociedad liberada y transparente del comunismo marxista, ya son ídolos denostados por las nuevas profecías negativas bautizadas como “distopías”.
La consideración de que la ciencia es diabólica y la democracia una mentira organizada de la caduca respetabilidad burguesa, es lo que ha quedado de la vieja gloria republicana anunciada en 1870 y fenecida en 1914.
Nuestro mundo es otro. No es el del progreso. Es mutante e incierto. Sin embargo, vale la pena escuchar la voz de John Dewey que reinvindica la idea de progreso de un modo tal que hizo que Rorty la usara como emblema político y base de sus ideas liberales.
La idea de progreso que enuncia Dewey se inscribe en lo que llama “mejorismo”. Su versión pragmática de los acontecimientos de la acción y del pensamiento no se sostiene en una eficacia que sólo se mide por los éxitos. Habla de los procesos de crecimiento. La finalidad de la vida es el perfeccionamiento. Es un camino hacia la madurez que no tiene por punto final perfección alguna.
Dice que el crecimiento es el único fin moral y que le mejorismo estimula la inteligencia, nos hace más felices, porque Dewey no sólo defiende la idea de progreso como crecimiento sino que insiste que la bondad sin felicidad es un ideal tan intolerable en la práctica como contradictorio en el concepto.
Pero la felicidad tal como la entiende no es lo que llama “un saboreo estético”, al que considera una cosa floja y chirle si se la separa de la renovación del espíritu, de un recrear constante de la mente y de una purificación de las emociones. Sin un proceso activo que ansíe triunfar, adelantar, avanzar y dominar obstáculos, no hay felicidad que no muera de hambre.
Los límites del utilitarismo se deben para Dewey en que exageró los instintos adquisitivos en desmedro de la voluntad de producción, y de este modo sobrevaloró los resultados externos que nutren el placer sin darle la debida importancia al valor intrínseco de la invención. Se puso del lado de la seguridad de la posesión y no estimuló la creación experimental.
A partir de esta idea de progreso basado en el crecimiento y en la mejoría, John Dewey elabora su idea de la educación. La piensa como un proceso identificado con el progreso moral desde el momento en que éste último viene a ser un paso continuo que realiza la experiencia que va de lo peor a lo mejor.
La educación, señala, no es un subproducto que nos prepara para algo que acontecerá más adelante. Consiste en obtener del presente el grado y el género de crecimiento que encierra dentro de sí. La educación es una función constante independiente de la edad. Dice: “ un proceso educativo es el que capacita al sujeto par seguir educándose”.
La llama también “el tuétano de la sociabilidad humana”. Por supuesto que el proceso educativo es parte de un sistema en el que hay situaciones de dependencia. Dewey valora la dependencia para un ejercicio de la libertad en la formación escolar. Afirma que la apreciada independencia moral que tanto se predica equivale para el adulto la detención en el crecimiento como el estado de aislamiento nos endurece y paraliza.
Se trata mediante los procesos educativos de liberar y desarrollar las capacidades de lo individuos para que alcancen la plenitud de sus posibilidades. Para eso se necesita organización, pero las organizaciones no son un fin en sí mismas sino un paso a lo que llama la promoción de las asociaciones que multiplican el contacto fructífero entre las personas. La libertad que resulta se mide por la disposición a los cambios.
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