Blue Flower

 
 
 

 

Las ilustraciones de este número corresponden a obras de Adolf Kohn y Marc Chagall

 


 

 

 

Segunda breve historia de la filosofía 48

Spinoza o Hegel
 

Desapareció Spinoza de mi vida. Es posible que en la institución judía a la que asistí un breve tiempo, en donde había grupos de estudio para jóvenes sobre los pensadores de la tradición, su nombre haya circulado alguna vez. Imagino que sabía que era un filósofo excomulgado.

Ya en París como estudiante de filosofía, el nombre de Spinoza volvió a sonar con renovado prestigio por la importancia que le daba el grupo de filosofía que acompañaba a Louis Althusser. Uno de ellos, Pierre Macherey, profesor que tuve en la Sorbonne durante un cuatrimestre, escribió años después, 1979, el libro Hegel ou Spinoza, en la misma colección “ Théorie”  de la editorial François Maspero en la que se habían editado los libros de Althusser sobre Marx.

Spinoza era para Althusser y sus compañeros una máquina de guerra discursiva contra Hegel. Desprender a la filosofìa marxista de su adherencia hegeliana era para ellos una labor imprescindible en su intento de refundar el marxismo de acuerdo a las nuevas teorías provenientes de la linguística estructural, del psicoanálisis lacaniano y de la antropología de Claude Lévi Strauss.

Era parte del combate ideológico contra el aparato fenomenológico, el sartrismo, y el humanismo feuerbachiano que se basaba en los textos del joven Marx. Por alguna razón que me resultaba misteriosa, Spinoza era un aliado de esta tarea, un compañero de ruta muy querido en la avanzada materialista.

Macherey, en este libro primerizo, anterior a su gran obra en cinco tomos sobre Spinoza Introduction a la Éthique de Spinoza, comienza marcando la diferencia entre un Hegel profesor de la Universidad y un Spinoza reacio a aceptar puestos académicos. La explicación reside en el modo en que ambos componen su obra en relación a la institución:

“ El sistema hegeliano cuya exposición se construye y se desarrolla al mismo tiempo que su autor recorre, con alegría, las etapas de la carrera universitaria ( de preceptor privado a la Universidad de Berlín ), la una reflejándose en la otra y dándole por reciprocidad su verdad, ¿ no está confeccionada por su organización jerárquica, para ser ejercida en el marco de una institución pública de enseñanza?”.

Sistema especulativo y trasmisión académica son dos instancias homólogas en el trayecto hegeliano. Por el contrario, el sistema spinozista repele toda oficialización. Dice Macherey: “ Su doctrina expone el punto de vista de un solitario, de un reprobado, de un rebelde, y se trasmite de la boca en boca (...) La filosofía suprime el miedo e ignora la obediencia; por eso no puede ser enseñada públicamente”.

Este reencuentro con Spinoza vino con la doble aureola de un pensador ungido con la gloria del anarquismo y del materialismo. El recuerdo de aquel primer contacto con el texto de la Ética, aquel libro incomprensible, se recreaba ahora con el materialismo de su peso en gramos y el anarquismo de un triángulo equilátero. Pero sin duda su vida, de la que conocía poco y nada, debía justificar tamaño romanticismo, al menos por su condición de desterrado cultural, hereje o ateo, que supo enfrentar a las autoridades de su comunidad.

Resultaba algo más arduo comprender las razones por las que el materialismo dialéctico de Carlos Marx estaba emparentado con el panteísmo de Baruch Spinoza, ese misterio sólo podía ser develado por especialistas tanto de uno como de otro pensamiento, aunque al menos, incapaz de llegar a tales ditirambos conceptuales, me contentaba por el momento con saber que Spinoza era un revolucionario en la teoría y seguramente en la práctica también.

En realidad, Spinoza era marxista, y  a no dudar, éso bastaba por el momento. El holandés errante, el sefaradí expulsado, estaba en la senda correcta, y pertenecía a la línea materialista.  

 

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Spinoza y la New Age

 

La gran revolución teórica respecto de la lectura de la filosofía de Spinoza ha sido la que llevó a cabo Gilles Deleuze. Escribió dos libros sobre su pensamiento y dictó durante años clases sobre el tema en la Universidad de Vincennes, que pueden ser leídas en la web y en ediciones piratas, entre ellas la de la editorial Cactus.

