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Las obras corresponden al Prof. Ernesto Soto 


 

 

 

Segunda breve historia de la filosofía 53 
  La metafísica loca

  Con esta presentación de la filosofía de G.W. Leibniz se cierra un capítulo de la historia de la metafísica. Descartes, Spinoza y Leibniz fueron seleccionados en esta historia para la construcción de la metafísica moderna. Pascal es el dramaturgo de este relato. Entre los citados Descartes es el más sensato, el terrestre, el de menos pretensiones cósmicas. Por eso se le ha adjudicado la mayor responsabilidad en la identidad conferida a la tradición occidental y el más vilipendiado a la hora de proponer nuevos derroteros y sumar condenas.

  Leibniz, por el contrario, es quien quizás pueda considerarse merecedor de la autoría del género cuyo repetido título se lo debemos a J.L.Borges: la metafisica es una rama de la literatura fantástica.

  Cuando se dice fantástica no nos referimos a lo inverosímil sino a lo excesivo. Quienes creen en una vía regia en que la verdad de la ciencia pueda ser capaz de develar el secreto del universo, difícilmente la encuentren sin distorsiones en el reino de las Ideas. Es probable que aún las máquinas como la LHC ( Gran Colisionador de Hadrones ) que hacen chocar quarks, protones, mesones o como se llamen, alcancen a reproducir el primer instante de la explosión de la materia condensada, sin por eso develar el misterio del silencio anterior. Se trata de calcular lo que sucede una mibillonésima parte de un segundo después de la colisión y ser testigos de la conversión de la energía en masa. Es la esperanza de escribir la Ciencia de Dios.

  Leibniz estaría fascinado con estos experimentos si no soñó con ser uno de sus pioneros. Él, que inventó el cálculo infinitesimal – si lo fue, si fue Newton, o si presenciamos una coincidencia milagrosa, no ha sido del todo elucidado por los historiadores de la ciencia - , sabía que en estas cuestiones el saber no tiene límites. Sin embargo el conocimiento avanza paso a paso y la progresión es posible. Abundan espíritus codiciosos que se roban los secretos, por lo que Leibniz para confundirnos escribió un anagrama de sus hallazgos cuyo desciframiento creemos inútil:

  6accdae13eff7i3/9n4o4qrr4s8t12ux ( E.J.Aiton: Leibniz. Una biografía   ).

  Gilles Deleuze ( Le Pli ) ubica a Borges como un discípulo de Leibniz, por su Los senderos de los jardines que se bifurcan, con una diferencia importante. Mientras el filósofo de Leipzig limita las posibilidades de los existentes a la elección que hace Dios de lo que juzga conveniente, en Borges, por su afición a la filosofía china, su desmesura es mayor ya que incluye en la diagramación del universo tanto lo conveniente como lo absurdo.

  Su Dios está loco, lo que no rechazaría el mismo Deleuze respecto del organigrama de la metafísica de Leibniz ya que la define como “ un episodio psicótico de la Razón Teológica”.

  El filósofo leibniziano es el abogado de Dios. No es ni el encuestador empirista ni el Juez Trascendental de filosofías por venir, sino el defensor de la causa de Dios. Para eso construirá el tribunal de la Teodicea con sus juriconsultos al servicio de una reconstrucción exasperada y esquizofrénica de los laberintos que llevan a la Verdad.

  Un pathos de la distancia llama Deleuze a este mundo de autómatas espirituales y corpóreos, mónadas que bailan las danzas barrocas: la alemana, la pavana, el minuet, el coranto.

  Pasos medidos de marionetas al servicio de la armonía universal y de la libertad del coreógrafo mayor. 

  ¿Por dónde comenzar para comprender a Leibniz? Para un cuerpo como el mío que ha sido corregido en su disposición natural ( zurdo refaccionado por el método disciplinario presanjuanino), y que tiene el rumbo tumbado, para un espíritu amatemático como el de quien aquí suscribe: ¿Por dónde empezar?

  Hagámoslo por una aseveración tajante: las mónadas no tienen ni puertas ni ventanas.

  Explicación: nada sale ni nada entra por ellas, sin embargo todo está en su interior a pesar de ser sólo porciones de universo.

