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25 AÑOS (La trampa de la memoria). 

La memoria puede ser una facultad tramposa. Los argentinos hemos situado a la memoria en el lugar del Bien. Por esta prebenda ética concluimos que olvidar está mal y recordar está bien. Sólo que el recuerdo nos divide en zonas enfrentadas que no suturan una herida. La historia argentina es analizada desde polos ideológicos inconciliables. Y con una obsesión maníaca perdurable. Aún hoy existen los morenistas, los rosistas, y sus contrarios. 

Cuando se recuerda el pasado y se olvida el presente, la memoria es una trampa. Han pasado 25 años del golpe del 76 y Galimberti y Videla son protagonistas culturales. En una Argentina que vive un momento de parálisis política y estancamiento económico, que está en vísperas de un posible caos financiero y su amenaza de ingobernabilidad, y violencia, en una situación en que la clase política chapotea en la ciénaga en la que se hunde un país, recordar y culpar para atrás es una vana diversión. 

La matanza de las bandas oficiales del 76 al 80 sellan el momento de mayor crueldad y sadismo de la historia argentina. Pero fue preparada y adobada por décadas de elaboración ideológica. El Escorial franquista de Onganía y su corporación política con su antisemitismo ya tradicional y su macartismo también clásico, fue una etapa previa del futuro odio de los cazadores de subversivos y de una siniestra educación sentimental de los argentinos. 

Vastas capas medias de la sociedad argentina, los representantes de las principales fuerzas económicas, mediáticas y eclesiásticas, recibieron con beneplácito el golpe de Videla. Rico y Patti gobiernan. Centrar hoy el terrorismo de Estado en personajes estelares del setenta es enfrascar una ideología en un estuche. No se trata de estrellas del mal, sino del panorama gris que las resalta. 

No acepto personalmente la extorsión moral. Ni que nadie me diga que los genocidas tiene que estar presos. Por supuesto que sí, y a perpetuidad. Pero el extremo dilema ético y político de la actualidad no pasa por la herencia del Proceso. 

No se trata de acusaciones, ni de odios ni de venganzas ni de reconciliaciones ni de perdones. Ni de enarbolar la mayúscula de la Justicia. No tiene sentido tirar tomates en la cara de Videla. Se da en el blanco aún con los ojos cerrados. Sí tiene sentido pensar si podemos evitar un Ruckauf. 

No neutralizaremos los nuevos peligros con una inmersión casi frívola en lo políticamente correcto. 

Hay una nueva generación que ya no cree en el país, y no es la del setenta, es la que nació con la democracia. Esto tiene que ver con la responsabilidad política de los últimos 18 años. La dictadura del Proceso no marcó a la sociedad argentina de una vez para siempre. Ni el terrorismo de Estado y la deuda externa de Martinez de Hoz definieron de un solo trazo nuestra historia. Si por sobrados motivos es adecuado hablar de fracaso nacional éste resulta de un sedimento, de un sistema acumulado de capas y complicidades. La historia reciente de la Argentina no se reduce a un grito original y un despliegue de ecos.

El dolor de los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado no es aliviable. Nada lo cicatriza, ni siquiera el castigo a los culpables. No es seguro que el dolor sea un asunto político. Entre dolor y justicia hay una zona al menos difusa. Para quien sintió el dolor en su cuerpo y su sangre, recordar es una necesidad. El que hace del recuerdo una consigna política primordial, reconvierte su presente impotente en barullo, y su falta de reflexión en resentimiento. 

Los que apoyaron con humor casi circense la llegada de Perón junto a López Rega e Isabel Martinez - sus declarados herederos - saben que tienen mucho para pensar. Más cuando ya no tienen veinte años, y más aún cuando muchos que fueron sus compañeros de aquella misma edad ya no están y otros jóvenes con sus veinte de hoy sí están. Éstos últimos son los actuales reos del futuro, y no del pasado. 

Hay quienes recuerdan que las víctimas del exterminio de los campos de concentración nazis no cejaron en su recuerdo ni en su búsqueda inclaudicable de los verdugos. Es cierto que el pueblo judío no cedió nunca en su determinación del castigo de los criminales de guerra. Pero, además, volcaron sus energías a construir una nueva nación que se les negó durante siglos. Pensaron pasado y pensaron futuro. A nosotros nos falta una pata, no la pata de la verdad, sino la pata del porvenir. 



Tres Puntos. Marzo 2001.