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Esphyr Slobodkina (22-IX-1908 / 21-VII-2002) - Deus ex machina





 

 
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Populismo al horno

    Me referiré al libro de Ernesto Laclau, La razón populista. El texto tiene un doble eje. Por un lado se despega de las literatura habitual sobre el fenómeno populista que lo degrada en nombre de su fobia a las masas. Para este tipo de ensayística, las muchedumbres arrebañadas llevadas por el furor y la necesidad de un Jefe, repiten, en pleno proceso civilizatorio, el esquema de la horda primitiva. Por el otro, pone a prueba un modelo teórico con el que pretende darnos un concepto de lo político en general, a la vez que elabora la racionalidad de una manifestación puntual. 

    El populismo ha sido definido por una carencia. La falta de precisión ideológica, de racionalidad, de autonomía, su escasa complejidad institucional, fue paralela a un tratamiento teórico que no intentó tomarse el trabajo del concepto ya que su objeto no lo merecía. Laclau rescata al populismo del desprecio y lo encumbra para coronarlo como miembro vitalicio de la escolástica teoricista. Hace con el tema lo mismo que hizo el Príncipe con la Cenicienta o el Jefe con las masas : dignifica. 

    Se toma un trabajo exhaustivo en el que ofrece el andamiaje que elabora la filosofìa para dar cuenta de la política de nuestro tiempo. La palabra “teoricista” empleada aquí no se refiere a un temor al concepto, ya que los maestros conceptuales son el corazón, por no decir la racionalidad sublime, de la experiencia filosófica. Además, cuando la filosofía huye del concepto, por lo general se refugia en el lugar común, en el prejuicio o en la moralina. Depende de lo que se entienda por operación conceptual. Una cosa es poner en orden nuestra cabeza para que se abra al mundo, y otra jibarizar el mundo para que entre en nuestra cabeza. 

    Su intento es dar cuenta de lo que llama “ la construcción de un pueblo”. Retoma el proyecto de la filosofía política clásica, la de los filósofos del derecho natural hasta Rousseau, y nos da su teoría acerca de esta creación nuclear. El pueblo no se hace con individuos. No es un contrato social por el que cada uno entrega su libertad a la comunidad que se la devuelve legitimada. No es el acto unánime elaborado por el Divino Jean Jacques que a pesar de su creatividad teórica, no escapa de las aporías del origen. Me refiero que si para crear un pueblo los individuos deben decidir en conjunto asociarse es porque ya conforman un ente colectivo. El maestro Louis Althusser dejó un legado precioso en sus clases y escritos respecto del círculo especulativo de la filosofìa. 

    El pueblo, para Laclau, nace de la conexión de demandas sociales insatisfechas, que pierden su especificidad hasta converger en un solo grito que las subsume y las cimenta. Obreros, estudiantes, “unidos por delante”, cantaban los muchachos de la fábricas al acercar sus columnas a las de las chicas de psicología. Perdone el lector, estas evocaciones algo risueñas, pero las considero sencillamente estratégicas. Así como Rabelais era un antídoto para la severidad de los dominicos, la risa lo es frente a la pedantería académica. Finalmente qué es lo popular sinó este espíritu carnavalesco que da vuelta el espíritu de seriedad, siempre tan riguroso. 

    Para Laclau, entonces, el pueblo es lo que llamamos habitualmente “pueblada”, y con este fenómeno habitualmente percibido como inorgánico, impreciso e informe, recupera en estos días de apatía política, frivolidad posmoderna, y concepción administrativa, contable y gestionaria de lo político, el espíritu revolucionario. 

    Rescatar la mística política, su espiritualidad, sus afecciones y las rupturas súbitas que produce, no sólo resulta de un meticuloso trabajo de investigación teórica sino de una persistente necesidad de trasmitir valores de emancipación, hoy olvidados. Lo dice el mismo autor, es un asunto de subjetividades, con la salvedad de que no necesariamente de los pueblos, sino de los profesores de filosofía. 