Deleuze no rescata al filósofo maldito, al desterrado, al rebelde. Rescata la literalidad del mismo nombre de Spinoza, Baruch, Bendito, lo considera un ángel de la filosofía, un hombre de una imaginación conceptual sin igual, el constructor de una ontología plena de vitalidad, humor, y alegría de ser.

Leer la etica spinozista lo hace feliz. Son cosas de Deleuze, cosas que a veces también pueden ser nuestras y que nos permiten compartir su felicidad. Sucede lo mismo cuando nos dice que Kafka reventaba de risa cuando leía sus relatos a sus amigos, ese Kafka que ha sido ungido como el gran interpretador de la culpa judía, de la burocracia staliniana, y de la alienación existencial.

Jamás me reí con Spinoza, pero detengámonos un momento. La risa a la que se refiere Deleuze no es la misma que explota en nosotros con Abbot y Costello. Es otra risa. Tampoco es la risa trágica del dionisismo de Nietzsche. Pretende ser una alegría tranquila, nada tiene del tono vindicatorio y exaltado del síndrome maníaco-depresivo del alemán.

El sello con el que firmaba Spinoza decía “caute”, prudencia, el Spinoza-Caute, fijado por el lacre puede ser un “cuidado con las espinas” según interpretan algunos lectores el humor de Spinoza. Benny el espinoso.

Con Deleuze navegamos por el océano spinozista. Su filosofía se edifica frente al templo de Salomón y su muro de los lamentos. Spinoza arremete contra la filosofía de la trascendencia. Contra el platoninismo y las filosofías binarias que al separar la luz de las sombras, mandaron el cielo arriba y a nosotros abajo.

Una división cuya resonancia es ética, el socratismo, la unión entre conocimiento y felicidad a costa del caos sensible y de la esclavitud pasional, o sea, el cuerpo.

Spinoza es el filósofo de la inmanencia, todo es naturaleza y todo es Dios, pero no es un Dios que nos antecede, nos supera, nos eleva. No está separado. Sagrado es separado, y con Spinoza el espacio de la divinidad no está separado.

Tampoco está en nosotros, no es una introspección calvinista ni un diálogo interior. Estamos en el mundo porque somos mundo. Dios también está “en” el mundo. No hay exterior ni interior, sino modulaciones de una sola faz.

Dios es sustancia, la sustancia se expresa en atributos, que a su vez se multiplican en modos. Una sola realidad que cambia de forma y se expande de acuerdo a su potencia.

La alegría del sistema se basa en su capacidad de expansión. Su tristeza en el gruñido sordo de su retracción. Somos lo que podemos y valemos lo que podemos ser.

No hay moral en la naturaleza, es decir, no vivimos en un universo moral. La moralidad es una cuestión societaria impuesta por el espíritu sacerdotal, por los dueños de las llaves del reino que nos exigen obediencia y sumisión a la ley.

La moral necesariamente es política. En la naturaleza todo es necesario. La libertad no deja de estar determinada por el movimiento general de la metamorfósis cósmica.

El Spinoza de Deleuze es pagano, es parte de la fiesta del animismo. En todo está Dios, todo lo existente es divino, en este magma ontológico se crece y se empequeñece. Este movimiento no deja de ser pasional. Todo es cuerpo, los modos son corporales y vibran con las energías o fuerzas llamadas potencias. Cuando los cuerpos se cruzan y se expanden es porque la composición que resulta de este encuentro es buena. Si se contraen es porque el encuentro los intoxica, es malo. La ética es química, farmacología. La alegría y la tristeza expresan buenas y malas composiciones, y despliegue o repliege de potencias.

Hay un Spinoza para la ideología de la New Age, la doctrina de las buenas y malas ondas, y la del contagio de fealdades. El peligro del gordo, del fumador, del depresivo, del baixo astral, la onda expansiva emitida por las malas compañías.

Puede haber un fascismo estético spinoziano, lo habría, si el filósofo del Amsterdam no fuera tan dificil de entender, si su estilo geométrico no fuera ininteligible para el no especialista, y si, quizás, tampoco diera cuenta de la verdadera dimensión de su pensamiento.

