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Filosofía y espiritualidad
Hace pocos días gracias a una idea de la Unesco se conmemoró el día mundial de la filosofía, en coincidencia con el nacimiento del filósofo judío-holandés-portugués Baruch Spinoza, excomulgado por la comunidad judía de Amsterdam en el 1656. A pesar del deseo del primer ministro de Israel David ben Gurion de perdonarlo, el rabinato decidió no tomar partes en el asunto. La posición de Spinoza en el judaísmo religioso está entre el “de eso no se habla” al caso interesante e inofensivo de un asunto ya perdido en el tiempo.
Sin embargo, Spinoza es uno de los filósofos que concita mayor atención entre historiadores de la filosofía. Hay quienes como Toni Negri construyen una retorcida y falaz interpretación y se lo apropian como quien depositó sus esperanzas en la “multitud”, desdeñando las formas de representación que intermedian en el poder. Otros como el profesor de filosofía cordobés Diego Tatian prefiere situarlo en un lugar más discreto en el que un Spinoza prudente se inclina por las alianzas personales y la conformación de pequeños grupos de amistad que comparten sus intereses filósoficos. Tanto Antonio R. Damasio como Hans Jonas lo rescatan para la ciencia por su idea de paralelismo que sustituye el dualismo entre cuerpo y alma del sistema cartesiano
Desde el filósofo francés Gilles Deleuze, a Louis Althusser, de Pierre Macherey a Steven Nadler, hasta los cuatro tomos que en nuestro país le dedicó León Dujovne, muestran que es un filósofo que no cesa de ser comentado.
Ignoro la razón por la que la institución internacional decidió que fuera él la referencia para un día tan exótico. Es posible que Spinoza designe para los funcionarios de la cultura a un filósofo de la libertad, y sospechamos que la palabra cultura en los organismos internacionales hace yunta con el espíritu libre de las sociedades democráticas.
¿ A qué otro podrían haber elegido? ¿A Kant? Él también es una buena persona para la conciencia contemporánea y para el pensamiento filosóficamente correcto. Pero no era republicano por ser partidario del despotismo ilustrado y, quizás también, demasiado complejo, enmarañado, más interesado en los problemas de la ciencia.
¿Rousseau? No conviene, filósofo populista para muchos, un Chávez de la ilustración, con vida poco clara, sexualidad enigmática, y pedagogía angelical en los libros y bastante diabólica en familia..
Descartes tampoco porque es francés y los ingleses y alemanes se sentirían menospreciados. Además, a pesar de sus innovaciones en el campo del saber, se las arregló con el dogma imperante para que lo dejaran vivir. De Nietzsche ni hablar, hay quienes lo consideran un protofascista. ¿Marx? Jamás, un absurdo, es quien dió su sello para que se confeccionaran los manuales con los que se esclavizó a media humanidad en el siglo XX.
Estamos bien con Spinoza porque además es holandés, de un país que no pudo ser todo lo imperial que fueron sus hermanos europeos, que fracasó - a pesar de algunas buenas tajadas - en sus sueños de dominación colonial, y que en la actualidad es un pequeño y bello Estado rico, que vive con elegancia su prosperidad basada en sus refinerías petroleras, sus diamantes, el turismo, sus tulipanes, futbol, quesos, bicicletas, y su princesa argentina.
Pero Spinoza no es tan dulce como se cree. Su Tratado Teológico-Político es una meticulosa elaboración histórica sobre la voluntad de poder de la religión, en especial la del Antiguo Testamento. Nos dice que las religiones son sistemas de obediencia basadas en el temor. Agrega que la superstición es una forma de creencia en un poder superior que disminuye la capacidad de comprender del hombre y le hace trasladar a lo sobrenatural lo que puede saber según la razón natural. Las religiones son por eso modos de fanatizar a los espíritus que se convierten en asesinos de sus semejantes. Da cuenta de que los dogmas no son sólo doctrinas inapelables que siguen un armado paranoide de certezas encadenadas, sino despertadores de pasiones extremas. Una persona interpelada o cuestionada en su fe es una persona violada, y su reacción es la de un sanguinario vengador.
Para Spinoza lo mejor que puede trasmitirnos la religión es el sentimiento de caridad y de justicia. No hace falta mucho más para quienes estiman que la moralidad se sostiene en evitar que los hombres sean cazadores de otros hombres, y que se aprovechen de la debilidad de sus semejantes. La mano tendida al que se cae es un gesto mínimo a la vez que definitivo. Todo el resto es escolástica, ritual obsesivo, manías de persecución, delirios de grandeza, y odio mixturado.