    Reconozco que el sermón reaccionario contra los guerrilleros de cátedra es de pastor resentido. Es muy mezquino operar con el sentimiento de culpa y endilgar que ser subversivo en el campus es fácil, no es mucho más inteligente que decirle al militante de izquierda, que en lugar de aprovechar los espacios capitalistas para perturbar el orden público por qué no se va a hacer un corte de ruta a La Habana. Aunque a veces uno se lo pregunte. 

    Se trata de un problema doble. Por un lado vivir en una sociedad conforme consigo misma, con una meseta de consumidores de clase media estable, una organización burocrática por lo general eficiente, da una sensación de repetición asfixiante. La gente que tiene algo que conservar se vuelve huraña y avara, individualista e indiferente a lo público. Habitan un mundo “ institucionalizado”, rígido y normativo, que tiene la fuerza y el poder de controlar sus fenómenos disruptivos y debilitarlos con la anuencia tácita de las mayorías silenciosas. 

    Es el mundo en el que viven nuestros visitadores filosóficos llamados Laclau de Essex, Badiou de Sorbonne, Zizek - diplomático sin cartera - o Negri y Agamben de Etruria. Comprendemos que encuentren en nuestras tierras pasión y señoritas, piqueteros y cacerolas, guevaristas y maoístas 

     El otro aspecto del problema ya no es ni cultural ni turístico, es epistemológico. Para usar un término adecuado, hay que decir: ontológico. Me refiero al Ser, la gran palabra que unida a Verdad y Sujeto, son las tres estrellitas del Sur que guian a los reyes magos hacia un nuevo pesebre. 

    Trataré de ser claro y distinto. El universo de las ciencias sociales y de la filosofía ha visto reformulado su objeto por la lingüística. El Ser es lenguaje. Se habla de discurso. Pero, señala Laclau, desde los trabajos teóricos emprendidos por las escuelas de Praga y Copenhagen, que radicalizaron el formalismo linguístico, el discurso no se limita al habla y a la escritura sino que oficia de modelo para todo sistema relacional. Diferencia y repetición no son sólo mecanismos de la lengua sino de toda estructura en la que se combinan elementos. Por lo tanto el esquema es transdisciplinario y su pertinencia alude a la misma noción de objetividad. 

    Los elementos teorizables no son pre-existentes a los complejos relacionales. Poder ir más allá de la distinción saussuriana de sustancias fónicas y conceptuales, permite desarrollar la totalidad de las implicancias ontológicas que se derivan de este progreso fundamental. Las referencias linguísticas puramente regionales han sido abandonadas. 

    De acuerdo a una nomenclatura nativa, podemos hacer la siguiente analogía: se ha establecido un nuevo régimen de coparticipación federal. Se ha creado un ente centralizado en el que funciona el Ministerio Ontológico General que distribuye el presupuesto conceptual entre las diferentes provincias o regiones teóricas. 

    Hay que discutir el “know how” de esta entidad porque no es lo mismo el programa de operaciones basadas en la Lógica de los Conjuntos de Alain Badiou, las categorías básicas de la estructura de Lévi Strauss, el esquema rizomático marca Deleuze, adquirido por Negri & Hardt Corp, que el que ahora nos ofrece Ernesto Laclau. 

    Este nuevo gadget contiene importantes accesorios lacanianos, digo gadget porque se crea así un “Laclan” compuesto con piezas heteróclitas entre el pensador de la hegemonía y el del objeto pequeño “a” . Por ejemplo la noción de Significante Vacío, Totalidad Fallida y Acto, son piezas de este dispositivo. 

    ¿Como determinar un Todo que es un sistema de diferencias sin crear la ilusión de una trascendencia? ¿ De un Deus ex Machina? Todos los elementos relacionados por la diferencia de sus valores son interiores al sistema, desde adentro no hay totalidad, sino partes entre partes e identidades internas. No hay fundamentos a priori que privilegien unos elementos sobre otros. Es la crítica que hace Hegel a la idea de límite en Kant. Para trazar un límite, afirma, hay que salir del circuito. No es el tema de este trabajo, pero a nadie se le ocurriría, creo, que debe ir al Más Allá para aseverar que no conoce más que éste acá. 

