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EL DIVINO JEAN-JACQUES (JJ) Y LA MALDITA OPINIÓN
El amor de sí
Hay una obsesión que persigue a Rousseau durante toda su vida: se llama la Opinión. Lucha contra ella encarnizada y aplicadamente en miles de páginas. Si se toman en cuenta las confesiones, las meditaciones del caminante solitario, los diálogos entre Rousseau y Jean Jacques, la defensa contra la censura de sus obras y su correspondencia editada en varios tomos, Rousseau tiene una voluminosa obra en defensa propia. La Opinión es la difamación, que aunque pueda virar hacia el encomio y el elogio, no impide que los avatares de la apreciación pública y los manejos tentadores de la reputación, acechen como el mayor de los peligros.
Conquistar la mirada de los otros, luchar para que la lengua de la sociedad no sea viperina sino dulce, halagadora, lleva toda una vida finalmente perdida. Las pasiones del alma puestas a circular en sociedad son la condena del individuo. Para reestablecer los verdaderos valores y para permitir que el hombre concrete un destino de felicidad y libertad, el cambio debe ser de raíz. Participar de la batalla de la opinión pública para limpiar un nombre, deshacer entuertos, lavar una afrenta, reestablecer la dignidad, es un litigio interminable. Es la base misma de la sociedad la que se nutre de la mentira, la necesita como el pan de cada día, vive de sus variaciones maléficas, y diagrama un espacio público en el que la intriga es su fluído vital.
No es el reto a duelo lo que restituye un honor. No sólo porque esta ceremonia esté en desuso, sino porque las artimañas del escarnio son cada vez más sutiles, sus armas invisibles, su origen ubicuo y sus portavoces fugaces. El mundo cortesano en el tránsito que lo lleva del espíritu guerrero de las fortalezas feudales a los bailes de máscaras de los palacetes absolutistas, se vuelve cada vez más ceremonioso, más supeditado a rituales de pequeña sociabilidad, las galerías de los espejos duplican los gestos y multiplican los ojos, y los placeres de la conversación, de la ornamentación, de los maquillajes y de las posturas galantes, crea un arte de la apariencia y de la artificiosidad.
Esta mascarada hipócrita es la que se ha volcado a la ciudad abierta de los ciudadanos. El rumor y el murmullo de los corrillos, de los pasillos y las cámaras reales, se ha desplazado a los bulevares, a los cafés, a las logias, hasta llegar a las mismas imprentas que estampan la mentira en sus codiciados libelos. La Ilustración, el reinado de los filósofos y las ambiciones de la Enciclopedia, no han hecho más que agregar petulancia a la bajeza de la Opinión.
Rousseau llama “amor propio” al sentimiento que teje esta red de imposturas que caracterizan a la vida social. Este sentimiento, que se convierte en una pasión por su carácter dominante e ineludible, se origina en la deformación de un sentimiento noble e innato: el amor de sí.
Los filósofos del derecho natural, desde Grotius, Pufendorf, Locke, hasta Hobbes, recompusieron el escenario que habitaban los primeros hombres. Conocer el estado natural de la humanidad, volver a trazar la génesis de la hominización, nos permite conocer la naturaleza humana, y una vez despejada esta incógnita estamos en condiciones de pensar el mejor modo en que los hombres pueden asociarse, gobernarse, en paz y libertad.
Conservar la propia vida es el instinto base de la vida animal al tiempo que se convierte en un atributo humano en tanto ser biológico. El amor de sí es un sentimiento benefactor que parte de la premisa de que no buscamos morir ni sufrir. Darse preferencia a uno mismo, como dice Rousseau, es algo natural. Por ser el único individuo viviente que sabe que ha de morir, el hombre tiene conciencia de su estado, no lo sigue automáticamente, y al despegarse de sus instintos es capaz de percibir el camino natural de su existencia. El amor está en la base de la existencia y se prolonga en los cuidados maternales. La pequeña familia animal ilustra este amor de sí compartido.
Como en los orígenes de la humanidad los hombres pocas veces se encontraban entre sí, ya que los espacios eran inmensos y y el número de hombres exiguo, al ser depositarios de los bienes terrenales profusos en los bosques – el primer habitat natural - los encuentros eran azarosos, intermitentes y sólo ansiados cuando el aguijón del deseo sexual así lo compelía. La sexualidad hace al hombre un ser social aunque de un modo esporádico, y el amor de sí, sentimiento permanente, nos hace buscar el bienestar.
La alteraciones climáticas y geológicas produjeron cambios vitales en la existencia del hombre. Diezmaron las reservas naturales y crearon la escasez. La palabra “forêt” empleada por Rousseau puede traducirse por bosque si imaginamos un lugar silvestre, una selva europea, no tropical, también podemos decir foresta, este bosque ya no abastece a los hombres de la recolección, los obliga a circular en busca de alimento, a encontrarse a menudo, a pelearse por los bienes ya raros y a inventar métodos de producción de riquezas. La agricultura y la metalurgia son las primeras artes civilizatorias del hombre de la escasez. Pero lo que deformará el amor de sí en una pasión negativa y hostil, es el escenario que se levanta alrededor de las primeras viviendas del hombre: las cabañas, o para otros, el árbol de gran follage que es centro de la comunidad.
Después de las cosechas, en el reposo nocturno, los hombres festejan la labor cumplida con cantos y bailes grupales. En estas ceremonias colectivas hay quienes se destacan por su gracia, belleza y habilidad, y conquistan la mirada del prójimo. Surge la necesidad de ser mirado, lo que inevitablemente se convierte en una situación competitiva ya que la mirada es siempre fugaz respecto de la aspiración a exhibirse, y de la necesaria comparación entre unos y otros en esta contienda, nace el amor propio.
A diferencia del amor de sí, el amor propio debe ser apropiado, conquistado. Esta situación produce la escisión entre el ser y el aparentar, y, la apariencia, finalmente se desprende de su fuente, se repite en una cronicidad hueca y persistente, para sobrevolar ella sola frente a la lujuriosa mirada de los hombres.
Rousseau combate la moralidad de su tiempo. Es un filósofo moral que ha concebido el modo en que los hombres de todos los tiempos deben organizarse para ser libres y buenos. Porque no se trata de la sola libertad, sino del modo en que nos hacemos daño los unos a los otros. No sólo que no nos esclavicemos, que no abusemos de los otros ni que no nos dejemos abusar, sino que deseemos que así sea. Para que esta realidad se concrete es imprescindible cambiar la sociedad y cambiar al hombre mismo. Una solución de raíz y fundante.
La prédica cristiana de desearle al prójimo lo mismo que deseamos para nosotros mismos, es demasiado exigente. Hay que reformular la sentencia basándonos en la naturaleza humana y en el amor de sí: hacer nuestro propio bien con el menor daño posible para el prójimo. Pero este sentimiento no es suficiente. En la naturaleza humana, en su estado natural, existe otro componente que permite la realización de este deseo de bien. El amor de sí se acompaña de otro sentimiento innato: la piedad.
El no querer ver sufrir al prójimo, auxiliarlo cuando así lo necesita, es un deseo que lo vemos desde la misma procreación, en el cuidado de la madre. A diferencia de los filósofos del derecho natural que comenzaban sus elaboraciones sobre las formas de gobierno con la discusión de la autoridad paterna, de su carácter absoluto o consensuado, para luego derivar de este ejemplo a las formas necesarias de la autoridad política, Rousseau afirma que la familia es un agrupamiento natural en el que se practica el amor de sí y la piedad. No resulta de ninguna convención.
El amor propio
Hasta sus cuarenta años Rousseau nada tuvo que ver con el mundo de las letras. Nace en 1712 y su vida hasta 1752, es de vagabundeo, oficios varios, estudios interrumpidos, y una devota afición musical. La música se convierte para él en un oficio de toda la vida que le permitirá tener algo que estima como una necesidad básica: la independencia. Aprende el oficio de copista de partituras y le dedica la mayor parte de su tiempo. Talentoso para este quehacer, inventa una nueva notación musical y compone numerosas obras, algunas de ellas elogiadas y con gran éxito, como El adivino de la aldea.
Al escuchar esta ópera como alguna otra de sus composiciones musicales, aún sin tener vastos conocimientos en la materia, sabemos que nos encontramos con alguien dotado para el oficio. Las acérrimas críticas de Rameau como el elogio de Mozart – de quien se dice que en su Don Juan se inspiró en las voces alternadas en permanente diálogo de las arias de las óperas de Rousseau – nos hablan de alguien que se hizo conocer por la música antes que por su literatura y con un don superior para las musas que otro filósofo músico: Nietzsche.
