Blue Flower

 
 
El tema de la mesa induce la orientación de lo que se debe decir: clientelismo no- participación democrática sí. Y de este modo llegaríamos a ponernos todos de acuerdo en todo y en nada para que todo sigue igual y nada cambie.
 
Creo que el problema es más complejo que la simplicidad supuesta de una elección ética. Estimo que en nuestro país no sólo la democracia ni siquiera es formal, sino que se usa su etiqueta para cualquier disparate. El democratismo en la Argentina es un democaretismo, los ejemplos abundan, las excepciones por supuesto que no.
 
Dividiré mi punto de vista en tras items: periodismo - cacicazgo - compasión, son tres formas que reviste la actividad política en nuestro país.
 
El periodismo en nuestro país ha sufrido modificaciones sustanciales respecto de lo que esa actividad denotaba en décadas anteriores. Se llama periodista a un personaje multifuncional que adquiere tantas variantes como un actor con exceso de ofertas.
 
Hay un periodismo justiciero que difunde barbaridades, se indigna ante la noticia, resalta su aberración, toma partido por la justicia inmediata, es decir por una especie de venganza, se especializa en temas de seguridad, temor y temblor, y apela a la contraviolencia. Vive del alboroto delectivo. Es el periodista comisario.
 
Existe el periodista pastor que cumple la función de guardar su rebaño, interesarse por la vida de sus oyentes y televidentes, hablar directamente con ellos, se dejan amar por su grey y hacen todo lo que pueden por sus queridas víctimas.
 
Hay un periodista intermediario que compone la función de detective y lobbista a la vez, ya que aparentemente una tarea no puede hacerse sin la otra. Son los especialistas en la denuncia, los que reciben la información de uno de de los grupos en pugna, o de conflictos de intereses, difunden la acusación, y pueden recibir de parte del grupo dañado el día de mañana una información semejante que mancha a su vez al contrincante.
 
La prensa en este caso hace de puente por el que circula la lucha por espacios de poder entre facciones y por un dinámico sistema de extorsiones. El periodista especializado en estos temas podrá orientarse de acuerdo a posiciones ideológicas, ser un buen y valiente receptor de denuncias que dañan a los que él mismo quiere dañar, o puede ser simplemente un mercenario que trabaja para los que le pagan.
 
Hay periodistas con la función de estrellas de cine y hacen de Robin Hood haciéndose amigo de los adolescentes, otros son médicos y concretan la fantasía que remite a este tipo de autoridad, ni hablar de los periodistas jueces que emplean en forma permanente el tono de la sentencia, etc. Este modo llamado ágora electrónico tiene una inusitada fuerza en nuestra sociedad y sin duda  cumplen una función de compensación de instituciones falladas y en grave crisis. Ni la policía, ni los juzgados, ni los legisladores, cumplen la función de su investidura y autoridad que es la de la protección del ciudadano en nombre del cumplimiento de la leyes de un orden constitucional fundacional. Están al servicio del dinero y de la lucha por nuevos espacios de poder. Por otro lado no sólo es la desocupación y la pobreza los males sociales, sino, como algunos sociólogos lo reconocen, la ignorancia, no la falta de protagonismo, sino el reconocimiento de una pertenencia a alguna comunidad. Es la vida de parias de muchos que posibilita el agradecimiento de que alguien se acuerde de ellos aunque todo siga igual.
 
Las empresas comunicacionales lucran con ésto, desde los talk shows, al hablar con los oyentes, hacer de bolsa de trabajo, la búsqueda de seres queridos, y permiten que la audiencia practique la catársis de su propia desdicha o el alivio de no padecer la desdicha ajena. etc.
 
Es cierto también que la sociedad civil tampoco quiere dar de sí lo que se necesita para que éstos cuerpos legales se organicen y sean más eficaces, ya que implicarían más costos, es decir impuestos. Y esta es la historia del huevo y la gallina.
 
 Cacicazgo: en nuestro país la política es un sistema generalizado de favores. Esto lo es en tiempos de democracia electoral, cuando hay dictaduras el sistema de favores subiste pero es mucho menos generalizado.
 
Los partidos políticos funcionan de acuerdo a una extensa red que baja y sube por una variedad de escalones, por los que circula poder y dinero. Las vastas y a veces alejadas regiones del centro en las que vive millones de habitantes en los márgenes, con familias desintegradas, sin trabajo, sin posibilidades de subsistencia, con niveles de educación mínimos, una sistema puntual de jefaturas cumple lo que se llama una función solidaria, que implica quedarse con montos de dinero del gasto público destinados para beneficio propio y de amigos, y otra parte hace vertida para asistencia social. Esto ocurre en lo que se llama las provincias, y aparentemente menos en la isla capitalina.
 