    De todos modos el problema está planteado. Si no hay un todo no hay significación, dice Laclau, y si ningún elemento interior al sistema puede definir a este todo, no queda otra solución que expulsar a uno de ellos para determinar la totalidad. 

    Recordar a Foucault. En 1960 definía a la Razón clásica por la expulsión de aquel impensable llamado Locura. En este caso, también la totalidad expele algo de sí para constituirse como tal. Pero cuando recordamos aquella Historia de la locura en la época clásica, nos remitimos a lo que Foucault llamaba la “experiencia trágica” de la locura, aún imbuída, como él mismo señaló, de fenomenología y espíritu romántico. 

    Para que una sociedad tenga identidad y un sentido propio de la cohesión, “alcanza”, afirma Laclau, con demonizar a un sector. Sencillo, las peripecias de la lógica de la exclusión nos han hecho llegar a esta verdad de perogrullo: el chivo emisario. Derrida recordaba su génesis griega, “pharmakón”, veneno y remedio a la vez. 

    Una vez que hemos señalado al Maldito, al encontrar - como en aquel relato de Boris Vian - a quien arrojarle el pescado podrido, todos nos reconocemos como iguales: arios, argentinos, católicos, millonarios, bosteros, cuervos, canallas y leprosos, identidades de nuestro folklore local. 

    Respecto del elemento excluído, todas las otras diferencias se equivalen entre sí. Nos olvidamos de las mil y una minucias que nos separaban y la familia se une en nombre de un odio en común. Así, prosigue el autor, toda identidad es construída dentro de esta tensión entre la lógica de la diferencia y la lógica de la equivalencia. 

    La totalidad se la define como fallida, no todos pueden estar adentro porque, ya vimos, no sabríamos cómo construir una identidad. Pero si al mismo tiempo algún tipo de cierre se necesita para que haya significación e identidad, la totalidad será a la vez que imposible, necesaria. 

    El espíritu de Kant ha vuelto, sus antinomias nuevamente son evocadas para diseñar problemáticas teóricas que miman la razón crítica. Ahora bien, el dispositivo necesita de un próximo paso - el lector debe recordar que intentamos generar el concepto de populismo y que aún no puede desabrocharse el cinturón hasta que se apague la señal indicada - es el momento de la representación. 

    Una diferencia del conjunto, sin dejar de ser particular, asume la representación de la totalidad fallida. Imaginemos nuevamente a los obreros, los taxistas, los camioneros, los empleados públicos, las estudiantes de psicología, piqueteros, las amas de casa desesperadas, los ahorristas estafados, a los gastronómicos y a los hinchas de Chacarita, a la policía bonaerense, militares juzgados, mujeres asesinas, sociólogos de FLACSO ( Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales), financistas de maniobras rápidas, a hacendados con mal de vacas, toda esta conexión de demandantes insatisfechos “agregados” sin cohesión, imaginemos entonces que uno de sus átomos, cualquiera, si se quiere, las futuras psicólogas lacanianas, deciden asumir la representación de la totalidad, y nombran al excluído, al Significante Vacío, y dicen: Chupetistas!, Biberonianos! Shakiristas!, Menemistas!, Zulemistas!...y ya está, dice Laclau: respecto de los Regresivos Cipayos, somos iguales, pertenecemos a la logia del Gran Hermano. El autor llama a este mecanismo en que una particularidad asume una significación universal inconmensurable consigo misma: “ hegemonía”. 