Lo dice él mismo cuando compara los beneficos que recibe de las funciones operísticas con el resultado de algún libro suyo, el tiempo que le llevaba la composición – a lo máximo un par de meses – y los textos elaborados durante años. Mientras lo primero redituaba aplausos lo segundo sólo persecuciones.
En 1750, a los treinta y ocho años se presenta a un concurso académico y sale premiado. El tema a desarrollar en lo que se conoce por primer Discurso se llama: Si el Reestablecimiento de las ciencias y de las artes han contribuído a mejorar las costumbres. La respuesta de Rousseau es contundente: No.
Para él hay dos tipos de hombres: el hombre simple y rústico que trabaja con sus manos y siente con su corazón, y el hombre con peluca que detrás de su cortesía y urbanidad disimula su frialdad, el odio y la traición.
Ni los tan amados griegos son ejemplo ya que no eran más que un pueblo ocioso que mientras hablaba del bien y del mal llamaba bárbaros a los que no se deleitaban con esas sandeces. Los romanos que practicaban la virtud, dejaron de hacerlo cuando comenzaron a estudiarla. Nadie mejor que dos pensadores de la talla de Sócrates y Catón sabían de estas aficiones tan delicadas que ellos mismos intentaron depurar. Rousseau dice que la prestigiosa astronomía nace de la superstición, la elocuencia de la ambición, de la adulación y de la mentira. La geometría se origina en la avaricia, la física de la vana curiosidad, y todas de una misma moral: la que enaltece el orgullo humano.
¿ Qué serían las artes sin el lujo que las adoba? ¿ Qué utilidad tendría la jurisprudencia sin la injusticia? ¿ Para qué serviría la historia sin las guerras y los tiranos?
¿ Qué sucedió con la gran empresa imperial de Carlos V que ni siquiera pudo soportar un ataque de los pescadores de arenques de los Países Bajos?
La honestidad ha sido sepultada por una nueva aparente virtud: el talento. Que un libro sea útil no tiene la menor importancia para los cosechadores de halagos porque lo que vale es si está bien escrito. Por eso abundan estos supuestos geniecillos encarnados en astrónomos, médicos, poetas y filósofos charlatanes. Y por la misma razón no hay verdaderos ciudadanos.
El primer premio obtenido por Rousseau gracias a la generosidad y al reconocimiento de la Academia de Dijon, nos muestra que la Ilustración estimulaba el debate de ideas y, fundamentalmente, el ingenio. Los espíritus originales eran bienvenidos en un mundo en el que las monarquías no sólo ya no temían sacrilegios a su potestad sino que estimulaban el talento y la gracia de ciudadanos dispuestos a ofrendar su arte.
Rousseau entregaba al circuito de pelucas su desprecio por las mismas, y lo aplaudían.
Cinco años después escribe su segundo Discurso: ¿ Cuál es el origen de la desigualdad entre los hombres y si está autorizada por la ley natural? Está dedicada a Ginebra, su ciudad natal, a la que siempre consideró su patria. En este texto se desarrolla la metamorfósis del amor de sí en amor propio. Le agrega la preocupación por señalar en la historia de la humanidad el momento en que el derecho sustituye a la violencia que hace que la naturaleza quede sometida a la ley.
Intenta demostrar que en su origen, en el estado natural, los hombres no eran violentos ya que vivían dispersos y no debían luchar por la posesión de las cosas. Desgraciadamente la socialización introdujo el “esto es mío” y el “ser mirado y admirado”, la posesión y la vanidad, con lo que no solamente trajo consigo la violencia sino también la mentira.
Los relatos de viajes, las descripciones de otras razas y nuevas geografías eran parte del interés ilustrado. Rousseau aficionado a los relatos de los navegantes, encuentra que el pueblo caribe es el que más se asemeja al perdido hombre natural. Sólo los caribes no le tienen miedo a la oscuridad de la selva ni a los animales que acechan. Conocen la tierra en la que viven de tal modo que se integran a ella. Son parte de la misma, y sus instintos despiertos les permiten la tranquilidad y la seguridad del hombre en consonancia con su sitio. Los hombres habrían evitado males mayores si conservaban este modo de vida simple, uniforme y solitario. También tiene palabras de elogio para los hotentotes del Cabo de Buena Esperanza - no es el único, también Kant tiene palabras de aliento hacia ellos - por su formidable vista que puede llegar a ver a los buques holandeses a una distancia de la costa que el hombre blanco sólo alcanza a percibir con catalejos.
Los hombres al perder su animalidad no han logrado nada que pueda enorgullecerlos. Dice Rousseau: “ si los animales en pocos meses ya son lo que serán toda su vida, ¿ cuál es la razón por la que el hombre es el único sujeto que se convierte en un imbécil?”
Para no dejar dudas, agrega: “el estado de reflexión es antinatural, el hombre que medita es un animal depravado”. Pensamientos como éste hacen reir. Son fácil presa para los espíritus irónicos. No hace falta un Voltaire para decir que a Rousseau le gustaba vivir en los establos. Pero así como el divino Jean Jacques era un excéntrico al que Diderot calificaba de misántropo, induciendo a pensar que aquel que necesita tanta soledad y tanta pradera para sentirse en armonía, no debe ser una buena persona, y así como otros dijeron - y fue la cruz de la vida de Rousseau - que era un farsante cruel y sin escrúpulos, también recibió la bendición filosófica de uno de los más grandes - sinó el más grande de la época - : Kant.
La conocida anécdota de los vecinos de Könisberg que evocaban el único día en que el filósofo había faltado a su famoso paseo de las 17hs, imbuído que estaba en la lectura de Emilio, verdadera o falsa, es real. Kant extrajo, dedujo, revistió con nuevos ropajes, los pensamientos de Rousseau acerca del enlace teórico entre la voluntad, la libertad y la Ley, lo hizo también sobre la bisagra entre la razón, el entendimiento y la imaginación, y, además, hizo sus observaciones sobre la conexión que intuyó Rousseau entre la facultad de juzgar y el gusto. No es poco en la obra del gran Kant.
Amor de mujer
Los dos filósofos más allá de su convergencia en cuestiones de gran envergadura teórica, tienen puntos en común respecto de otras más mundanas. Por ejemplo las mujeres. Lo que los une es su incomodidad filosófica para conceptualizarlas. Por un lado porque las hembras no pertenecen al orden del concepto. En el caso de Rousseau este obstáculo metodológico no sería mayor porque todos saben la importancia que el ginebrino le da al “corazón”, y las mujeres han sido asociadas con frecuencia a este órgano tan frágil y traicionero. La diferencia con Kant es que para el maestro prusiano el pensamiento sobre la mujer en nada varió en los dos mil doscientos años que transcurrieron desde Platón hasta su cuna. Sólo que mientras en el mundo griego la sexualidad constituía una sociabilidad presente e insistente, una pulsión activa en la vida, merecedora de cuidado, atención, preocupación y práctica, en los tiempos modernos, se había pasado por el agua bendita del calvinismo, como lo hizo Kant, lo mismo que Rousseau.
Esto no sólo supone un vigilante rol de la conciencia, de su voz, que sustituye al mundo icónico, fetichizado y artístico del catolicismo romano, sino también una imagen de la femineidad más conflictiva.
Por un lado - en el segundo Discurso - dice que el amor no es más que un sentimiento fáctico originado en la vida social. Este artificio es celebrado por las mujeres con mucha habilidad y esmero. De este modo pueden construir su imperio y hacer dominante un sexo que naturalmente debería obedecer. En otras ocasiones suele ser más sutil. No todas las mujeres son iguales. Prefiere, dice en sus confesiones, “señoritas” a domésticas y empleadas de comercio. Esta elección, agrega, no se debe a cuestiones de rango, sino a una apariencia embellecida por el cutis, la ropa, el porte, el vocabulario. Su odio a las pelucas, a los afeites y los talcos, podía morigerarse en ciertas situaciones. Tampoco desdeña, por el contrario, lo que denomina “conversaciones con mujeres de mérito, más convenientes para la formación de un joven, que la filosofía de los libros”. En otra ocasión, recordando su vida en Venecia cuando trabajaba en la Embajada francesa de aquella ciudad, y entraba y salía de salones con mujeres provocativas, concluye luego de experiencias complejas, que las mujeres son como “ asíntotas”, que traducido al lenguaje popular significa, que se van por la tangente.