 

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Variación continua

 

Para Spinoza la verdad es una cuestión que concierne a la ciencia. La religión no se preocupa por la verdad sino por la obediencia. Por eso las religiones son asunto de teología y de política. El libro se SpinozaTratado teológico-político es un ataque contra el espíritu sacerdotal. Es la ideología de los poderosos que hacen de Dios un instrumento temible y el núcleo de un sistema de castigos para todos aquellos que duden, se rebelen o desobedezcan a la voz de las alturas, que no es otra que la voz del Amo.

El ataque spinoziano es uno de los más furiosos que se hayan elaborado en la era previa a la “muerte de Dios”. Si no se hubiera excomulgado a Spinoza por su conducta mucho antes de la escritura de este libro, no habría dudas de que su edición ha sido la verdadera razón por la cual el filósofo fue condenado y silenciado por la cultura judía hasta mediados del siglo XX, en que los oficios del primero ministro David ben Gurion, convencieron al Gran Rabinato de volver a aceptarlo en la comunidad hebrea.

La demifisticación del orden sacerdotal no implica ningún anarquismo. Para Spinoza no deja de ser cierto que las sociedades requieren un orden político. Pero el mejor de ellos es el orden republicano, aquel que en Holanda rigió durante veinte años, bajo el liderazgo de los hermanos de Witt. Una sociedad que limita el poder de las iglesias, y circunscribe a las confesiones y a los credos  a la esfera privada.

Una sociedad delegativa conducida por manos prudentes y un ambiente de libertades hermanado con la responsabilidad. Spinoza era un hombre deseoso de pertenecer a comunidades de tranquila convivencia y organización flexible.

Fue aún más firme esta convicción al ver los desquicios de lo que llamaba “ la multitud”, que descuartizó y colgó en la plaza pública a sus  amigos de Witt.

Para él, la única religión válida es aquella que ama al prójimo en nombre de Dios. Lo que cuentan son la compasión y la generosidad. Spinoza se sentía más cerca de Jesús que de Moisés.

Por otra parte, la filosofía diagrama el orden del mundo revelado por los descubrimientos de la física gracias a los instrumentos de la óptica y el lenguaje matemático. Dios no desaparece del mundo pero se hace divinidad, fuerza integral omnipresente sin rostro propio. Lo llaman panteísmo. Dios no es una  fuente radiadora y lumínica como en el emanantismo de la filosofía neoplatónica, ni un modelo de verdad al que los hombres sólo pueden acercarse por analogías, como en el tomismo.

El mundo de Spinoza no tiende hacia un fin, carece de teleología, no está determinado por un sentido. Su funcionamiento es a-teo, ateológico, se rige por sus propias leyes, es autosustentable. Lucha y encuentro entre potencias, entre fuerzas, expansión y contracción, y afectos.

La tercera parte de la Ética, nos habla de los afectos, primer género de conocimiento. Si bien no hay una teleología, puede haber una progresión por lo que llama géneros de conocimiento.

Los malos encuentros producidos por choques, desvíos, por la pasividad de los cuerpos ante las afecciones, pueden remediarse conociendo las relaciones entre las cosas, con el conocimiento de sus composiciones. Este conocimiento gracias a lo que Spinoza llama “nociones comunes”, es el adecuado. El tercer género de conocimiento es intuitivo. Una vez que mediante el conocimiento adecuado producimos buenos encuentros, potenciamos nuestras fuerzas y las afecciones son activas y nos producen alegría, estamos preparados para una última etapa que es el estado de beatitud, el de la contemplación de la divinidad en sus obras. El goce apolíneo por lo bien hecha que ha sido concebida la Creación, por lo maravilloso de su movimiento, por el estado de serenidad que nos invade.

Afecciones, entendimiento, intuición. Alegría, sabiduría, beatitud. Hay en Spinoza una  confianza en la razón, en el more geométrico como camino hacia un estado místico. Existe un puente entre la ciencia y la iluminación, entre la física y la devoción, entre la deducción y la intuición.

La imaginación óptica debe conducirnos hacia la visión inmediata de lo que hay. Es la utopía cartesiana del goce cognitivo.  La mathesis representacional desplegada totalmente para un ojo incorporado y prendido a su red extendida.

El mundo de Spinoza, en la lectura de Gilles Deleuze es una nueva imagen del pensamiento, un rizoma, una variación continua, un desplazamiento horizontal, unívoco, inmanente, en donde los dioses mueren para disolverse en la divinidad.