    Bien, pueden desabrocharse los cinturones. Hemos llegado a la altura crucero, el populismo 

    se ha estabilizado y pasaremos a servir un refectorio. ¿Que este texto no hace justicia al referente Laclau? ¿Que es una parodia? De ninguna manera. No se hace más que ir a la cocina y mirar dentro de la olla. Los pensadores odian que se traduzcan sus malabarismos retóricos al lenguaje popular. Prefieren hablar de populismo con los productos más sofisticados de una perfumería de Free Shop. No hay drama, simplemente decimos lo mismo desde los puestos de la estación Constitución, creemos que el tema lo merece. Si ése no es el pueblo, el de la Estación Terminal cerca de la avenida Brasil, ¿ el pueblo?…¿ dónde está? 

    Si algún pasajero quiere pasar a primera clase, si paga lo que corresponde, no hay problema. El servicio es otro. Nuestro piloto les ofrecerá el siguiente menú: un pudding de catacresis con sinecdoque. 

    Un término figurativo que no puede ser sustituído por otro literal es un fenómeno catacrético. Laclau dice que no hay otro modo de decir “ la pata de una silla” que decirlo con un tropo retórico de esta clase. No hay literalidad ni sentido más ajustado que la palabra “pata”, busquen en cualquier diccionario y siempre encontrarán pata, es así desde los tiempos de Babel. 

    Por eso nos dice que la operación hegemónica es catacrética, a la vez que sinecdóquica ( en la que una parte representa al todo). Las chicas no representan al Gran Hermano sino figurativa o perversamente, a la manera del fetiche. Son una prótesis. Una vez que la gente reunida en la plaza para saber de qué se trata ve salir por el balcón del Cabildo a las chicas, están poseídos de fervor inusitado, es un griterío infernal, y llegan a un estado delirante cuando anuncian al que será el Jefe Supremo, porque como dice Laclau: el enfoque estructural nos permite preguntarnos si no existe algo en el vínculo equivalencial que ya preanuncie aspectos clave de la función de liderazgo. La respuesta está ahí, sí, en el balcón, lo vemos al Gran Sociológo saludando a derecha e izquierda, nuevamente a la derecha, otra vez a la izquierda. El populismo es así: giratorio. 

    Laclau nada quiere saber con la escuela de la racionalidad puritana. Además de decir que la “ ambigüedad ideológica es necesaria”, también agrega que en los fenómenos políticos hay amor, él comienza por llamarlo “dimensión afectiva”, y luego, por si no hemos entendido bien, precisa: investidura radical, concepto que permite entender que un objeto es la encarnación de una plenitud mítica. 

    Recapitulemos: tenemos al pueblo en la calle, a las lacanianas en la junta grande, al Gran Sociólogo sonriendo y haciendo chistes, es como si no nos faltara nada. Aunque nunca es tarde para deshacer entuertos, hay gente que confunde las cosas, y bien vale señalar aspectos que pueden evitar en el futuro malentendidos difíciles de desbrozar. 

    La gente que está en el balcón, esa gente, son Entes. Laclau lo quiere dejar bien claro: son emergentes de una dimensión óntica, ocupan “ése” lugar, pero no son el lugar, no son el Ser. Como todo Ente, presta un servicio, nos da luz, pero no es La Luz, da gas, pero no es El Gas, agua, pero no es El Agua. Esta diferencia ya la hacía Tales en Mileto. Lo diré con sus mismas palabras: debemos distinguir el rol “ontológico” de la construcción discursiva de la división social, y el contenido “óntico” que en ciertas circunstancias juega ese rol. Puede suceder que el contenido óntico agote su capacidad para jugar ese rol, en tanto que permanece la necesidad del rol como tal. 

    El sentido común por suerte existe, es el que le hace decir a nuestro autor que la función óntica puede ser desempeñada por significantes políticos de signo político completamente opuesto. Hay una nebulosa tierra de nadie entre populismo de derecha y populismo de izquierda. Y señala con sabiduría: la necesidad ontológica que expresa la división social es más fuerte que la adhesión óntica a un discurso, por ejemplo, de izquierda. Como Jane Austen en Sense and sensibility, afirma: cuando la gente se enfrenta a una situación de anomia radical, la necesidad de “alguna clase” de orden se vuelve más importante que el orden óntico que permite superarlo. Se explica: “el universo hobbesiano constituye la versión extrema de este vacío.” 