  ¿Cómo tener una idea de un pedazo que es el todo y que no se parece en nada a infinitos de otros pedazos que también son todos? ¿ Qué es la variación infinita en lo mismo ? 

 

Segunda breve historia de la filosofía 54
La negación de Leibniz
 

  En la Antología G.W.Leibniz. Escritos filosóficos editada por los profesores Ezequiel de Olaso y RobertoTorreti, encontramos el texto de La Monadología. Ha sido una sorpresa agradable. Leibniz dice con claridad lo que en sus comentadores a veces no parece tan claro.

  De Olaso se ocupa de las notas y comentarios. No conocí al profesor de la Universidad de Buenos Aires, sé que era muy amigo además de colega de Leiser Madanes, un profesor de filosofía del que he leído algunos textos. La prosa elegante con la que escribe me recuerda a Madanes. Tiene la distancia sajona y cierto humor ad hoc.

  Se ha ocupado de Leibniz muchos años de su vida. Incluso han creado con Madanes una editorial, “Charcas”, en la que publicaron textos de Leibniz. Este interés de Olaso por un filósofo tan complicado y lejano me resulta una incógnita.

  En el libro G.W. Leibniz. Analogía y expresión, recopilado por Quintín Racionero y Concha Roldán, colabora con un artículo en el que dice que el pensamiento de Leibniz sintetizado en el paradigma “expresivo” puede ser enriquecedor para la metafísica pero nada aporta al conocimiento de las cosas ni es útil al esfuerzo cognitivo de los hombres.

  Es difícil de comprender semejante dedicación a los devaneos de tan largo aliento de un enciclopedista tildado de anacrónico. Es una tarea que depara una extrema fatiga a la vez que decepcionante si no sirve para nada.

  Al menos Deleuze le ha dedicado sendos cursos universitarios, además de su libro sobre el Barroco, porque entiende que hay en Leibniz una imagen del pensar cuyos conceptos le dan mayor consistencia a su idea de continuo.

  Más en la línea de Bertrand Russell, Olaso podría ser cómplice del filósofo inglés, cuando en su History of Western Philosophyse burla de Leibniz. Escribe que en su universo hay más bien que mal. Es una cuestión de cantidad. Más aún, sostiene que el mal que hay es necesario para que valoremos el bien. Si hay pecados es porque Dios quiere el bien, nuestro bien, y el Bien en general. Sin disonancias no hay armonía. Russell juzga que esta idea le complacía a la Reina de Prusia – otra de las tantas amistades monárquicas de Leibniz - ya que podía comprender que el sufrimiento de sus siervos contribuían al goce del bien. De lo Bien que disfrutaba de sus bienes gracias a que su monadólogo preferido garantizaba la justicia del mundo.

  Es cierto que el esfuerzo y el tiempo que dedica un comentarista a un clásico no significa que lo ame ni que concuerde con sus teorías. En una clase inicial, Deleuze dice que Leibniz es un filósofo del orden y de la policía. Un reaccionario. Para fundar este orden policial ha desplegado, agrega, toda una exhuberancia caótica de conceptos. Gran matemático, físico, jurista, inventor de sistemas de drenaje de minerales con molinos de viento, político, archivista, musicólogo, crítico de la olla a presión, redactor de un memorandum para levantar la moral del ejercito en la ciudad de Hannover, hombre que ha resuelto el problema de las ecuaciones cúbicas, bicuadráticas y otras de orden superior, y quien ha escrito en 1686, a los cuarenta años, el Brevis demostratio erroris memorabilis cartesii, en el que dedica su pericia a demostrar un “ notable” error de Descartes... todo esto, sostiene Gilles Deleuze, está puesto al servicio de un orden execrable.

  La denostación de Deleuze algo tiene que ver con la conducta cobarde de Leibniz respecto de Spinoza, a quien visitó en un yate de época en el que se embarcó en Londres, perteneciente al principe Ruprecht von Platz, primo de la Duquesa de Orléans ( Avishai Margalit, “The Lessons of Spinoza”, The N.Y. Review, 12/4/2007 ) a tres semanas antes de su muerte en noviembre de 1676, interesado por su metafísica y su éticaque aún inédita podía conocerla por dos discípulos alemanes, y cuando el filósofo holando-sefaradí, tuvo la marca maldita estampada en su espalda, la de ser un herético, negó haberlo visitado.

