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Si hubo es verdad
Brandom interviene en el texto. Muestra un abanico de capacidades que explican la admiración que le tiene Rorty. Se desplaza por una serie de temas que pretenden recorrer toda la obra rortyana. En cada una de las etapas presenta sus observaciones y sus puntos de disenso. La primera parte de su escrito está dedicada al problema de las relaciones entre significados y creencias cuya discriminación hace derivar de estrategias kantianas. Para entender algo de lo que sostiene fui a Google y puse “significados y creencias” en la ventanilla del maravilloso Buscador. Encontré una definición que comparto con el lector: una creencia es el sentimiento de certeza sobre el significado de algo. Es una afirmación personal que consideramos verdadera.
No sé si es una definición que el docto considera satisfactoria, pero los legos estamos agradecidos.
Al ver que Brandom no cejaba en complicar las cosas con remisiones a las divisiones inapropiadas entre la institución conceptual de las normas y la actividad de aplicarlas, entre lo que sabemos a priori porque lo hicimos y lo que conocemos a posteriori porque lo hemos encontrado ( para mi es al revés), para después embarrar la olla con todo lo que sobra y traer a este velorio semántico al terrorífico Quine que se planta con eso de que no percibe diferencias entre cambios de significado y cambios de creencias, me dije, debo tomar una medida drástica, y puse “Frege” en el Buscador y le dije: encúentralo!
Gracias a Dios que este alemán mira las estrellas y no sólo su propio ombligo, por lo cual me dio un ejemplo de la diferencia entre sentido y referencia, una distinción nuclear para los aficionados a la filosofía del lenguaje.
“El cuerpo celeste más alejado de la Tierra”, son palabras que tienen sentido, no hay duda, sabemos de lo que se trata, pertenecemos a una comunidad de hablantes que tiene un vocabulario compartido y se entiende entre sí. Pero se tienen serias dudas de que esta frase con sentido tenga un referente. Es así, ese cuerpo no sabemos si existe, nadie lo vió, a lo mejor en este momento se lo tragó un agujero negro, o sencillamente no hay nada que esté más lejos en un universo curvo, whatever.
Dice Frege que aquello de lo que se quiere hablar es la referencia, pero sucede que puede querer hablarse de las palabras mismas, o sea, de su sentido. Una de estas formas de hacerlo es la cita con su correspondiente entrecomillado.
Al fin comprendemos que en la suma semántica de Davidson haya una preocupación insistente sobre las comillas aunque aún no desentrañemos la razón de similar inquietud por el problema del deletreo.
Armados entonces hasta los dientes volvemos al texto de Brandom y nos dedicamos a entender el ejemplo que nos da para refutar la tesis rortyana sobre que no hay verdad antes de la que se la diga…no, está mal dicho, que la verdad no es de orden de los hechos sino de los dichos…no, tampoco está bien, parece que ya escribió Foucault, sigo entonces con que no puede haber “true claims” antes de “true claimables”, afirmaciones verdaderas antes que vocabularios.
En suma, Brandom apela a la física y dice:
1- Había fotones antes que palabras
2- Se dio el caso ( cuantificador de acuerdo a la notación freguiana) en “que”
3- Es verdad que había
4- Hubo
5- Fue cierto
6- Se dio el caso en que fue verdad
Hemos enumerado seis operadores de oración – así se dice – en relación a la palabra verdad por las que se ha demostrado que había verdades acerca de los fotones antes de que se lo formulara.
Para decirlo en castellano, no tengo dudas de que había fotones antes que alguien dijera hay fotones. Que no me vengan mis amigos los nominalistas a decir que no eran fotones ya que fotones es una palabra porque les largo los perros. Había fotones, lo dice Brandom, y lo dicen todas las personas aún sueltas, no digo libres, sino sueltas.
Rorty responde que la verdad es que no quiere discutir si las reglas del béisbol existían antes de que se lo jugara. Si en los tres primeros segundos de la existencia del universo ya estaban establecidas las reglas del béisbol, sólo podían estar cubiertas por un “horsehide”…que con la ayuda del Buscador y del Diccionario, es tanto la piel de caballo como la idea de jugar al escondite, y que me hace pensar en el de Troya.
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El éxito de los vocabularios
Brandom cita una frase de Abraham Lincoln a quien llama un semántico y lógico modal, : “si le diéramos a la cola de un caballo el nombre de pata, ¿cuántas patas tendría el caballo? Cuatro. No se puede modificar la cantidad de patas que tiene el caballo por un uso diferente de las palabras”.
