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{popfeed}Envíe su comentario!{/popfeed}MICHEL FOUCAULT Y LA ECONOMÍA
En el último curso editado de los seminarios del College de France, “ El nacimiento de la biopolítica” , Michel Foucault nuevamente nos despista. En realidad el desarrollo de sus clases no gira alrededor de un supuesto megaestado que planifica la vida de las poblaciones mediante técnicas de mejoramiento de la especie, experimentaciones bioquímicas para usos letales, control de las pirámides poblacionales, usos espurios del medio ambiente, sino, y a pesar de su título, del poder de lo económico en las estrategias de dominación de las sociedades contemporáneas. El curso se lleva a cabo en 1979-1980 y su elaboración se entreteje inevitablemente con los caminos que conducen a la política francesa en su afán de ajustarse a la economía mundial. Es decir al auge del neoliberalismo.
En su recorrido histórico de la disciplina conocida con el nombre de economía política, Foucault inIcia el proceso en el siglo XVIII, en momentos en en que los análisis económicos pueden desprenderse del marco jurídico específico de las teorías de la razón de Estado. Gradualmente el sostén de las teorías del Estado basadas en la idea de contrato colectivo e interés individual, todas las variantes del egoísmo ahora con función social, se retira y deja que el interés planee solo y sin custodia en el nuevo mundo del mercado que se organiza como si fuera el dios de Malebranche: a la manera de una mano invisible.
El economista ya no se interesa por la justicia o la justeza de los precios, ni por las barreras que hay que colocar para impedir los fraudes, y menos por calibrar filosóficamente la variedad y las urgencias de las necesidades humanas. Su propósito es desentrañar los mecanismos espontaneos que se desencadenan en el mundo de la produción y circulación de riquezas de acuerdo a las medidas que un poder público decreta. Una suba en el precio del pan implica un aumento en la mano de obra, que al incrementar salarios dañan la industria textil, lo que alentará la importación de productos que bajarán la inflación de precios, movimientos de todo tipo que nos presentan el mundo de la economía como un océano de fluctuaciones no arbitrarias sino necesarias: naturales. El mercado se comporta como el cielo descubierto por los físicos que sustituyeron al dios creador por aquel que se expresa con leyes mecánicas y principios universales.
El Estado deberá limitar sus atribuciones. Pero ya no con el instrumento del derecho público, la tecnología jurídica que limitaba la tendencia a lo indefinido de la Razón de Estado, sino mediante una nueva tecnología definida como “utilitarismo”. Su función es delimitar las fronteras de la utilidad de la intervención gubernamental.
Pero el recorrido histórico que realiza Foucault tiene en vista otro objetivo: el análisis de la satanización del Estado durante el siglo XX. Su centro de atención es Alemania, desliz geográfico provocador que siempre le gustó exponer ante los franceses, ya fuera en el terreno de la filosofía a favor de Heidegger y en desmedro del famoso Sartre, y nuevamente, en esta ocasión, en el circuito de otra disciplina.
Los hitos que marca son dos: uno es la crisis del liberalismo a partir de 1930. El otro es la creación de una economía social de mercado a partir de las medidas que decreta el ministro Erhard en 1948. Foucault sostiene que el Tercer Reich no construyó un nuevo Leviathán monumetal como un gran ogro estatal, por el contrario, considera que el Estado alemán bismarkiano fue disminuído en favor, esta vez sí, de una nueva gran entidad: el Partido. La tradición estatal conformada durante la segunda mitad del siglo XIX por funcionarios seleccionados para una carrera administrativa exigente y controlada, se deshace con el movimiento que instala el Führer y su partido nazi.
Alemania está ocupada en 1948 por las fuerzas aliadas; la sociedad civil no encuentra ni los derechos históricos ni la legitimación jurídica para fundar un nuevo Estado. La astucia táctica y estratégica de Erhard será la de proponer la idea - y crear los mecanismos para concretarla en la realidad - de legitimar el nuevo Estado sobre el ejercicio garantizado de la libertad económica. Al mismo tiempo que constituye un aliciente y seguridad para los lobbies norteamericanos, introduce una nueva idea de soberanía por la que la legitimidad del Estado es producida por el crecimiento económico. La economía es creadora de derecho público. El Estado alemán rechazado por la historia podrá volver a afirmarse gracias a la economía.