  Si Spinoza ha tenido una posteridad amorosa en contraste con su aislamiento y persecución en vida, Leibniz de vida agraciada, ha dejado una estela de antipatía, que hace decir a Deleuze que es un filósofo dificil y abominable.

  Segunda breve historia de la filosofía 55

  La monadología

   

  Por algún motivo extraño la filosofía de Leibniz se me ha dibujado en la mente como un cuadro de Ieronymus Bosch. Debe ser por las mónadas a las que imagino como burbujas cristalinas flotando en el espacio como ciertas escenas de las pinturas del paraíso o del jardín de las delicias. Clepsidras con sus habitantes, pequeñas cápsulas, a la manera de las esferas que descienden del cielo con su par de cosmonautas.

  En suma, se trata de un habitáculo agradable y protegido, a la manera del submarino del capitán Nemo. La mónada, para seguir con Deleuze, es un prototipo de máquina célibe, un figuración deseante autosuficiente a la vez que conectada.

  El mecanismo monádico es el de un universo de partículas mínimas, simples o indivisibles, que reflejan el Todo desde su lugar o punto de vista. Son cápsulas encandescentes que proyectan un halo de luz sobre el entorno e iluminan una porción de mundo.

  Por eso son representativas, lo que son se lo deben a su estar en el mundo y para el mundo. Representan una parte de él y lo que queda afuera no dejan de llevarlo adentro a pesar de que no salga a la luz. Representación no es conciencia. Hay un inconsciente leibniziano que se percibe como un rumor, un clamor, un aturdimiento, todas imágenes leibnizianas para designar el fondo oscuro del que proviene la luz.

  El claro-oscuro del Barroco, las formas emergentes de las sombras como en los cuadros de Caravaggio según describe Deleuze, nos hablan de un universo infinito, un magma dinámico que no es otra cosa que la convergencia de los haces de luz irradiados por las mónadas.

  Es una realidad ficcional a la vez que insuperable, compuesta por series proyectadas desde puntos de vista múltiples, que diagraman un mundo virtual actualizado por las singularidades monádicas.

  Sé que esto es dificil. Pido perdón a los lectores si de un nudo quiero hacer un moño.

  Leibniz habla de perspectivas infinitas de un solo mundo según los puntos de vista de cada mónada. Una variedad con un continuo cambio de formas pero en orden, el mejor orden posible, el orden composible.

  Cada mónada, nos dice en su Monadología, es por naturaleza representativa. Esa representación es sólo confusa en el detalle de la totalidad del universo, y únicamente puede ser clara y distinta en una pequeña parte de las cosas.

  Todas las mónadas se dirigen confusamente al infinito, al todo, pero son limitadas y se distinguen por los grados de percepciones distintas. Todo está lleno, sentencia, no hay vacío en la naturaleza, toda la materia está ligada y en el lleno todo movimiento produce algún efecto en los cuerpos distantes.

  Leibniz dice que las mónadas cambian, no son imperturbables, pero sus modificaciones se deben a un principio interno. Las mónadas no tienen partes pero sí tienen afecciones. Son modulaciones o pliegues, del que hay conocimiento por un detalle, pero no son cognocibles en su totalidad porque sus repliegues se extienden hasta el infinito.

  El conocimiento monádico es el de lo detalles. El Todo sólo lo conoce la Mónada gigante, la Abeja Reina, Dios. Las entelequias, término aristotélico adoptado por Leibniz, son mónadas con cierto grado de perfección y una suficiencia que las convierte en fuente de sus afecciones internas y en autómatas incorpóreos. Otras mónadas viven en la confusión.

  Cuando una mónada progresa en claridad, otra aumenta sus penumbras. Es como si hubiera una fuente de energía estable en el universo. Pero, gracias a Dios, cada condenado deja una porción de fuerza libre aprovechable por las mónadas restantes. Hay progreso y liberación de posibilidades porque hay sustracción de energía gracias a los condenados. Un vampirismo al servicio del Bien.