La conclusión que extrae el filósofo norteamericano es que no se pueden modificar los hechos no linguísticos cambiando la lingüística.
Brandom acompaña a Rorty en los temas de sus escritos anotando las siguientes observaciones. Respecto a la relación entre hechos y creencias afirma que los hechos están atrapados en una red de prácticas sociales endosadas. La palabra “endosado” (endorsed) se refiere a que la interpretación de lo que sucede y la verdad de lo que existe pasa a través de una serie de aserciones que nos llegan de otros a quienes atribuímos una determinada credibilidad. Endosar una exigencia de verdad o ola afirmación de algo como verdadero (truth claim) es considerar como verdadera la afirmación de otro.
Las verdades se relacionan con la justificación de las creencias y las atribuciones que hacemos de hechos que consideramos creíbles.
Respecto de la posición de Rorty acerca de la inconmensurabilidad de los vocabularios, la afirmación de que no hay un vocabulario mejor que otro, Brandom sugiere que en realidad un vocabulario puede ser más conveniente de acuerdo a la finalidad hermeneútica que persiga.
Un vocabulario causal es mejor para predecir la trayectoria de una bola de billar cuando recibe el impacto de otra. Como es mejor lo que llama “ vocabulario de vocabulario” para diferenciarlo del causal cuando se trata de discutir las relaciones entre la poesía de Blake y la de Wordsworth.
Brandom señala la existencia de dos perspectivas de análisis dentro del pragmatismo, a una la llama naturalista y a otra historicista. Por un lado los vocabularios pueden estudiarse como parte de estrategias evolutivas relativas a organismos que quieren sobrevivir, adaptarse y reproducirse. Las unidades linguísticas funcionan como instrumentos útiles para conseguir determinados fines.
El pragmatismo clásico aplica el vocabulario causal que le permite el control y la predicción sobre el entorno natural. El mismo Rorty dice que este tipo de vocabulario es el empleado para llevar a cabo un trabajo como el efectuado por un artesano o de parte de quien debe proyectar una obra según un plan preestablecido.
Pero señala también que este tipo de uso no es aplicable para obras de creación como en Galileo, Yeats o Hegel, de los poetas en general en tanto productores de novedades, labores en las que no se puede predecir lo que se hará antes de desarrollar el lenguaje en el que se ha de expresar.
Brandom dice que el pragmatismo discursivo de Rorty toma muy en serio las modificaciones de vocabulario y la creación de novedades que convierten en obsoletos e irrelevantes los anteriores. Pensar así, agrega, es pensar en vocabularios de vocabularios y no en vocabularios de causas.
Nos da un interesante ejemplo sobre el cruce de ambos usos del lenguaje. Se pregunta por el éxito de un vocabulario deteniéndose en la cultura árabe cuando traduce los textos griegos y da comienzo a una época ilustrada que recorrerá desde Bagdad hasta el al Andalús. El interés de los árabes por los griegos nace de los resultados que descubren en su medicina. Este descubrimiento los inclina a profundizar en la cultura que le dio origen.
Encontraron la llaves de un progreso en lo que podemos llamar un lenguaje causal o naturalista, y su extensión a otras producciones los hizo rehabilitar un lenguaje ya poco exitoso como la filosofía platónica y la aristotélica.
El uso teórico y tecnológico de un vocabulario como el de la medicina griega correspondía a valores universales que tienen que ver con la supervivencia y la mejora en las condiciones de vida. Son fines que comparten todos los vocabularios disponibles y evaluados, que hacen intersección con un vocabulario limitado como el de la filosofía griega que sin constituir obstáculo para el desarrollo del anterior no correspondía a la misma inquietud.
La distinción rortyana entre vocabularios exitosos y otros retrógrados pueden no darse en un mismo nivel sino situados en perspectivas diferentes y componiendo un mismo fenómeno cultural.
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Naturalismo e historicismo
Brandom hace una serie de advertencias respecto de los enfoques naturalistas e historicistas de la hermenéutica pragmatista. Dice que el pragmatismo naturalista corre el riesgo de reduccionismo y filisteísmo cuando sostiene que el romanticismo es un asunto que puede interesar a estetas ya que la poesía romántica en nada ha contribuído a la supervivencia de los seres humanos. Esta es una posición característica no de lo que se llama pragmatismo sino de este filisteísmo que desprecia el arte y que mide por sus resultados prácticos el valor de las actividades humanas.