Sin embargo, luego de tres siglos de Ilustración - si partimos de la época en que filósofos como Spinoza, elaboraban formas de vida y poder que evitaran las guerras de religión que diezmabam Europa en el siglo XVII - hoy las religiones han vuelto a ser las creencias de más alta densidad moral. El fin de las utopías racionales, como el comunismo y el individualismo liberal, ha dejado el terreno para lo que los filósofos como Nietzsche llamaban nihilismo.
El nihilismo no es no creer en nada, sino creer del todo. El fundamentalismo es la última etapa del nihilismo. Se pueden discutir las mil y una resonancias semánticas de términos como nihilismo, pero quizás lo más importante es la claridad de su uso. Hay quienes dicen compungidos que vivimos una época en la que ya no hay valores, pero por otro lado vemos que se mata bastante en nombre de los mismos. Hay muchos portavoces que pertenecen a los “ servicios” de los aparatos ideológicos.
Desde los legionarios del eje que separa el bien del mal, los que usan los textos llamados sagrados como sentencias previas a la muerte del incrédulo, los cazadores de escépticos, los que aullan de espanto ante el humanismo relativista, los que frivolizan el crimen en nombre de la lucha de clases, la humanidad no ha dejado de creer, todo lo contrario, fabrica creencias tanto como sepulturas.
Puritanismo y hoguera siempre han sido el número final del espectáculo nihilista. Por otro lado el cinismo más crudo es el que mejor se disfraza con valores absolutos. Aquellos que invocan el cielo y condenan a abortistas, drogadictos, consumistas y pecadores en general, bien se cuidan de ocultar sus perversiones y diversiones no sanctas. El verdadero creyente y ser auténticamente moral, es quien cree más o menos.
La era del ateísmo no es la de la muerte de Dios, Nietzsche era un neofigurativo, su retrato del superhombre es expresionista, una caricatura grotesca. Desde antaño el apocalipsis significaba la llegada del Salvador y la era del máximo fervor. La humanidad se dividía en dos, los condenados por revolcarse en la lujuria de la carne y de la codicia, y los elegidos que lavaban sus pecados a la espera del Enviado del Señor.
Las religiones tienen que ver con el miedo a la muerte. Es una perversión singular que se la use para dictar una forma de vida.
El misterio y el pánico a desaparecer, agregado a la impotencia que producen los dolores irremediables, son las vitaminas de la religión. El principal enemigo de la religión es la ciencia médica, y no el ateísmo filosófico. Justamente porque la medicina “remedia”, alivia, consuela. Además de los seres queridos, el escudo protector contra la indefensión del ser desvalido, es tener junto a su cama a un sacerdote o un médico, o los dos. ¿ Para qué un filósofo?
Spinoza y Nietzsche decían que los sacerdotes eran tiranos ejecutores de sistemas de crueldad. Pero leía el otro día una crónica de un periodista que había visitado un campo de prisioneros de la CIA en Kosovo, gemelo del instalado en Guantánamo, y nos cuenta que había visto a un prisionero vestido de naranja que leía ensimismado el Corán.
No sé si en situaciones límites - como decía el filósofo alemán Karl Jaspers - es cuando se acude a la filosofía, no sé si en momentos extremos de la vida, llegamos a acompañarnos de un texto garabateado de argumentaciones lógicas. Es difícil imaginar a la Ética de Spinoza como acompañamiento final. Tom Wolfe en su última novela nos habla de un detenido que en prisión lee al estoico Epicteto, perteneciente a una escuela de filósofos que más ha meditado en la cultura occidental sobre la muerte, pero la imagen del prisionero, que puede ser o no un terrorista, me hace pensar en un sobreviviente, un desterrado, un ser amurado como en aquella tragedia de Sófocles en la que Antígona es enterrada en vida, y pienso en el libro que se llevaría, si alguno se lleva.
En realidad la filosofìa es para la vida pedestre, lo que no quiere decir que sea mejor que el prozak como dice el best selller de Marinoff que ha vendido cientos de miles de ejemplares. El pensamiento filósófico no es un antidepresivo sino un anticorrosivo, evita que se nos oxide la mente.
En el día de la filosofía, mi homenaje a nuestra Musa.
Tomas Abraham Diciembre 2005
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