En la vida y obra del divino Jean Jacques, la mujer importa en la medida en que se le aparece como culpa originaria. Su madre muere cuando nace. Dice en sus Confesiones: “ mi madre murió cuando nací, mi nacimiento fue mi primera desgracia”.
Luego en los comienzos de este mismo relato, cuenta que a los ocho años fue castigado por la mano de una mujer de treinta. Este castigo “decidió mis gustos, deseos, pasiones, por el resto de mi vida”. Lo que decidió, como él mismo repite, es que desde ese momento JJ fuera un ser con la sangre hirviente de sensualidad.
El placer unido al castigo podía llegar hasta la depravación, así lo confiesa, hasta la locura, pero advierte: “no eliminó, sin embargo, las honestas costumbres”. Nunca se sabe qué pensar de Rousseau. Para algunos, como Foucault, bordea la locura, otros lo ven patético, muchos ingenuo, para no hablar de los que lo consideran uno de los filósofos políticos más influyentes de la era moderna. Un hombre, sin dudas, diversamente facetado, que agrega: “ arrodillarme frente a una amante imperiosa, obedecer sus órdenes, pedirle perdón, fueron para mí goces dulces”.
La sinceridad para JJ no es sólo una virtud, sino un acto definitorio. Ser sincero es una tarea concluyente, el cierre del círculo de una identidad. Ofrecerse al mundo sin ocultar nada, poder sostener ante la mirada de los otros una vergüenza dolorosa, exhibir aquello que de nosotros repele, renunciar a la conquista y a la seducción sin hacer trampa y no especular con el posible consuelo es...sincero, pero: ¿qué es ser sincero? ¿ cómo reducir a la nulidad la duplicidad que nos constituye? Se confiesan los cristianos ante el poder del Creador y de sus ministros, pero ¿qué vale la confesión de un escritor ante sus lectores? ¿Por qué ese clamor por “otra” opinión de quien la trata como el mayor de los males?
Para dirigirse a la opinión que se menosprecia, será necesario barrer, eliminar y destrozar, la esencia de la opinión: la vanidad. Si lo que se muestra de lo propio es lo menos visible y lo más feo, eso horrible que ocultamos, aquello que nadie debería conocer, la vanidad destrozada de un lado corta el otro lado del puente. En lugar de un encuentro entre vanidades, la sinceridad permitirá una nueva relación: la que se da entre corazones.
El llamado del corazón, esta vez el bueno, sólo nace cuando se pierde el rostro. Dice Rousseau: “no es lo delictivo lo que es difícil de confesar sino lo ridículo y vergonzoso”. Una vez rota la vana opacidad del artificio, ya la sinceridad establecida, puede afirmar: “ desde ahora me siento más seguro de mí mismo, después de lo que me atreví a decir, nada me puede detener”.
Hablábamos de las mujeres. Mme de Warrens a la que JJ llamama “mamá”, diez años mayor que él, lo desfloró. Rousseau muere a los sesenta y seis años mientras escribe el décimo “paseo” de Las ensoñaciones de un caminante solitario, en el que recuerda:
“ Para amar debo retirarme. Comprometí a mamá a vivir en la campiña. Una casa aislada en la pendiente de un valle fue nuestro asilo, y allí, en el espacio de cuatro a cinco años, gocé de un siglo de vida y de felicidad pura y plena que envuelve con todo su encanto todo lo aborrecible que es mi actual existencia. Necesitaba la compañía de una amiga para mi corazón, la poseía. Deseaba vivir en el campo: lo conseguí; como no soportaba la sujeción, en ese momento me sentí libre, más feliz que libre, atado a lo que más quería, sólo hacía lo que quería hacer (…) Mi único temor era que no durara lo suficiente….”
Este décimo paseo inconcluso es lo último que escribió Rousseau. Sus pensamientos se dirigían a mamá.
Teresa Levasseur. Ha sido la esposa de JJ. La conoce a los treinta y algo de años, ella era mucho más joven. No fue un amor a primera vista, digamos que fue una conmiseración a primera vista. La modestia y la dulzura de la niña lo conmovieron. No tanto su discapacidad intelectual. Nunca supo leer. No conocía las horas ni el calendario. No conocía las cifras, no sabía contar dinero ni entendía los precios. Llamativamente, dice Rousseau, las palabras que le venían eran lo contrario de lo que quería decir.
Rousseau debía divertirse bastante con ella ya que confiesa que estas torpezas las divulgaba entre sus amigos y “fueron el hazmerreir de la sociedad”. No olvidemos que JJ es sincero, por lo tanto está disculpado. Sin embargo, este ser impresentable podía ser sorprendente. “ Siendo tan obtusa, estúpida, en las ocasiones difíciles, sus consejos eran excelentes. “ Veía lo que yo no veía”.
Se casa con Teresa veintitres años después de conocerla. Le gustaba pasear con ella, merendar sobre la hierba, tender un mantelito en el balcón de su cuarto y compartir pan, queso, cerezas y algún vasito de vino hasta el anochecer mirando el deambular de los paseantes. Y le gustaba preñarla….dicen unos, otros dicen que es mentira, pero JJ confiesa no sólo que es verdad, sino que asume que es SU verdad.
Esta S y esta U, motivan las ochocientas páginas de Las confesiones y cientos de páginas de otros textos. JJ tuvo con Teresa cinco hijos. A los cinco los depositó en el orfanato. Ese hogar llamado así: Depósito. Lugar de entrega de los niños expósitos. Trata de ocultar el hecho. No habla de él, aunque sus amigos, los que aún tiene, lo saben, y no dicen nada. Teresa a veces se resiste y no quiere abandonarlos, JJ no le deja alternativa.
No será hasta 1764, a los cincuenta y dos años de edad de Rousseau, que el abandono de sus hijos dará tela para la condena pública y la invasión definitiva de la maldita Opinión. Esto se lo deberá a la denuncia que Voltaire hará en su libelo Sentimiento ciudadano ( Sentiments des citoyens).
Pero esto concierne al problema de los pequeños, próximo tema , por ahora seguimos con las mujeres. Enamoramientos como los que tuvo hacia Mme Houdetot, o complicados lazos sentimentales, de lacrimosa retórica, confesiones y contraconfesiones, barullos y aclaraciones, declaraciones y arrepentimientos, ofensas y agravios, desgarradoras increpaciones sobre la deslealtad y su sutil diferencia: la falta de lealtad, es parte del torrente sincero de sus confesiones. Mucho más claro es el diseño verbal que hace de su suegra.
Paseo y filosofía
Pero antes de hablar de este ser para JJ ignominioso pero útil, debemos completar la escena con su afición predilecta: sus paseos. Rousseau es uno de los filósofos que más ha paseado. El caminar y el pensar han tenido en la historia de la filosofìa varios ejemplos conocidos. Fue la lógica medieval la que clausuró al filósofo en la humedad del muro, en la oscuridad y el pequeño resplandor de la vela y el libro. En la Antigüedad los elementos de la naturaleza aún le daban qué pensar al hombre. Después, una vez que Dios se encargó de la cuestión, no hizo más falta que entender el Verbo.
La filosofía peripatética debía haber sido algo más que conversar y hablar. Hay quienes ponen los puntos sobre las íes y aclaran que Peripatós se refiere al lugar en que se había instalado el Liceo de Aristóteles y que designa un Paseo Cubierto, senderos que atraviesan arcos, arquitecturas que los eruditos sabrán describir al remontarse a los orígenes de la filosofìa, cuando los filósofos transitaban el Ágora, el Pórtico, la Academia, ahora el Liceo, y luego el Jardín. Todos estos nombres de sitios reenvían a un exterior. El mismo Aristóteles, según el libro de Pierre Louis, Rector de la Academie de Lyon, La decouverte de la vie. Aristote, amante del afuera, acompañaba a los pescadores de Lesbos en la pesca a la linterna. Hay quienes sostienen que Aristóteles le regaló un jardincito a su discípulo y continuador Teofrasto. Por su parte, Epicuro, según la profesora Cristina Ambrosini, compró en el año 306ac, un lotecito, un pequeño jardín, “en el que cultivó la amistad y algunas hortalizas”.
En este pequeño reducto Epicuro compartía los placeres de la conversación con Hermarco, Metrodoro, Timócrates, Colotes, Poliano, y, probablemente, según sostiene José Ferrater Mora, Ctesipo. La barra brava del hedonismo.
