Blue Flower

Más Platón y menos Prozak es un libro en cuya tapa está impresa la arrebatadora cifra de doscientos mil ejemplares vendidos en castellano. Su autor es Lou Marinoff. ¿ Cómo puede escribirse – mejor dicho “ armarse” – un best seller de filosofía? Le agrego El mundo de Sofía de Jostein Gaarder, un noruego que en las ediciones Siruela logró quince reediciones en un año.
Dejemos de lado por un momento a los miembros del comité de censura formado por los epistemólogos y filósofos argentinos cuya amargura y esterilidad es proverbial. No digo que yo sea una excepción, pero al menos compré estos libros y los leí, no completos, pero sí una buena parte. Son un asco, perdón, no quiero ser tendencioso ni exagerar, aunque lo son, un vómito a la inteligencia. El libro de Gaarder no está mal para un chico de quince que tenga la enfermedad de la lectura seria. Lo veo al pibe con este libro como me veo en mi adolescencia encerrado en mi cuarto leyendo la Historia de la filosofía de Will Durant. Ése también era un libro infantil, ilustrado con grabados, que a un profesor de filosofía de la época debía parecerle una caricatura del pensamiento y que para mi era bello y milagroso. El señor Sócrates estaba con una copa en la mano rodeado de jóvenes expectantes y alarmados que le gritaban que no era vino con miel sino con cicuta el que bebería, mientras el doctor Durant nos decía que así moría un mártir del pensamiento.
El libro de Gaarder es de ese estilo, puede ser interesante para un pequeño calculín o calculina de los que aún quedan en este mundo de pasta base que ya no es la celulosa ( estoy muy impresionado por los testimonios que aparecen en diarios y otros medios sobre el consumo de drogas mortales entre la juventud de nuestro país). Pero la historia de una niña que sale de su casa recoleta con jardincito y verjas blancas hasta el buzón para recoger el sobre del misterioso profesor que la inicia en la historia de la filosofía, tiene un punto problemático. Es el de creer que los filósofos son gente de bien, sumamente preocupados por el misterio de la existencia, maravillados por la inmensidad de la cúpula estelar, y concentrados en dirimir lo que está bien de lo que está mal en la conducta humana.
Y no es así, es una visión parcial de la actividad filosófica. Hay una ruptura en la historia de  la filosofía que se la debemos a Schopenhauer, luego a Nietzsche y Marx, nuestros padres del siglo XIX, que dieron cuentas de ciertos ingredientes de la pulsión filosófica que más tarde coronó Freud. 
No se trata sólo de deshechar la versión platónica y aristotélica que concibe un mundo en el que cada cosa está en su lugar mientras permanezca en el que le corresponde, y un pensamiento contemplativo que disfruta de este panorama sin restos ni carencias. La completud teórica. También es necesario desconfiar de la buena voluntad, del hecho de que queremos saber porque estamos destinados a la verdad, tenemos sed de justicia, conciencia de nuestros límites y abrigamos la chispa divina. El mito de la inocencia.
Por otro lado el autor nos presenta una crónica de ideas como si los filósofos fueran importantes por decir necedades como conócete a ti mismo, el justo medio, ego cogito ergo sum, la natura naturans es igual a la natura naturata, Dios ha muerto y la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. La historia de las ideas es un jardín disecado si no se la entiende como la historia de la creación de nuevos problemas, la crítica de los viejos cascarones, y las invenciones diagramadas para salir de apretados dilemas.
La filosofía tiene la urgencia del hambre, la máquina de soplos pensantes golpea nuestra frente con la misma intensidad de un estómago que se retuerce. No sabemos si es útil, pero la sentimos necesaria.
¿Por qué Sofía se interesa por lo que le cuenta el hombre del misterio? Después de todo, el relato no es más que la copia de los miles de manuales de divulgación filosófica que se venden en todos los colegios del orbe. Podemos pensar que el interés nace del placer que tiene en la argumentación y la imaginación de los filósofos que hablan de cuestiones absolutas. Trasladado esto a su casa, en donde, como en toda vida doméstica, hay padres, autoridades, mandatos, formas de evasión, sentimientos de culpabilidad, el mundo de la mentira, el temor a la soledad, las preguntas que giran alrededor de por qué el mundo es así, sobre la justicia e injusticia, todo esto que es parte de la vida de un joven con hogar, puede conectarse con una historia simplificada de la filosofìa.
Mi propuesta pedagógica es diferente. Hasta ahora no me ha sido posible aplicarla en mi experiencia docente. Como mis alumnos son del CBC, es decir que tienen 19 años, cuatro más que Sofía, y que en su enorme mayoría seguirán carreras ajenas a la filosofía y a las humanidades, como arquitectura y diseño, se me ocurre que para colmar de algún modo la brecha generacional, y encontrar un punto de contacto entre intereses ajenos,  debemos leer  los diarios. Pongámosle un título académico: lectura crítica de los diarios.