  En el universo según Leibniz no sólo hay elementos inorgánicos, minerales, plantas, animales y humanos, hay otros seres racionales además de los hombres, los llama genios.

  Cada cuerpo orgánico de un ser viviente es una especie de máquina divina o de autómata natural, que supera infinitamente a todos los autómatas artificiales.

  Citaré el fragmento 67 de su Monadología: “ Cada porción de la materia puede ser concebida como un jardín lleno de plantas, y como un estanque lleno de peces. Pero cada rama de la planta, cada miembro del animal, cada gota de sus humores, es también un jardín o un estanque similar”.
 
Segunda breve historia de la filosofía 56
El alfabeto universal

   

  Así como me venía a la mente las pinturas de Bosch al remitirme a la monadología, en el intento de Leibniz de confeccionar un alfabeto universal recuerdo la novela de Hermann Hesse El juego de los abalorios. Leída en mi adolescencia, rescato el clima conventual, la oscuridad, la importancia de los libros y la existencia algo demoníaca de sus principales personajes: Demián, Joseph Knech, Harry Haller, Narciso, y los otros, los angelicales como Goldmundo y Siddartha.

  Este juego permite la traducción de todos los lenguajes de la cultura. Es el sueño de una mathesis universalis que rediseña gracias a una metodología de máxima sofisticación y de cifras secretas, un sistema de signos en otro, siendo la música y las matemáticas, las artes principales. El color tiene un sonido, a una palabra le corresponde un número, y a cada una de éstos una figura. Es un modo pagano de repetir la creación, de convertirse en Demiurgo y de hacer uso del poder fáustico que ambiciona el hombre.

  Leibniz en su escrito Historia y elogio de la lengua o Característica Universal (1680), dice que gracias a la confección de un lenguaje universal la humanidad poseerá un órgano de nuevo cuño que incrementará el poder de la mente mucho más que lo que las lentes han aumentado el poder del ojo.

  En sus notas a la antología de las obras de Leibniz, Ezequiel de Olaso dice que el alfabeto de los pensamientos humanos está compuesto por términos a los que corresponden caracteres. Dice Leibniz en Signos y cálculo lógico ( 1684, post ): “ los signos escritos, trazados o esculpidos, se denominan caracteres”.

  La Característica es el nombre general que se le da a una multiplicidad de representaciones posibles ( signos, marcas, dibujos, símbolos, notaciones, números, etc). El “ arte característico” es el arte de ir formando y ordenando los caracteres “ de modo que mantegan entre sí la relación que mantienen entre sí los pensamientos”.

  Así puede llegar a elaborarse una escritura ideográfica en la que los signos representen directamente a los pensamientos. Se cumplirá así el deseo de Liebniz de alcanzar para occidente una lengua con la transparencia que tenían para él los sistemas linguísticos de la China y de Egipto.

  La Caracerística será universal y podrá darle palabras a las lenguas, cifras a la aritmética y notas a la música. Ha de ser el fundamento de una lógica general que constará de símbolos para todas las operaciones del pensamiento que permitirá que nuestros razonamientos tengan la infalibilidad del cálculo numérico.

  Calculemos y no discutamos nos sugiere el filósofo de Leipzig.

  En Sobre la Síntesis y el Análisis Universal (1679), Leibniz critica a Thomas Hobbes, con quien nos encontraremos la próxima vez.. Dice que el filósofo inglés afirmó que todas las verdades pueden demostrarse a partir de definiciones, pero creyó que todas las definiciones son arbitrarias y nominales. Pero no es así del todo, si bien los nombres pueden ser arbitrarios, las relaciones entre los términos son necesarias. No pueden unirse las nociones en forma arbitraria. El concepto que formamos con ellas deben ser posibles. Toda definición, agrega Leibniz, contiene una afirmación sobre su posibilidad.

  Russell dice que Leibniz creía que podía pasar de la sintaxis al mundo real. De la lógica a la metafísica. Lo que logró, añade finalmente, con esta pretensión, es convertirse en un escritor aburrido, y su efecto en la filosofía alemana, en especial en su discípulo Christian Wolf, fue la de producir ingentes sistemas de pensamientos áridos y pedantes.

