Blue Flower

Todo el mundo sabe lo que es un filósofo peripatético. Lo repito por las dudas, es quien piensa caminando y dicta cátedra mientras pasea. Quisiera imaginar a Aristóteles y Rousseau practicando su método en nuestra ciudad. Para eso salí y caminé. Nuestras veredas están rotas. No se recorren veinte metros sin que aparezca un cráter, alguna demolición, una rajadura. Las baldosas son de los siguientes tipos: 

  a) las llamadas vainillas que son seis en un cuadrado de veinte centímetros por veinte; 
  b) en una superficie equivalente encontramos las conocidas como pancitos que son tres en tres hileras, en total nueve; 
  c) las de hormigón de sesenta por cuarenta. 

Hay otras, pocas, en realidad, que tienen un dibujo en L invertidas desde ángulos opuestos, como guardas, y se ven además unas negras que imitan el dibujo del adoquín. Tuve que hacer el cálculo de la cantidad de baldosas que en nuestra ciudad deberían repararse, con el fin de que los filósofos pudieran mantener viva la tradición inaugurada por el Estagirita en el jardín de Vidas, así se llamaba el páramo en el que   enseñaba sin peligros de fractura.

 

Hay veinte mil manzanas en nuestra ciudad, cada una tiene un perímetro de cuatrocientos metros, por lo que el embaldosado ocupa ocho millones de metros. Para que el lector tenga una idea aproximada de lo que significa esta distancia, es el trayecto entre Usuahia a La Quiaca, ida y vuelta. Partamos de un punto de vista que no es ni optimista ni pesimista, sino un razonable justo medio, y supongamos que las veredas están rotas en un treinta por ciento, es decir, dos millones cuatrocientos mil metros. ¿Cuántas baldosas se necesitan? Las de veinte centímetros, tanto las vainillas como los pancitos, en sus colores cremas, rosados y grises, son una característica de la vieja Buenos Aires, de gran lucimiento una vez baldeadas y con una nota de nostalgia que hace a la identidad de los barrios. Cada metro tiene a lo largo cinco baldosas, y a lo ancho dos metros sesenta según el metraje de barrio Norte, lo que hace que por metro de superficie deben repararse sesenta y cinco baldosas. Dos millones cuatrocientos multiplicado por sesenta y cinco de las vainillas o pancitos nos da... :   ciento cincuenta y seis millones de baldosas.

 

En los años setenta se hizo famoso en París un sospechado lugar de tango que se llamaba Les Trottoirs de Buenos Aires ( se pronuncia Buenozer, la “z” tiene el zumbido de una mosca), nombre que era toda una evocación de nuestras veredas. Pero hoy la vereda sufre, está sola. La hemos abandonado por la irritante costumbre de hablar todo el día de los baches. La voz del chofer tiene una indebida hegemonía que privilegia el pavimento a favor del señor bache, protagonista exclusivo de nuestras maldiciones. Mientras tanto la vereda es vejada ante la indiferencia vecinal que en otras épocas se sentía responsable de lo que ocurría en el umbral de sus casas y hoy grita ¡que lo arregle la municipalidad que para eso pagamos impuestos! Eso sí, siempre hay quienes están prontos para talar árboles porque odian las hojas que caen, husmean raíces para denunciarlas a la subsecretaría de espacios verdes, pero baldosa floja que escupe agua acumulada y podrida para arriba...que las arregle Montoto.

 

Hay que sumar a esta demolición cotidiana a las empresas de servicios que rompen baldosas y losas, las restituyen a bajo costo y sin control municipal con los correspondientes daños futuros.

 

Es posible que antes existiera un cierto cariño por la calle que se disfrutaba con cuidado, y que hoy es una ramera que se usa rápido y con desprecio.

 

 No se trata del turismo, los visitantes, que se hacen nudos con los piés y miran par atrás para ver con qué tropezaron, suponen que para ser una ciudad del tercer mundo, tenemos más de lo que merecemos, y asociarán el tango y sus firuletes a una comprobación vial, pero los filósofos peripatéticos ya no pueden pensar bajo la amenaza de lo que le sucedió a Tales en la ciudad de Mileto: hundirse en la vereda.

 

(2005)