Esto viene a cuento de las caminatas de JJ. Caminar era su pasión. Lo hacía porque lo llevaba en la sangre. Si no caminaba se moría. No era como Nietzsche que lo hizo por mal de ojos. Las migranias lo alejaron de las bibliotecas, la falta de talento, de las salas musicales, y con esta doble carga, dejó libros y partituras, y los Alpes italianos lo vieron rondar cada día - según algunos biógrafos - hasta doce horas. Una exageración biográfica, aún cuando haya consenso de que el filósofo del martillo tenía piernas musculosas y pectorales bien desarrollados.
Rousseau, que era pequeño de estatura y endeble de contextura, salía a caminar por sus lugares favoritos. No le gustaba la llanura, buscaba terrenos ondulados, cuchillas y colinas regadas por arroyos, cuando el relieve se volvía más abrupto, su placer aumentaba con rocas escarpadas, gozaba como una cabra, y cuando atravesaba un bosque, había que ir a buscarlo.
El gran aire y el gran apetito, la liberación del alma. A la felicidad la describe así: un huerto al borde de un lago, un amigo leal, una mujer amable, una canoa, y una vaca, es la perfecta felicidad en la tierra.
Imaginemos que los filósofos ilustrados, sus supuestos colegas, que estaban escribiendo y editando las decenas de tomos de la Enciclopedia, y los alardes de erudición que estaba en boga en la época, miraban a este señor tan talentoso, cuando quería, con cierto pasmo.
El hecho es que mientras caminaba se le oxigenaba el pedestal y la sangre agitaba la sinapsis que chorreaba enzimas. Traducido de la neuroquímica significa que tenía ideas, pensaba. Algunas veces llevaba un cuadernito de hojas blancas y un lápiz, pero con frecuencia pensaba “a capella” . Dice: “ las ideas vienen cuando ellas quieren”.
Luego, al terminar de cenar, se acostaba y, gloria y pasión de los creadores, no podía dormir. El insomnio lo devolvía a los pensamientos del día. Seguía elucubrando. A la luz del alba, ya ahíto de ideas y de cansancio, se sentaba en su mesa de trabajo, frente a una hoja en blanco, y milagro de mimesis, su mente se blanqueaba, no recordaba nada de lo que había pensado en sus horas de suela y las otras de sábana. Nada. Vacío. Y ahora aparece la intrigante suegra, la que le llenaba la cabeza de ideas infames a su hija cuya mejor virtud era justamente su falta de ideas, y sublimó esta infausta y hostil tarea, en algo provechoso. El ritual se mantenía igual, caminata y mirada al techo, y a la mañana, ponía a la suegra en la mesa y anotaba todo lo que JJ le dictaba desde la cama.
Gran parte de la gloria del maestro del Contrato social se lo debemos a la suegra, inesperado personaje de la historia de la filosofía que tuvo sus mamás – Schopenhauer – su hermanas – nuestro querido Fritz -, hijas , la preocupación del hermano Marx, pero evidentemente pocas suegras.
El problema fue Emilio
La vida de JJ se desarrollaba sin grandes sobresaltos. Conservaba su trabajo de copista que le permitía gozar de lo que estimaba primordial: la independencia. De este modo no estaba obligado a los rituales cortesanos, a ofrecerse a los palacios, a ser codiciado por los nobles, a disfrutar de las tertulias de salón, a vestirse como un muñeco.Una libertad deseada con rabia que se alimentaba de su propio trabajo, le dejaba el deseo y el tiempo para ocuparse de labores varias. Escribía sobre música, meditaba futuras obras. Es cierto lo que dice Foucault en su escrito sobre Rousseau, que JJ fue filósofo en el lapso de diez años. De su vida, es sólo una década la que decide su gloria literaria. El Emilio, el Contrato Social, La nueva Heloísa, Las confesiones, se escriben entre mediados de la década del cincuenta hasta fines del sesenta, entre sus cuarenta y cincuenta y pocos años. El resto de su literatura es una lucha contra los que lo persiguen.
Sus confesiones fueron leídas en público, ceremonia que JJ organizaba para desesperación de sus amigos, quienes escuchaban la voz titubeante y huidiza de quien parlamentaba sobre la injusticia del mundo hacia su persona, que además consideraba que para que todos le creyeran debía “sincerarse” absolutamente, sin discriminar, contar todo, sin importarle nada más que reconvertir la difamación en comprensión y aprobación. Tarea infinita.
El problema fue Emilio, el primer libro prohibido y quemado y su autor detenido por orden del Parlamento, de la Sorbona y de la Iglesia. Rousseau huye a Suiza. Desde ahora se desencadena una polémica larga y encarnizada contra sus multiplicados y crueles enemigos. La censura ( Mandement) del Arzopispo de París, Christophe de Beaumont, está encabezada de este modo: Respecto de la condena de un libro que tiene por título: Emilio o De la Educación, por J.J Rousseau, ciudadano de Ginebra.
Los antecedentes de Rousseau no eran buenos. El prelado recuerda que en un texto anterior sobre la desigualdad de las condiciones, ya había degradado al hombre al nivel de las bestias. En otro texto más reciente ( La Nueva Heloìsa) bajo la apariencia de un presunto recato, da rienda suelta a la procaz voluptuosidad. Finalmente en el inciso XVII, decreta:
“por las causas enumeradas, el libro que tiene por título Emilio o de la Educación, por J.J Rousseau, ciudadano de Ginebra, editado en Amsterdam por Jean Néaulme, librero, 1762, luego de consultar a personas estimadas por su piedad y sabiduría, el santo nombre de Dios invocado, condenamos dicho libro por contener una doctrina abominable, destinada a subvertir la ley natural y a destruir los fundamentos de la religión cristiana; estableciendo máximas contrarias a la moral evangélica; con intención de perturbar la paz entre los Estados, a sublevar a los sujetos contra la autoridad de su soberano; conteniendo un gran número de proposiciones falsas, escandalosas, llenas de odio hacia la Iglesia, erróneas, impías, blasfematorias y heréticas. En consecuencia, prohibimos expresamente a todas las personas de nuestra diócesis leer o tener dicho libro, bajo pena de la ley….”
La respuesta de Rousseau, extensa, ya es parte de una batalla interminable. Pero abramos aunque sea un momento el libro satánico. Su intento es pedagógico. Emilio es un niño huérfano de quien el maestro JJ se hará cargo. La infancia es una edad inestimable. El historiador Philippe Ariès en su libro El niño y la vida familiar bajo en Antiguo Régimen ( L’enfant et la vie familiale sous l’ Ancien Régime) describe y analiza con maestría las distintas imágenes que desde la antigüedad se tiene del niño. Este ser durante siglos cómico, chistoso, una especie de mascota con la que se jugaba entre risas, no pertenece a la infancia. La palabra infancia nada tenía que ver con una edad biológica sino con una relación de tutelaje. A nadie se le hubiera ocurrido limitar la infancia por la pubertad. La idea de infancia estaba ligada a la de dependencia: las palabras hijo, valets, mozo, la variada nomenclatura de la servidumbre propia de las relaciones feudales o de señorío, aportaban el contenido de esa palabra. La palabra infancia se aplicará para designar a hombres de baja condición como lacayos y soldados. Recién a partir del siglo XVII, el infante designa al pequeño que consideramos en la actualidad. Así como el viejo - dice Ariés - antes del siglo XVIII es un ser ridículo, un enfermo decrépito y pelado, característica definitiva, imagen mejorada un siglo después en el que el viejo recupera en parte su imagen patriarcal, y llega a nuestros días como “señor mayor” que se “conserva” bien, con lo que sustituye mediante una idea tecnológica la idea moral y biológica de la ancianidad, así como en todo el siglo Ilustrado no existía el adolescente, recién encumbrado - agrega el historiador - por el Sigfrido de Wagner para luego ser rey del siglo XX, el niño tendrá su lugar en los tiempos de JJ.
Sin duda que en la vida del niño la familia y la escolaridad constituyen su ámbito de desarrollo. Los niños de todas las edades se mezclaban con adultos de diferente condición social en los claustros medievales. La separación del niño pequeño de aquella promiscuidad es llevada a cabo por jansenistas y jesuitas. El niño dejará de ser un bribón marginal e incontrolable para aquellos viejos maestros, y será educado según los nuevos criterios heredados de ciertos innovadores de la escolástica y de las órdenes religiosas de la Contrarreforma. Nos referimos a la educación disciplinaria.