  Con la noción de “expresión”, Gilles Deleuze propondrá una nueva lectura por la cual lo que importa del pensamiento no es que sea árido o colorido ni adecuado o inadecuado, ni siquiera verdadero o falso, sino ordinario o singular.

   
Segunda breve historia de la filosofía 57
El universo de Leibniz
 

  En el capítulo de su Histoire de la Philosophie queÉmile Bréhier le dedica a Leibniz, comienza por el pensamiento místico de los alemanes, es decir por Eckhart, Cusa y Boehme. Son los pregoneros del infinito apasionado, igual que Giordano Bruno, de quien el filósofo de Leipzig parece haber tomado el término mónada.

  Bréhier dice que Leibniz tuvo contacto con alquimistas y grupos rosacruces en 1671 en quienes descubrió el modelo germinativo del cosmos.

  Bernardino Orio de Miguel en su artículo “ La nature cache....” (Analogía y expresión)supone un vínculo entre la visión leibniziana de la naturaleza, el Corpus Hermeticum y la Kabbala. Se sostienen en la idea de la naturaleza como un organismo vivo, animal absoluto o animal orgánico a la manera de Bruno.

  “Todo en todas partes es como aquí ”. Este acoplamiento entre el presente y el instante con el Todo también es afirmado por Deleuze cuando explica la unidad interior del movimiento monádico. La unidad activa de cambio de estados ocurre en el instante en el que el estado siguiente emerge por sí mismo del presente por una fuerza natural.

  Hay una dinámica leibniziana en la que se destaca el concepto de “fuerza viva”, en un mundo en el que predomina la fluidez de la materia, la elasticidad de los cuerpos, el resorte como mecanismo, el principio vital.

  Todo este sistema es recorrido por conceptos que cruzan a la filosofía y a la fisica como voluntas, conatus e impetus. Se los usaba para explicar el movimiento tanto del alma como de los cuerpos. ¿Por qué se mueven las cosas? ¿Por qué desean los hombres?

  Descartes separa mundos, los hace duales, piensa en términos mecánicos, su universo es rectilíneo, el movimiento de un cuerpo se explica por el choque con otro, el movimiento global es impulsado por Dios, entre unos y otros no hay relación.

  Leibniz pondrá en relación la voluntad divina con la natural. Pero mientras en Spinoza el sistema es autónomo y no necesita de la la voluntad trascendente, en Leibniz Dios elige el mejor de los mundos posibles.

  Para hacerlo Leibniz diseña un mundo curvilíneo en donde además de las figuras haya interacción de fuerzas. Mundo elástico, de fluídos, de expansiones y contracciones, en el que la comunicación monádica no es directa. Todas las mónadas tienen un teléfono rojo con línea directa con la Gran Mónada., pero no se comunican entre sí, deben pasar por el conmutador central.

  Dice Deleuze que Leibniz abre un nuevo dominio por el que además de lo posible, lo necesario y lo real, incluye lo composible y lo incomposible.

  Existe un mundo de esencias, es decir de posibilidades de existir. “Adán pecador” o “César cruzó el Rubicón! son acontecimientos elegidos por Dios. Pudo haber elegido que Adán no fuera pecador o que César se quedara en la orilla, pero si no lo hizo es porque convenía al mundo elegido por Dios como el mejor que las cosas sucedieran como sucedieron.

  Russell dice que Leibniz para haber imaginado una especie de guerra en el Limbo habitado por esencias que tratan de existir. Dice algo más. Nos comunica que hay una creencia generalizada que dice jamás haber comprendido, por la que se afirma que es mejor existir que no existir. Sobre esta base, concluye, se le pide a los niños que se muestren agradecidos a sus padres.

  Hagamos las pregunta radicales antes de extraviarnos por – lo recuerdo una vez más - este momento psicótico de la ontoteología para usar el término de Heidegger: ¿ Por qué algo más bien que nada?

  Deleuze dice que este es el grito de la ratio essendi. ¿Por esto en lugar de esto otro?, éste es el grito de la ratio existendi.

  Dejo la ratio cognoscendi y la ratio fiendi para el próximo capítulo.