Si se compara esta realidad con las grandes ciudades mercantiles de la modernidad temprana, Venecia y Amsterdam, vemos que el interrogante que se plantea para las clases dirigentes es opuesto. En el siglo XVII, para los fisiócratas y los economistas el problema era como hacer lugar a la necesaria libertad económica a partir de un Estado ya consolidado y con pleno funcionamiento administrativo. Los alemanes en la segunda mitad del siglo XX tratan de desanudar la dificultad inversa de hacer existir un Estado a partir de un espacio no estatal como el de la libertad económica.
Foucault observa que los antecedentes del pensamiento liberal en la economía moderna deben remontarse a los años 30 en los que Walter Eucken que dirige la revista Ordo, funda la escuela de los economistas ordoliberales de Friburgo. Para el ordoliberalismo en lugar de diagramar un mercado bajo supervisión del Estado a la manera del primer liberalismo, se trata ahora de crear un Estado bajo funcionamiento del mercado.
Los descendientes de esta escuela - vía Hayek y von Mises -, los neoliberales, consideran que lo esencial del mercado no es el intercambio sino la competencia, lo que implica un tránsito de la necesaria equivalencia que induce el pensamiento intercambista, a otro de la inevitable desigualdad que promueve un régimen de competencia. Sólo esta última puede asegurar la racionalidad económica.
Ésta no se da espontáneamente. Los ordoliberales inspirados por la fenomelogía de Husserl, consideran que la competencia es un “eidós”, una idea que no nace espontáneamente, gracias a la intuición, sino que necesita para que esto ocurra una serie de condiciones artificialmente implementadas. La competencia necesita una gobernabilidad activa, hay que gobernar para el mercado.
Para el nuevo arte de gobernar neoliberal el capitalismo no instala una sociedad de mercancías que aliena y crea falsas conciencias, ni una sociedad del espectáculo o del vértigo o simulacro comunicacional, ni de la disciplina o de la normalización, tampoco de una sociedad de consumo, sino de competencia. Esto conduce a una sociedad de tipo empresarial en la que el homo economicus que se constituye no es el hombre del intercambio ni el consumidor, sino el hombre empresa. No se trata de una sociedad uniformizada por la forma mercancía, sino otra organizada sobre la multiplicidad y la diferenciación empresarial.
En este contexto ser liberal no es ser conservador sino progresista. Exige una permanente adaptación del orden legal a los descubrimientos científicos, a los progresos de la organización y de las técnicas económicas, a los cambios de la estructura de la sociedad, a los requerimientos de la conciencia contemporánea.
El juego de empresas reguladas al interior de un marco jurídico institucional garantizado por el Estado caracteriza a este capitalismo renovado. Foucault da una serie de ejemplos en los que muestra que en este sistema, los cambios de las reglas de juego, se realizan mediante una serie de medidas inductoras de comportamientos, de una tecnología de tipo ambiental que optimiza pautas de diferenciación, ofrece campo libre a procesos oscilatorios, que alejan a este modelo de los procesos de individualización uniformizante identificatoria y jerarquizada, en pos de ambientaciones abiertas a procesos transversales.
La economía, dice Foucault, es una disciplina atea, sin Dios, sin totalidad, que muestra la inutilidad de un punto de vista soberano. El liberalismo moderno, agrega, comienza con la formulación de la incompatibilidad esencial entre la multiplicidad no totalizable de los sujetos de interés y de los agentes económicos con la unidad totalizante del soberano jurídico. No hay punto de vista soberano en economía.
Este sistema parte de un concepto irreductible llamado “interés” como forma de la voluntad immediata, mecanismo egoísta a la vez que multiplicador que se opone desde el nacimiento de la modernidad a los procesos inversos de la dialéctica de la “renuncia”.
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