La disciplina se diferenciará del castigo en que no se agota en la coerción sino que tiene en vista el perfeccionamiento moral. Los educadores vigilarán la conducta de los niños, al menos teóricamente, día y noche. En la nueva escolaridad ya se conocían los ciclos de estudio, diferentes para quien pertenece a la Iglesia o a la administración pública, que requiere tres años de filosofìa, de quienes terminan antes como las personas mecánicas ( gens mécaniques) o los hombres de espada ( hommes de épée).
Rousseau afirma que el desconocimiento de la infancia es total. Anuncia que su emprendimiento sólo se basará en sus propias ideas. Rinde homenaje a Platón por su libro sobre la República, que lo considera el más bello tratado de educación jamás escrito.
Aquello que hay que enseñar es el oficio de vivir. Si bien es cierto que se viven tiempos agitados, no hay que educar al niño para que nunca salga de su cuarto. Vivir no es sólo respirar sino actuar. Para esto es necesario, dice Rousseau, que las mujeres dejen de ser mercenarias, que alimenten a sus hijos. En la sociedad que le toca vivir, ve que los hombres están encadenados a las instituciones y que la naturaleza humana ha sido fraccionada.
Las mujeres ya no quieren ser madres, agrega, y la mitad de los niños mueren antes de llegar a los ocho años. De todos modos, aún sobreviviendo, un niño pasa seis o siete años entre las manos y los caprichos de la mujer.
Cada vez JJ se vuelve más severo: quien no puede cumplir los deberes de padre, no tiene derecho a serlo. Y en la misma página ( pag.52 de la edición Garnier- Flammarion) remata: “ no existe pobreza, ni trabajo, ni respeto humano que dispense a un padre de alimentar a sus niños y de educarlos ellos mismos”.
No hace falta ponerse en el lugar de nadie para comprender que más de uno cuando se enteró de que Rousseau había depositado uno tras otro a sus cinco hijos en la casa pública, quisiera empalarlo. De todos modos, la venganza, ya veremos, fue mucho más cruel, al menos así lo sintió el mismo autor. Cuanto más se excusaba más lo odiaban. El hecho es que el Emilio es una obra que va más allá de Rousseau y que conserva más de un encanto, tenga la posición que se tenga respecto de sus actos.
¿ Cómo conducir – lo que es completamente diferente de instruir - a un niño? Comencemos por el cuerpo. Un cuerpo débil debilita al alma. Recurrir a la medicina es lo mismo que intentar curarse de una afección ingiriendo veneno. Rousseau piensa que los médicos son uno de los peores enemigos del hombre. La medicina es un arte pernicioso, que hace al prójimo un ser cobarde, pusilánime, crédulo y aterrorizado por la muerte. Cuando curan el cuerpo matan el coraje. Acepta que le reprochen su dogmatismo y que confunda la mala praxis de algunos médicos con la ciencia médica, pero responde luego de una breve meditación: está bien, que venga la medicina pero sin médicos.
Lo único útil es la higiene que es menos una ciencia que una virtud. El remedio es simple: la temperancia y el trabajo son las verdaderas medicinas, el primero impide los abusos y el segundo estimula el apetito.
Es increíble todas las cosas que conocía Rousseau. Las recomendaciones que hace son la envidia de las matronas. Es absolutamente creíble su afirmación que lo que sabe de puericultura no lo sacó de los libros, es un incansable observador, mira, vuelve a mirar, trata de asociar un elemento con otro, la curiosidad lo estimula, la cotidianeidad le proporciona innumerables datos, no necesita verificar sus ideas con la prueba de autoridad de un texto prestigioso.
Botanista vocacional, su interés por la plantas se extiende a los niños, es el mismo amor el que siente por los seres vivos y la desesperación que le producía criar a los propios al lado de una cabeza hueca y una abuela siniestra mientras él estaría obligado a pasar los días encerrado a copiar partituras, la comprensible angustia que esa idea le había producido, en nada mengua su amor a la vida, desgraciadamente poblada por charlatanes de feria y mujeres carnívoras.
Hablábamos de la enorme gama de recomendaciones que hace, que la leche de las madres hervíboras es más rica y que el miedo a las arañas se cura. Hay que habituar a los chicos a mirar sin miedo a los sapos, serpientes, cangrejos. No sólo esto, también las máscaras, Rousseau decide hacerle a su adoptado hijo Emilio una máscara que le guste, agradable, para que se cure de espanto cada vez que alguna comadrona o hijo de una comadrona lo amenaze con alguna historia de terror.
Si a los chicos le duelen los dientes, hay que darles objetos duros o al menos sólidos, cualquier cosa menos chupetes, arma letal y regresiva, que puede ser reemplazada por miguitas de pan. La naturaleza nos da todo, ricos tallos para chupar. Juguetes, ¿ para qué? Hay que ser simples, no hacen falta regalos sofisticados, bastan frutos secos con semillitas en su interior que tan bella música ofrecen, ramitas con frutos rugosos...la verdad es que en este caso no he podido - a pesar de la vasta bibliografía rousseaniana existente – entender cuál es la gracia de dicha ramita.
La crema de arroz es mejor que la leche de harina, la verdad que de haber nacido en nuestro tiempo JJ habría arrasado con la audiencia de los canales de Cable Gourmet y Utilísima.
Cuando el niño comienza a hablar no hay que pulir su pronunciación, que acentúe con fuerza a la manera de los campesinos. Hay suavidades y mohines ridículos. Siempre es más dañino ser arrogante que grosero. Los filósofos como Locke y Hobbes creen lucirse proponiendo que hay que hacer razonar a los niños, el resultado está a la vista: críos pedantes y vanidosos.
Se pretende ser muy creativo intentado que los niños tomen decisiones propias mediante la persuación, un poco de adulación y otro poco de promesas. El orden natural exige algo diferente: hacer uso de la razón con los adultos y de la fuerza con los niños. No se trata de crueldad, sino de la salud y de la libertad. No se enseña a ser libre a un niño convenciéndolo que porque aún es menor, debe obedecer al adulto que goza de una reconocida autoridad. Son patrañas. El niño debe saber que es más débil y la persona mayor más fuerte.
Ningún sentido tiene prohibir, alcanza con impedir. Sin explicaciones, sin demagogia. Permitir con placer y decir que no sin repugnancia. Las negativas deben ser irrevocables.
La regla más importante de la educación, la más útil, es la de enseñar a perder el tiempo, no a ganarlo porque el tiempo se va, sino a perderlo porque siempre viene. Puede ser que esta actitud nos ayude a cumplir con la máxima fundamental de la vida libre: querer lo que podemos, y hacer lo que queremos.
Los maestros deben ser simples, discretos y contenidos. El que se ríe de los niños aún no ha aprendido la primera regla pedagógica: para enseñar primero hay que aprender a ser maestro de sí mismo.
No hay que enaltecer vanamente la moral del niño, al estilo de Locke que les enseña a ser liberales y generosos. Los niños son naturalmente usureros, o dan lo que no les sirve o piden el doble de lo que dan. La única lección moral que conviene a la infancia es la de no hacerle mal a nadie. Incluso el precepto de hacer el bien puede ser perjudicial si no se subordina al anterior.
Las virtudes sublimes son negativas, también son las más difíciles porque se practican sin ostentación. En este curso pedagógico bastante original para aquellos tiempos, y no sé sinó para los nuestros, Rousseau recomienda despojar al niño de deberes, entre ellos el de leer. Los libros son la peste de la infancia, dice. Nuevamente Locke cree ser original al proponer enseñar a leer con dados. Ningún dado hace falta, replica, a quien tiene deseo de aprender.
Un sólo libro tendrá Emilio en su mínimo estante: el Robinson Crusoe de Daniel Defoe, en él encontrá todo lo que un ser humano puede aprovechar de la lectura.
Afirma Rousseau: “ insisto con mi método inactivo: gobernar sin preceptos. Enseño el arte de ser ignorante.”
Llevar siempre la misma ropa, la de verano en invierno, como hacen los trabajadores. Correr por la mañana con los piés desnudos, y caminar de noche para acostumbrarse a ver mejor. Ser hábil con los imprevistos. También dice que el niño debe aprender a bailar como una cabra sobre terrenos escarpados.
No están tan mal el pan y el agua, Emilio no necesita que lo siga un cocinero francés. Además, los franceses, agrega, son los que menos saben comer, tanto arte necesitan para hacer a los alimentos comestibles. Pero está bien la glotonería, la llama la pasión de la infancia y el vicio de los corazones sinceros. Mejor glotón que vanidoso, advierte.