   

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  Armonía del Mundo y perversión de Dios

   

  Nada tiene que ver esta armonía con el Cándido de Voltaire, o quizás sí, es posible que lo mejor que puede hacerse es regar nuestro jardincito. Pero no olvidemos que para Leibniz no existe el reino de la necesidad sino el de las posibilidades.

  Una vez que las posibilidades son composibles, o sea, que son compatibles con otras mundos posibles, Dios eligirá a las que hará existir, y desde ese momento las relaciones entre los individuos serán necesarias. Dos más dos no podrán ser cinco porque Dios diseñó todo un mundo en el que las matemáticas tienen su lugar y su función, y en caso de alterar las reglas, es todo una serie de mundos la que debería alterarse.

  No se trata de regar el jardincito porque Leibniz ataca a la pereza, el sofisma de la pereza que es el de Cándido. El filósofo alemán dice que en el mundo terrestre hay tendencias o inclinaciones, por lo que el esfuerzo, el obrar y orar, tienen sentido. Si bien los grandes ángulos pueden estar determinados, podemos modificar algunos grados la apertura del enfoque.

  Que nadie pida explicaciones ni confirmaciones experimentales sobre este tipo de aserciones, en filosofía la prueba de la verdad no tiene sentido. Lo lamento, pueden cambiar de disciplina si no tienen sensibilidad para este tipo de vocabulario, a la metafísica se la toma o se la deja. Nadie le pregunta a un edificio si es verdadero, basta que no se caiga, y el sistema de Leibniz no se cae porque flota, como un corcho sideral, un cosmos hecho con madera de alcornoque.

  Una proposición analítica es aquella en la que el predicado está incluído en el sujeto. El triángulo tiene tres lados es una proposición analítica porque es inclusiva. Leibniz afirma que toda proposición verdadera es analítica, lo que exige que todos los predicados están incluídos en un mismo y único Sujeto, Dios. Por eso el mundo es el despliegue espacial y temporal de una única esencia. Pero al mismo tiempo para Leibniz sólo hay individuos, las mónadas, ya que este despliegue es diferenciador, no hay repetición de lo mismo sino repetición de un sistema diferencial en el que no hay dos unidades iguales a pesar de su condición “expresiva”.

  Los atributos expresan a una misma sustancia. Los conceptos son así como nombres propios, nociones individuales. El principio de los indiscernibles dice que hay una sola cosa para cada concepto. Es la ratio cognoscendi que afirma que toda diferencia es conceptual. El cálculo diferencial es el que debe aplicarse para distinguir las diferencias mínimas que se disuelven en el continuo de la naturaleza. La relación infinitamente pequeña entre las partes discretas del universo. Es la ratio fiendi que sostiene que las cosas devienen por continuidad.

  Estas pequeñas percepciones son las que cuentan. Vayamos al ejemplo del mar. Escucho el mar. Es un rumor. No escucharía a las olas si no tuviera percepción inconsciente de ruido de cada gota de agua que se desliza sobre otra. Se tiene un resultado parcial del infinito de gotas. Del infinito rumor hacemos un pequeño ámbito.

  De la totalización del mar a la singularidad de la gota. Ésta última se hará notar por el contacto con la molécula más cercana a mi cuerpo, y definirá el pequeño aumento, el incremento supletorio, por el que el infinito de pequeñas percepciones se convierte en percepción consciente. No hay relación entre partes sino de derivación.

  Lo continuo es una composición, un producto, dice Deleuze en sus clases sobre Leibniz ( traducidas al castellano por edit. Cactus). Se pasa de las pequeñas percepciones a la percepción consciente por adición de algo notable.

  Dios es perverso, no nos permite ver la continuidad. Nos presenta saltos, rupturas, discontinuidades. Dispersa los elementos de la naturaleza. Leibniz insiste en su optimismo, dice que esta perversión divina es algo bueno porque nos hace creer en nuestro poder de conocimiento y control de la naturaleza. Es condescendiente con nuestra vanidad.

  Si la continuidad es el acto de una diferencia en proceso de disolución, un análisis infinito es un análisis del continuo operado por diferencias evanescentes.

  Dejaré la metafísica pero sólo por un par de siglos. Ahora necesito comer algo sólido.