Por otra parte el pragmatismo historicista puede abusar de autocomplacencia cuando lanza una mirada recurrente que guía todo lo anteriormente producido como la antesala que lleva a la cumbre de su presente.
Brandom le recomienda al naturalismo que entienda que los vocabularios nos dan la capacidad práctica para innovar y rehacernos a nosotros mismos. Al pragmatismo historicista le aconseja salir del relativismo y del parroquialismo para que comprenda que hay propósitos que trascienden a los vocabularios.
El pragmatismo, concluye respecto de estas recomendaciones, debería incluir vocabularios complementarios generados por las perspectivas naturalistas e historicistas.
Evocando a Mao dice que es bueno que florezcan cientos de pimpollos privados y cientos de escuelas de pensamiento, clamor poético que hace eco a otro de Davidson que para superar las dicotomías excluyentes entre verdades, deseos, intenciones y creencias, decía: “ ¿por qué hay que ser tan mezquino en la distribución de premios? Soy feliz si tengo infinidad de manzanas de oro para repartir a mi alrededor”.
Rorty aprecia esta generosidad tan poco usual en filósofos de la escuela analítica. Pero de todo esto me gustaría detenerme en una sola palabra, en realidad en un prefijo, en el “re” de rehacernos a nosotros mismos del llamado historicismo en este nuevo uso privado de la razón. Con frecuencia se ha empleado en la terminología romántica del arte de vivir, siendo también usual en los estudios sobre la moral estoica de Foucault, el “hacerse a uno mismo”. Este “re” es importante. Nadie se hace a sí mismo como si fuera su propia materia prima. En todo caso, somos una materia segunda porque, por un lado, no hay primera, y además porque las identidades que adquirimos y las actitudes que cambiamos son derivadas sobre un trabajo no necesariamente planificado bastante parecido a lo que Rorty describe en la expresión que resulta de la obra de arte. No se sabe qué sucederá antes del emprendimiento en el que se está inmerso.
Pocos se rehacen a sí mismos y muchos se adaptan a su entorno con un “después de todo” funcional al mantenimiento del sistema de vida que sirve de marco. Una mezcla de voluntad y desesperación más que de premeditación racional impulsa a ciertos cambios.
Esto en lo que concierne al rehacerse de las vidas personales y a algunas de sus expresiones. En lo que atañe a las producciones culturales, estos cambios pueden señalarse en el vocabulario. Es lo que hizo Michel Foucault en Las palabras y las cosas, tratando de dar cuenta de las discontinuidades en la historia del saber, a partir de una serie de divisiones entre enunciados, positividades y epistemes. Insistió en que el concepto de enunciado no es el de frase ni el de proposición, sino que se lo comprende al interior de unidades mayores cuyo significado está dado por la sintaxis de modelos epistémicos que diagraman las reglas que deben seguir los discursos para ser parte de una constelación histórica determinada.
No hay “motivos” para el cambio de discursos, la descripción de un lenguaje nuevo aparece como ya existente, a lo sumo se pueden señalar momentos de transición, o escenarios críticos en los que la vieja manera de describir entra en crisis. Es en donde aparece en el texto de Foucault el Quijote de Cervantes que pone en crisis el discurso renacentista que mezclará palabras y cosas, y el Marqués de Sade cuyos textos ponen fin al discurso cartesiano de la representación.
Dos puntos más para terminar con este racconto del análisis de Brandom. Dice que en realidad el mero uso de un vocabulario ya nos dispone a un mundo de permanentes cambios. No hay un vocabulario estable cuyo uso lo modificará, sino que el habla ya es modificación de la lengua por su mismo ejercicio. Declara seguir en esto a Chomsky. Por otra parte dice que no hay lenguaje privado sino siempre compartido con la tribu a la que se pertenece. Todo uso de vocabulario responde a normas implícitas de prácticas comunitarias. Lo que no significa que se compartan sus valores. Despega a la ética de la gramática.
Finalmente, recupera el valor de la vilipendiada metafísica, a la que otorga la capacidad de mostrar como “ hang together” los saberes de una época. Es la tarea de la metafísica desde un punto de vista que llama “modesto” que ha renunciado a un lenguaje Maestro o Amo, y reorganiza el campo cultural de su época.
A esta afirmación sólo quisiera señalarle que desde mi punto de vista, no necesariamente lo reorganiza, sino que puede desorganizarlo o dispersarlo de acuerdo a la jerarquía que impone, y que muchas veces son los buenos profesores de filosofía y los eximios historiadores quienes hacen ese trabajo de ordenamiento que nos hacen inteligible un fragmento de historia.
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