Los voces de la modernidad democrática denuncian este sistema y lo llaman clientelista haciéndolo remontar a las épocas de la empanada y el vino, una degradación del sistema y una falta de respeto a la dignidad del ciudadano. Quieren barrer con este sistema para edificar una democracia en serio.
 
Generalmente este tipo de seriedad se lleva a cabo con un ataque brutal y definitivo a este neofeudalismo, rompiendo la red intrincada de asistencia y corrupción, y no deja nada salvo tierra baldía. Desde el arrasamiento de las villas miserias en épocas militares, hasta la supresión de los planes trabajar, o la condena a al trabajo de las manzaneras, lo que se quiere en definitiva  es una vidriera más pulida para presentar en sociedad. Los que pudieron salvar su supervivencia por este sistema paternalista, pierden  no sólo el alimento sino el último hilo que les quedaba a un resto de madeja social. Pierden contacto, se los deja a la deriva.
 
El sistema paternalista de corrupción tiene aún elementos del humanismo del que ciertas seriedades carecen. No hay gorilismo político en la Argentina, es un invento de esta nueva especie de carapintadas que pueblan el congreso para que no los juzguen pero sí hay un gorilismo ético, que persigue la corrupción que protege al pobre y silencia la grande del rico.
 
Compasión: no se puede hacer política con la compasión como tampoco se puede hacer política con la ética. Los miembros del gobierno actual, empezando por su presidente, se presentó en sociedad con la etiqueta de la ética, formó parte del coro admonitor de la corrupción menemista, y cuando le tocó el primer enfrentamiento que le exigía la dureza de conducta se fue a Berlín. Fue la crisis del senado. Sin duda que el discurso ético de diez años de oposición al menemismo en el que se hacía crítica en función moral, en la que se aleccioaba conciencias y se tasmitía indignación, apuntaba a un problema que no era moral ni siquiera de educación. Que sin duda que tiene raíces culturales como también tradición histórica, pero que en primera instancia es un problema político que concierne a corporaciones, fratrías y grupos de gran poder.
 
La compasión es una pasión que como toda pasión no tiene límites ya que la injusticia no tiene límites. El político tiene la difícil tarea de solucionar problemas. Aquel que se hace eco del dolor del pueblo, que pretende ser representante de ese dolor, lleva a un camino de violencia que parece nacer en el amor. Porque lo difícil es el poder, y ente poder y amor hay una calle, es la calle de la responsabilidad.
 
Cuando se dice poder no sólo me refiero a dos emblemas clásicos, es decir armas y dinero. Porque si poder es armas y dinero, la política es sólo el discurso vacío de legitimación para conseguirlos: pero si una sociedad quiere mantener la esperanza de cambio sin sangre pernamentemente derramada, debe agregar al poder, la capacidad.
 
Capacidad es también poder, poder de dar respuesta, de analizar la situación concreta, marcar las zonas de poder, ver los recursos de cambio con los que se cuenta, crear alianzas, debilitar frentes adversarios, provocar fisuras, mantenerse y avanzar.
Ser capaz de responder mediante una estrategia a mediano plazo es la política, que sí puede ser una cuestión de fines pero no necesariamente de ideologías.
 
La política no debe ser ideología aplicada, aunque más no fuere por la evocación siempre patente de Auschwitz, el Gulag y la Perla, pero si de fines, los fines de una modernidad que promete y no cumple, por eso de realización de fines y no de su mera enunciación, que son : trabajo, salarios dignos, educación general, libertad de asociación, movilidad y expresión.
 
Es decir del funcionamiento de una democracia republicana que se controle a sí misma por sus dispositivos macropolíticos, por una red activa de asociaciones micropolíticas que participen de las gestión de su entorno más próximo, y con la dinámica de un capitalismo de mercado regulado por un Estado con visión estratégica.
 
Sin duda que esta tarea necesita de mucho más que de la compasión por el pobre,  la pasión por denunciar al rico,  y todas las formas del sentimiento que se siente activo en el sufrimiento. El político debe ser capaz de responder al problema con un camino de solución, y no de identificarse con el dolor en el fondo común de una vida de lamentos.  
 
 ( julio 2000)