    Bien, hemos demorado un poco, pero hemos llegado ( aterrizado) en esta “ nebulosa tierra de nadie” conocida como la República Argentina, la del presente absoluto. Patria de puebladas, burocracias populares, patrones amados, clientes agradecidos, intimidadores legitimados, parte de un continente híbrido en que el modelo republicano institucional, contable, administrativo, conformista y eficiente, es una utopía casi olvidada, realidad que para algunos no deja de ser un nuevo Eldorado y toldería maravilllosa llena de promesas, clima templados y playas exóticas para posmarxistas jubilados. 

    Hemos incorporado conceptos. No se sabe si con éstas teorías se transforma la realidad. La tesis de Marx difícilmente se aplique en este caso. Tampoco son tiempos como aquellos en los que los filósofos apostaban todos sus conocimientos en un proyecto ilustrado. Kant quería creer en el progreso y la paz. Su voluntad era explícita. Por inversión de polos filosóficos, Nietzsche dijo aquello de no creer lo que uno piensa. Filósofo del martillo, su lema era la invención y no la esperanza. 

    Pero filósofos como éstos de hoy, que predican los valores de la emancipación y apuestan a las categorías fuertes, los que dicen no bajar los brazos frente a la avanzada anglosajona de la filosofìa de la conversación, al pragmatismo rortyano, a la filosofìa de la higiene analìtica, a la dialógica habermasiana, al tododalomismo posmoderno, se preocupan fundamentalmente por desfilar en la pasarela. Se lucen en congresos, jornadas y eventos organizados por maestres académicos, en los que emplean las contraseñas de su lenguaje corporativo. Pueden discutir entre ellos, Laclau con Zizek en torno de la herencia hegeliana y el uso y abuso de Lacan, los dos contra Negri, al que condenan por su espontaneísmo spinozista, Badiou contra los mismos y contra otros en cuestiones de vacíos, nominaciones y acontecimientos, pero toda ésta supuesta intensidad es - como dice la profesora Mónica Cabrera - para la “gilada”. 

    Al modo de los diputados de nuestros parlamentos que gritan ofuscados frente a las cámaras y luego almuerzan juntos en el comedor del palacio legislativo, todos estos liberadores gramscianos, neomaoístas, hegeliano-marxistas, lacanoleninistas, se sostienen entre sí y nos vierten su cansancio. 

    Los análisis concretos de situaciones concretas no se hacen con instrumental categorial de las nuevas ontologías que combinan simuladores semióticos con psicoanálisis lacanoso. Un 17 de octubre, un diciembre del 2001, el chavismo, la guerra de Irak, los cambios en el tablero de ajedrez geopolítico, los fenómenos de larga duración como los acontecimientos recientes, poco y nada pueden usufructuar de estas habilidades abstracto-formales. 

    Han pasado años desde aquellos intentos en que los altusserianos intentaban afinar sus categorías para tenerlas listas y útiles en los análisis de situaciones historicas. Intentos asintóticos, tangenciales, en los que lo real se escapa al infinito. Esta fuga ontológica sólo provoca en el teórico incontinencia conceptual y jerga hermética para un uso dogmático. 

    La filosofía tiene la función de interpelar. Su utilidad reside en el modo en que nos solicita. Los grandes maestros de la filosofía nos han dejado sus visiones en una amplia gama de géneros. Diálogos, tratados, confesiones, sumas, aforismos, sistemas, preceptivas, ensayos, meditaciones, teorías críticas, en las variadas formas de la expresión filosófica los clásicos retornan- como los grandes compositores - con sus armonías. 