Perdone el lector el detalle de esta preceptiva, piensen que tiene alrededor de setecientas páginas. Es fantástica la voluntad de escribir de ciertos autores, y más de los que dicen que no les gusta escribir como Rousseau, o que escribe para que los lectores no repitan semejante desdicha, o, para colmo de los colmos, que es muy perezoso, y le lleva mucho tiempo sentarse y trabajar. Odio trabajar con la mente decía JJ, sí con las manos, aunque mucho no lo hacía pero sí se lo recomendaba a Emilio. Trabajar como campesino y pensar como filósofo, le parecía una buena combinación. Le pide a su pupilo que aprenda carpintería, herrería. Si tiene afición por la especulación que estudie óptica. Nada de geografía teórica, sí la práctica. El mejor modo de aprender geografía es que salga a conocer la aldea y los alrededores. Historia, sí, es buena para observar escenas sin poder intervenir y leer en los corazones.
La lectura de Emilio no habría causado el resquemor que causó si no fuera por el libro IV que tiene por título: Profesión de fe del Vicario de Saboya, en realidad dice “saboyano”, expresión desascostumbrada en nuestro medio.
Es una historia que se intercala en el libro en el que JJ evoca un viaje por Italia en el que deambula desorientado, ya agriado y hostil ante el mundo dominado por ricos y gente feliz. En momentos así, ocurren cosas milagrosas como el encuentro del joven JJ con el Vicario, dispuesto a ayudarlo y aconsejarlo. Una nueva ceremonia pedagógica en las colinas desde las cuales podía verse el río Po y la inmensa cadena de los Alpes.
El Vicario dice unas palabras ejemplificadoras que nos hacen imaginar a Kant atento a estas reflexiones. No sabemos nada, dice, de la inmensa máquina del mundo, no sabemos nada de sus relaciones, ni las primeras leyes ni la causa final. No nos conocemos a nosotros mismos, ni nuestra naturaleza ni nuestro principio activo. Misterios impenetrables nos rodean. Creemos que podemos develarlos con la inteligencia, y no tenemos más que la imaginación. Sin embargo, queremos conocerlo todo, penetrarlo todo!
La jerga inútil de la metafísica - sigue Rousseau en palabras del Vicario ante los ojos de Kant - puede ayudarme a juzgar el orden del mundo pero no su finalidad. Para lo primero me basta comparar y veo que sus partes se ajustan bien aunque no sepa para qué sirve todo.
Para mi entendimiento limitado todo lo infinito se me escapa y la idea de creación me es inalcanzable.
La limitación del conocimiento de la mecánica exterior contrasta con la expansión infinita de la interioridad. Cuando actúo por impulsos me entrego a las tentaciones que provienen de los objetos externos. Pero al reprocharme mi conducta, escucho mi voluntad. Soy esclavo en mis vicios y libre en mis remordimientos. El sentimiento de libertad se borra sólo en el momento en que impido que la voz del alma se eleve contra la ley del cuerpo, cuyas voces despiertan mis pasiones y acallan la voz de la conciencia.
Esta voz de Rousseau es la que retuvo a Kant en su domicilio. La relación sentimiento y deber, es la que expone el extraño funcionamiento de una Razón presente por sus efectos, es decir por la determinación de su ausencia. Leamos con Kant el Emilio en el que se lee: “ el sentimiento moral, es la síntesis superior que une el instinto y la exigencia espiritual despertada por la reflexión (...) Mi regla de entregarme al sentimiento moral más que a la misma razón, tiene la conformación de la misma razón”.
De Rousseau a Kant la determinación en última instancia de una facultad, presente por sus efectos y por la configuración de posiciones de una estructura, ha sido trasladada a una variación profusa de teorías del significante ausente que no cesa de escribirse.
No fue por estas sutilezas que encarcelaron a Rousseau. Siempre se cuidó de atacar a la Iglesia y de blasfemar. Manifestaba respeto y admiración por la gran obra del Creador que hizo tan maravillosa a la naturaleza y al hombre tan divino. Tan sólo afirmó que fueron los mismos hombres con sus artificos y su sistema de vanidades y crueldades los que introdujeron el mal en la tierra. Es decir las instituciones, porque si hay Satán no hay buscarlo en el infierno, basta con contemplar el modo en que se ha organizado la sociedad.
El problema a no dudar es que la Santa Iglesia no es un panal de abejas ni un reducto de hermosos lepidópteros, sino una de esas mentadas instituciones. También es cierto que el siglo de las Luces se permitía criticar a las religiones y a las supersticiones aún en salvaguarda fideísta del Señor. Las idas y venidas, las clausuras y las censuras, las absoluciones y de nuevo las prohibiciones, eran comunes en una era de conflicto terminal de ciertas instituciones. La Iglesia jugaba sus últimos cartuchos de poder, y el absolutismo monárquico ya había despegado sólo. Se defendía con sus propias armas. Pocos años después de muerto Rousseau, le quedó el cielo, sin más, sin tierra, expropiada por la Revolución.
La constitución de un pueblo
Es en el mismo año en que se edita el Emilio, que también se publica y prohibe el Contrato Social. Es probable que sea las sumatoria de sus audacias las que le jugaran en contra. Quizás, obviadas algunas, si no hubiera escrito los textos en los que el hombre del estado natural no peca mientras corre por los caminos pero sí lo hace Julie en La Nueva Heloísa, si no se le hubiera ocurrido un tratado de pedagogía en el que el huérfano Emilio es cooptado y educado lejos de cualquier institución y de tutores con sotana, no habría suscitado tanto encono, pero ya con su idea política puesta en circulación, el personaje parecía no tener remedio para las autoridades públicas.
El propósito de su tratado político es de conciliar justicia y utilidad, el derecho y el interés, en definitiva: los hombres tal cual son y las leyes tal como deben ser. Su frase inicial es ya épica: el hombre nace libre, y por todas partes está encadenado.
La familia es la primera asociación humana, se basa en la naturaleza y responde a su ley, la de preservarse y conservarse a sí mismo. Para trazar la génesis del derecho, para marcar el instante en que la obediencia al más fuerte se convierte en deber, la explicación por la fuerza es errónea. La fuerza no hace al derecho. Ni la ley del ocupante primero ni el modelo de la esclavitud sirven para determinar el momento en que se instala la convención que legitima al poder. Se equivocaron los filósofos del derecho natural que pensaron el derecho sobre el padre, el amo y el vencedor. Intentan explicar la convención por el consenso, pero no hay pacto posible entre padres e hijos, amos y esclavos y vencedores y vencidos. La familia es un vínculo natural en la que el padre no comercia con el hijo. La esclavitud no nace de un trato por el cual se le perdona la vida al cautivo a cambio de la servidumbre total y la alienación completa de su libertad. Renunciar a la propia libertad es renunciar a la cualidad de hombre. Critica a Grotius que deduce la esclavitud del derecho a la vida que tiene el vencedor. La guerra no es natural, ya implica la existencia de los Estados y de la propiedad. En el estado de naturaleza no hay paz ni guerra. La guerra no es una relación de hombre a hombre sino de Estado a Estado. Por eso derecho y esclavitud son términos contradictorios.
Pensar el derecho es pensar el mejor modo en que los hombres se asocian. No es lo mismo una multitud, que finalmente no es más que un agregado de unidades atomizadas, que una sociedad.
Será necesario examinar el acto por el cual un pueblo es un pueblo, el gesto unánime que le permite su ingreso a la civilización. Se supone que hay un momento en el que en el estado de naturaleza los obstáculos superan la resistencia de cada hombre que vive aislado. No le queda otra alternativa que asociarse para sobrevivir. Con su fuerza individual y su libertad personal deberá hallar la mejor vía para que esta asociación sea perdurable y provechosa.
El contrato social es la forma de asociación que protege la fuerza de cada persona y los bienes de cada asociado, gracias a la cual cada miembro, asociándose a todos, sólo se obedece a sí mismo, y permanece tan libre como antes. Las cláusulas de este contrato estarán determinadas por la naturaleza del acto.
La cláusula es la siguiente: la alienación total de todos los derechos de cada asociado a la comunidad. La condición es la misma para todos. Si todos se dan a todos, nadie pierde nada y todos reciben todo. Este es el mecanismo de la alienación, del despojamiento de nuestra libertad, acto inhumano, y de la recepción de la libertad de otro, otro acto inhumano, que por la reciprocidad unánime, crea la verdadera humanidad, libre y universal.