En cada curso el aula de ciento veinte alumnos se divide en ocho grupos encargados desde las primeras clases a especializarse en las secciones de los periódicos: ciencia, educación, política nacional, política internacional, economía, cultura. Hay temas puntuales de investigación que completarán con búsquedas en Internet e informes de programas de televisión que se hayan dedicado al problema. Cada grupo presenta trabajos sobre los temas investigados.
Simultanéamente, la lectura comparativa de los periódicos – Página 12, La Nación, Clarín, por ejemplo – ilustra sobre los modos de producción de noticias y las confrontaciones ideológicas.
Alternando con esta actividad, una de dos clases, se lee y estudia un texto de filosofía clásica, para calibrar de cerca el modo en que un filósofo construye sus ideas y problemas en relación a la actualidad de su tiempo.
Se me ocurrió esta ventana porque los medios de comunicación masivos hablan de lo que “ se” habla. Constituyen la atmósfera de nuestra cultura, salvo para los despreciadores de lo inmediato, lo aparente, del mercado, de la moda, y de todo lo que ponga en peligro su altanería pacata, y, por lo general, mediocre.
La dificultad que encontré son dos: una que los docentes no tienen experiencia ni formación para leer actualidades ni pensar el fenómeno de la construcción de la información. La otra que los alumnos sienten que leer diarios en las facultades los menoscaba en su jerarquía de estudiantes universitarios aunque después no lean nada.
El libro de Raminoff es un misterio. No tienen las pretensiones pedagógicas del de Gaardner, está calcado sobre la larga tradición de la venta a domicilio del país del norte. El autor se viste de Platón y nos dice que cada uno de nosotros tiene una filosofìa personal que ignora. El consultor de filosofìa está para explicitarla y aplicarla en las dificultades de la vida cotidiana. No nos hace falta leer ningún libro ni realizar estudios fatigosos. La psicología está bien, pero no alcanza, podemos prescindir de ella. La filosofía especializada en plantearse problemas durante dos mil quinientos años no necesita de disciplinas auxiliares aunque para Raminoff  puedan ser complementarias.
La filosofía para Raminoff es una sabiduría que se sostiene en libros fundametales: la ética Aristotélica, de la que extrae lo que llama dorada mediocridad. El Eclesiastés, el I Ching, un poco de budismo. Gracias a este tesoro de la humanidad puede encauzar la existencia de Doug, un caso que presenta de un conductor de un programa nocturno de radio. Se siente solo y con dificultades de conectarse con la mujeres que viven de día y duermen de noche.  Ama su trabajo y no sabe como relacionarse. Como el libro fue escrito hace unos años, no sugiere el chateo, pero sí que no desayune más en casa, sino en snacks en donde puede iniciar conversaciones, hablar de sus hobbies, y ver la vida en positivo, midiendo sus recursos y no sus carencias.
Hay casi trescientas páginas de casos, como el de Susan y Ken, el de Abbot y Costello, de  no me acuerdo y Narizota. Se trata de delimitar el problema, circunscribirlo en términos precisos, apuntar un objetivo, y luego darle con el mazazo del éxito. Doscientos mil ejemplares en lengua castellana. Y no es autoestima, no es ese tipo de literatura mucho más rica en rituales, no hay programas de felicidad, jueguitos con el espejo, palabras enternecedoras, mantras masturbatorios y fabulitas de derviches, no, nada de psicologismos, todo es filosofía, con las grandes ideas como la del justo en el medio ( Ari), ahora que pienso me doy cuenta de que existo ( Renato), tengo tanta fe que me tiro al abismo ( Kierkegaard), el infinito me mata ( Pascal), la verdad es que no entiendo nada ( me refiero al existencialismo), todo es poder (Michel), la vida es un lenguaje ( José Nun), y el goce vale 100 pesos la consulta ( adivinen). Filosofia pura.
La palabra “ banalización” está de moda. Se banaliza el mal, el bien, lo que se nos ocurra puede ser banalizado. Por lo que las cosas anulan la dramaticidad, la gravedad, su peso específico. La filosofía también puede ser banalizada. Es cierto que frente a la tendencia que hace de la filosofía un instrumento de resentimiento lingüístico cuyos portavoces escudan su bilis agria con palabras rimbonbantes, afrancesadas, galicismos guarangos y todo tipo de pedanterías discursivas propias de la cocina a base de pura salsa sin carne, una vuelta en la calesita de lo banal nos distrae de los paisajes en ruinas. Pero no hay pasión, la filosofía que está de moda, a la que le dediqué dos capítulos de ciento setenta páginas cada uno en mi libro La empresa de vivir, esa filosofía a la Raminoff, Gaardner, y tantos otros, carece de intensidad, de la desesperación del pensar. Si esto es o no romántico, no sé, quizás lo sea, pero en todo caso no es una guía práctica para ser culto en una sola noche, una ayuda memoria para justificar decisiones con la ayuda de expertos de la nada, ni un refugio en tutorías que ya el Gran Kant había demolido.
Volvamos a la Ilustración, antes de que el desierto lo cubra todo.
No terminé... esta última frase no cierra el telón, no volvamos a nada, sigamos, hasta que la muerte nos separe.


Revista La mujer de mi vida - diciembre 2005