    La filosofía también es una cuestión de olfato, se huele la autenticidad de una palabra filosófica. El “basanós” era la piedra de toque que se usaba para raspar una moneda con el fin de verificar su autenticidad. Hoy la oferta filosófica abunda en símiles truchos con sus etiquetas rimbombantes. En nombre de la verdad, de la revolución global, del Bien, de la necesidad y la universalidad de las categorías, se remeda un hallazo alquímico. 

    Nadie cree del todo, nadie se resigna a no creer en nada, se cree más o menos, horror de los discípulos de Savonarola. Para ocultar esta desagradable sensación, esta liviandad insoportable, el rigor y la severidad se vuelven hasta temibles. Existe una insistente voluntad de asustar en ciertos filósofos. 

    Dan miedo con todo lo que saben, con lo que dicen, con sus verdades que nos advierten que nuestro mundo es un campo de concentración, que reventaremos de hambre o prosperidad, que nos meterán un chip en la vejiga y que orinaremos por la boca. 

    Este no era el tipo de solicitud de los clásicos. Filósofos de la talla de Kant y Kierkegaard sabían que esta fisura exigía un salto, para uno el salto de la razón hacia el entusiasmo, para el otro un salto hacia la fe. Los dos partían de la duda y el riesgo, de lo imposible y lo necesario. Eran otros tiempos, las guerras civiles y religiosas del siglo XVII eran su antecedente sombrío. No conocieron la decepción napoléonica ni las guerras mundiales ni Auschwitz. Sin embargo, aún piensan, nos remitimos a ellos. Lo hacen Lacan, Laclau y Agamben. Los antiguos no nos dejan dormir el sueño de los justos, ni el de los justicieros. 

    La cultura filosófica de Ernesto Laclau le da consistencia a su argumentación y nos permite apreciar el uso de categorías transdisciplinarias en sus afanes de teorización. Afán desmedido y autista. No sale de sí. 

    Al ser la filosofía parte de las artes del sentido, de la hermenéutica en sentido amplio, no en tanto versión develada de significaciones ocultas, sino en cuanto construcción de ideas sobre la base de una multiplicidad de códigos, el sentido de los acontecimientos de nuestra actualidad histórica no necesita modelos ni ontología. Las categorías de la tradición filosófica tienen uso polémico, pedagógico, hasta sofístico. Ya decía Kant que el mundo no entra en la red del entendimiento, por eso la capacidad de observación y el talento para los matices y los detalles, hacen a la riqueza de las ideas y para lo que Michel Foucault llamaba “pensamiento del afuera”. No hay ventanas en Laclau, su dispositivo conceptual está sellado. 

    No se trata de modelos, entonces, ni de “lógicas”, ni “ontologías”, que guien un pensar que sin ellas estaría condenado a su libre e irresponsable espontaneidad. Esta idea del intelectual que programa el pensar que luego en la praxis dejará su impronta revolucionaria, no es más que un programador de grillas retóricas, crea un personaje que ostenta conceptos, pero poco hace pensar. Sólo está hecho para ser trasmitido, es pedagogía pura. Ordenamiento escolar de una nomeclatura. 

    Una imagen del pensar – para emplear un concepto de Gilles Deleuze – no es un dispositivo estatal o federativo que organiza las ideas y bautiza el acontecimiento, por eso su rizoma no modela sino modula. 

    Pero hay que reconocer que con la filosofìa se aprenden nuevos nombres. El Hermano Néstor y la Hermana Cristina son catacréticos. Sin dejar de ser un buen par de sinecdoques. Con la filosofía, dijimos, se aprende, y también se come. No hay como el cordero patagónico, pero eso es para más adelante, en otro vuelo. Por ahora hemos preparado este matambrito hermenéutico, está adobado con todo lo que se consigue en el mercado global de la semántica, lo hemos atado con soga, el mundo no se le debe escapar, el relleno ha sido emparedado, estará bien sujetado para cocinarlo a fuego lento, y lo devoraremos. No hay como el Populismo en horno de barro.