Cada uno de nosotros entrega su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general y recibimos la persona y poder de cada miembro como parte inseparable del todo. Este acto asociado produce un cuerpo moral y colectivo, una nueva persona jurídica, denominado por sus miembros Estado cuando es pasivo, y Soberano cuando es activo. Se llama poder al compararlo con nuestros semejantes, para los propios asociados será Pueblo, se verán a sí mismos Ciudadanos en cuanto partícipes de la autoridad soberana, y Sujetos al someterse a las leyes del Estado. Estado-Soberano-Poder-Pueblo-Ciudadano-Sujeto. Además, enlaza lo siguientes atributos: pasivo-activo-semejante-asociado-participante-sometido.
Este contrato tiene un atributo de santidad, es irrevocable. Es el tránsito del estado de naturaleza al Estado civil, e implica la sustitución del instinto por la justicia, el apetito le hace lugar al derecho, y la voz del deber reemplaza al impulso físico.
Hay que distinguir la libertad natural cuyos límites son las fuerzas del individuo, de la libertad civil, limitada por la voluntad general, así también la posesión que no es más que el efecto de la fuerza o el derecho del primer ocupante, que se diferencia de la propiedad fundada en un título del derecho positivo.
Mientras el impulso del apetito es esclavitud, la obediencia a la ley que nosotros mismos nos hemos preescrito, es la libertad. Por eso el pacto fundamental no sólo no destruye la libertad natural, sino que la sustituye por una igualdad moral y legítima.
El concepto fundamental del contrato social es el de Voluntad General. Es la condición de posibilidad del mecanismo de la alienación para la libertad. Hay dos voluntades, una es la voluntad particular que determina las preferencias de cada uno, la otra resulta de la conversión de este tipo de voluntad en otro totalmente distinto que se debe a un ideal, y a una condición: la igualdad.
No es lo mismo la voluntad de todos que la voluntad general. La primera es la suma de los intereses privados y voluntades particulares. Si elimináramos los más y los menos de estas voluntades, y logramos que los residuos se destruyan entre sí, quedaría por esta extraña aritmética la voluntad general.
Por eso hay que ser muy precavido ante las asociaciones parciales que pueden desmembrar a una sociedad cimentada por el interés y la voluntad general. Rousseau dice que la voluntad general siempre es recta pero el juicio que la guía no siempre está esclarecido. Hay que crear los medios para que haya conformidad entre voluntad y razón, o que la voluntad se someta a la razón. Será necesario hacerle saber a los hombres que conozcan lo que verdaderamente quieren. Por todo esto se necesita a un Legislador, Rousseau evoca a Licurgo, Solón y Numa. Cita nada menos que una frase del terrible Calvino: “ cualquiera que sea la revolución que pueda advenir, mientras el amor de la patria y de la libertad no desaparezca, jamás la memoria de ese Gran Hombre dejará de ser bendecida”.
Todo aquel que emprende la institución de un pueblo, agrega Rousseau, debe sentirse capaz de cambiar la naturaleza humana y transformar a cada individuo en cuanto todo solitario en un miembro de un Gran Todo. A Él se le debe la vida, dice: “ la vida no es sólo un producto de la naturaleza sino un don condicional del Estado”. Todo aquel que delinque es al mismo tiempo un enemigo.
Hay que cambiar al hombre, alterar su constitución, para hacerlo mejor. Suprimir una existencia física e independiente por otra parcial y moral. En otras palabras: sacarle al hombre sus propias fuerzas y darle otras ajenas que no podrá emplear sin el auxilio de sus semejantes.
Muchos han sido quienes han visto en Rousseau a uno de los forjadores ideológicos de los totalitarismos de nuestro siglo. Sin duda de que ha sido un despertador de pasiones. Un Robespierre y un Mariano Moreno no fueron precisamente espíritus flemáticos. Es cierto también que Rousseau ha morigerado su legendaria ficción política.
Rousseau no ha elaborado un modelo. En la historia de la filosofìa las ficciones no se reducen a mitos, cuentos y fábulas que introdujeron los filósofos en sus obras más sapientes. Ni el Timeo de Platón, ni el Cándido de Voltaire o el Zaratustra de Nietzsche constituyen el único tipo de ficción concebible. No se trata de mimetizarse con algún género literario para ficcionar. Se ha dicho que la función del mito en Platón es de permitirle expresar lo que sólo puede comunicarse con imágenes. Hay lugares a los que no llega el concepto. Pero la ficción a la que aquí nos referimos es a la ficción teórica escrita en lenguaje conceptual. A la ficción en sentido kantiano: aquello que es necesario pensar aunque no pueda conocerse.
Una idea regulativa no es un llamado a la bondad ni a un horizonte candorosamente ético. Tiene el propósito de no hacernos olvidar que existe un problema, que la dificultad persiste, que siempre estamos más acá de su resolución. La ficción teórica es una interpelación, un llamado de atención que señala un punto de fuga desde el cual le exigimos a lo que hay, queremos más, un acto de voluntad contra lo que existe.
A pesar de esto, este tipo de ficción no es una utopía, no se trata de un género literario o filosófico edificante. Por el contrario, nos recuerda que la perfección es inútil y la voluntad de saber infinita. El encuentro con la verdad es una ilusión a la vez que la realidad es insuficiente.
Rousseau con el contrato social pretende un acto político. No es una doctrina que debe tomarse como un programa y realizarlo. Para empezar porque es imposible ya que tiene la paradoja de los orígenes que tanto envuelve al origen de las lenguas, como al de la desigualdad, y en este caso al de la constitución de un pueblo. Louis Althusser describió con su usual claridad este mecanismo circular.
Para que haya pueblo ya tiene que existir un pueblo, el contrato que hacen consigo mismos los individuos los constituye como un ente colectivo, pero para que lo decidan así, ya deberían ser este mismo ente colectivo, etc. Pero Rousseau también se da cuenta de ciertas dificultades, no las de tipo epistemológico, sino de funcionamiento práctico. Lo explica cuando realiza trabajos puntuales por encargo para el gobierno de Polonia o el estudio sobre Córcega.
Estas dificultades reconocidas por Rousseau son de varios tipos. Por una parte las que se refieren al sistema de propiedad. Nadie debe ser tan rico que pueda comprar el trabajo de otro, ni nadie tan pobre que esté obligado a venderse. La sociedad en la que piensa Rousseau, como Locke, es la de artesanos y pequeños propietarios independientes. Para que exista una sociedad democrática es necesario que haya un cierto nivel de riquezas, una generación de un mínimo de excedente, agrega, para que el Estado pueda pagarle a los magistrados y que no necesite endeudarse para ejercer su función. Por otra parte para que haya voluntad general debe haber igualdad, lo que no significa nivelación de riquezas. Con los malos gobiernos está igualdad es ilusoria. El contrato social en este tipo de sociedades sólo sirve para mantener al pobre en la miseria y al rico asegurado en su usurpación.
Además, ninguna sociedad puede vivir en ejercicio directo del poder de todos sus miembros. Rousseau define a la democracia como el conjunto de ciudadanos simples en representación directa y sin magistrados. Pero aclara que es imposible imaginar a un pueblo en permanente estado de asamblea para ordenar los asuntos públicos. Subraya que la democracia es el régimen popular más proclive a conflictos intestinos y guerras civiles. No puede haber deliberación infinita, y la existencia de cuerpos intermediarios es inevitable para que puedan hacerle un lugar a la prudencia.
Insiste en ocasiones que no hay que criticarlo con facilismos ni tomar al pié de la letra cada una de las palabras sin ubicarlas en su situación apropiada. El contrato social está pensado para repúblicas pequeñas en las que la reunión ciudadana y la gestión de los magistrados son posibles.
También es necesario tomar en cuenta que más allá de las máximas comunes existe la idiosincracia de un pueblo, ya que hay comunidades no preparadas para el ejercicio democrático. La educación es importante, así como la calidad de los magistrados. Tampoco hay que olvidar el rol decisivo que tiene la Opinión para los asuntos públicos.
La unanimidad no garantiza buenas decisiones. Afirma que los debates, las discusiones y los tumultos no dejan imponerse a la voluntad general. Hay unanimidades que resultan del temor y de la adulación que consiguen tornar en aclamación los intereses particulares. Los ciudadanos pueden así convertirse en servidores y adulones que maldicen a unos y adoran a otros.
El dolor de Jean-Jacques
La obra de Rousseau es doble. Algunos textos ya forman parte de los clásicos de la historia de la filosofìa del siglo XVIII. Sus trabajos sobre el origen de las lenguas, la desigualdad entre los hombres y la constitución de una sociedad libre, integran un conjunto erudito que se atribuye a la Enciclopedia y a la Ilustración. Hace compañía a pensadores ilustres como Voltaire, Diderot, Holbach, etc. Para algunos no ha de ser uno más sino el más revolucionario de todos, el fundamental, el más glorioso, para Kant, por ejemplo.
En lo que respecta a la política el espíritu revolucionario se inspiró en él, el divino Jean- Jacques, mucho más que en otros ilustrados. Él portaba la llama de la revolución.
Pero hay otra obra de Rousseau, la obra loca, la liminal. Hay entonces dos: uno es precisamente Rousseau, el autor de las obras eruditas, las que discuten el origen de la sociedad y la naturaleza del hombre. El otro Jean Jacques ( JJ) es el autor de Las confesiones, de Diálogos: Rousseau, juez de Jean Jacques, y de Los ensueños de un caminante solitario.
El dolor de JJ comienza con la delación pública de Voltaire en el año 1764, cuando en su libelo dice que no sólo mató a su madre sino que abandonó a sus cinco hijos, afirma textualmente: “ confesamos con dolor y con vergüenza que se trata de un hombre que aún lleva consigo las marcas funestas de los libertinos, y que disfrazado de saltimbanqui, acarrea de aldea en aldea, de montaña en montaña, la desgracia de haber hecho morir a su madre, y la de haber abandonado a sus hijos en las puertas de un hospital, despreciando el gesto caritativo de una persona que había querido encargarse de ellos, abjurando de todos los sentimientos de la naturaleza como los del honor y la religión”
Más allá de las motivaciones de Voltaire y sus antecedentes por algunos problemas y diferencias de opinión respecto al texto de alguna ópera, Voltaire apuntó y lo hirió feo. Rousseau con sus dos últimas obras prohibidas, la del contrato y la de la educación, con problemas de residencia, asilo político, recibe desde este momento el escarnio público, y ya nadie sabrá hasta que punto la maldición tan terrible y definitiva es real o una exageración de JJ.
Hume, amable, se lo lleva a Londres, pero no puede evitar que JJ ya padezca una exasperación incontrolable y lo acuse de ponerlo en ridículo al dejar que un pintor, Ramsay, lo retratara marcando rasgos que no lo favorecían. Desde este momento lucha contra la Opinión, y cientos de páginas apenas alcanzarán para enderezar lo que está para siempre torcido.
Dice que si supiera que su destino es el de un ser anónimo que no dejará rastro alguno de su paso por la tierra, no se tomaría la molestia de revertir las infamias, pero como sabe que seguirá siendo nombrado en el futuro, no quiere ni se resignará a que quede mancillado y asociado a odiosas mentiras.
La verdad es que no eran mentiras. El abandono fue real. Los historiadores cuentan que en la época en la ciudad de París casi la mitad de los niños nacidos eran “ expuestos”. Mujeres infieles, doncellas, furtivas, frailes lujuriosos, adúlteros conspicuos, pobres, muchos eran los que entregaban a los niños al cuidado del erario y la protección pública. Era una costumbre frecuente.
Rousseau mismo justifica su decisión en nombre del futuro de esos niños, quienes gracias a la beneficiencia podían educarse en el aprendizaje de un oficio, ser útiles para sí mismos y para la sociedad como campesinos, jornaleros o artesanos, mientras que bajo la custodia de un hombre frágil, enfermo, presionado por alimentar a una mujer idiota y una suegra mezquina, habría hecho de ellos seres infelices y despreciados.
En Las confesiones quiere contar toda su vida con sinceridad absoluta. Este no omitir nada está motivado para convencer al lector de su buena voluntad, de su corazón y su falta de maldad. Se muestra entregado a la verdad, a la búsqueda de la mejor vida para los hombres y de instituciones que lo salven de la desdicha y opresión social. Son cientos de páginas que se suponen íntimas.
El libro de los díalogos llamados Rousseau juez de Jean Jacques a pesar de ser hartantes, inacabables, saturados, tienen un propósito que los hace memorables. Dos personajes, uno llamado “El Francés” y otro “Rousseau”, discuten sobre los pergaminos de Jean Jacques, si es un delincuente, un perverso sin escrúpulos, un plagiario, un ser ladino que debe ser condenado a todos los castigos imaginables, o una víctima de un complot, de la acción de la “liga” de difamadores que no cesan de vengarse de este pobre hombre que ha dejado obras para el bien de la humanidad.
Uno lo conoce, otro lo ha leído, el que sólo lo conoce decide leerlo, y el que leyó sus libros, se dispone a conocerlo. Finalmente se ponen de acuerdo en encomiar las virtudes de JJ y denunciar la blasfemia tejida en su contra.
Michel Foucault en su Introducción de 1962 a esta obra medita sobre la articulación de los personajes, que multiplica hasta llegar a cuatro. Los dos mencionados más dos JJ, uno para cada uno que ocupan posiciones diferenciadas en el discurso sostenido. Eran épocas en que Foucault escribía sobre las relaciones entre la obra y la locura, y las ilustraba con ensayos sobre Hölderlin, o sobre Artaud entre otros casos mencionados en su Historia de la locura en la época clásica. Así Rousseau puede caer bajo esta nomenclatura, la de un autor que la moda enfoca bajo la lupa de la clínica, y a quien Foucault quiere rescatar de diagnósticos desubicados y apresurados.
La obra jamás resulta de una enfermedad, ninguna paranoia deriva en textos como los de Rousseau. Lo que ocurre, quizás, es que en la escritura de una obra, se desprenda algo que inquiete a la razón, pero no es la locura, ya que ésta la define Foucault como ausencia de obra, porque cuando hay creación y comunicación, algo ocurre dentro de otro orden: el de la transgresión respecto de una palabra Ley.
Lo que hace interesante a la lectura de Foucault es su señalamiento de que la difamación que padece Rousseau y que escribe en sus Diálogos, es la del silencio, la del ninguneo, el cuchicheo apenas audible, la aparente cortesía que pone sordina a lo que todo el mundo sabe a gritos. Dice Foucault que lo que pide Jean-Jacques es que le digan en voz bien alta y clara de qué lo acusan y por qué lo condenan. Que le den patente de existencia.
En una obra clásica sobre Rousseau, Jean-Jacques Rousseau: La transparence et l’obstacle, Jean Starobinski escribe en su capítulo octavo dedicado a la enfermedad de Rousseau, lo siguiente: “la extrema singularidad deviene anomalia cuando rompe con toda relación de reciprocidad.”
El progresivo aislamiento de Rousseau, el verse rodeado de enemigos, el de acusar prácticamente a su siglo, puede dar lugar a diagnosticarle un delirio de persecución. Las discusiones que hace mucho tiempo, desde la época de Pierre Janet y aún antes, se entablaron acerca de lo que pretendía ser el “caso” Rousseau, son paralelas a su otra enfermedad, aunque aparentemente menos problemática, finalmente no ha dejado de ser de etiología compleja y por eso debatida.
Rousseau tenía un problema de incontinencia urinaria. Debía usar pañales, viajaba con sondas, y se vestía con lo que se conoce como “hâbit arménien” un conjunto con sombrero de piel con un sobretodo amplio como una capa que le permitía el desplazamiento.
Todo tipo de discusiones giraron alrededor de este problema, se ha discutido su etiología, sus derivaciones, sus consecuencias. El mismo Rousseau en su testamento pidió que se le hiciera una autopsia para desmentir infundios que lo denigraban - especialmente las sospechas de enfermedades venéreas - hasta este punto llevó a cabo su batalla contra la difamación. La autopsia se hizo sin grandes resultados, salvo el aumento del tamaño de la próstata, posibles contracciones del cuello de la vejiga, pero nada en riñones ni nada de lo que se habìa hablado sobre malformación o retraimiento del pene, versiones de los que Starobinski llama “patógrafos”. Ni sífilis, ni los que decían que era impotente, ni esterilidad, por la que Teresa habría tenido los cinco hijos con otros hombres, ni las extensiones psíquicas que esto podía ocasionar como monomanía triste, psicastenia, atrofia cerebral progresiva sobre una base de neuro-artritismo….
Nada, Rousseau, JJ, el ginebrino, descansa en paz, esperemos. Aquella maldita Opinión ya no habla, aunque hay quienes lo acusan de males de nuestro tiempo, pero eso ya es sólo para su gloria. |
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