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Fukuyama: Caricatura de Nicola Jennings -2006




 
 
 
 
 

 

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Ideología y estrategia en Francis Fukuyama



  Francis Fukuyama es un ideólogo. La función del ideólogo es hacer un acopio de cierto saber para reorganizarlo en favor de un interés político. A este modelo interpretativo no se trata de oponerle con candor un modelo de pureza en el que el filósofo busca la verdad y un científico la desinteresada objetividad. En todo conocimiento hay una posición que tiene que ver con la subjetividad, sin embargo en el filósofo su interés es manifiesto y lo confronta en la esfera pública con otros intereses. En el científico las reglas de su quehacer, que son restrictivas, no le impiden decidir caminos de investigación, y un uso singular de la inventiva conceptual. Son subjetivismos abiertos y acotados.

  El ideólogo, por el contrario, se presenta como un analista de tipo científico preocupado por problemas que tiñen su tiempo. Así Fukuyama a lo largo de su obra ha ido cambiando esta tintura de acuerdo, no a lo que da color al mundo, sino a lo que perturba a la potencia política que defiende. Ofrece asi recursos retóricos extraídos de variadas fuentes para armar un red argumentativa para uso del poder. Lo presenta como una necesidad objetiva.

  El poder del establishment norteamericano no lee textos de filosofía antes de bombardear alguna ciudad del oriente medio, ni consulta a un pastor evangelista sobre sus decisiones, primero bombardea, y luego busca las palabras. Las que usa en el momento de la acción son mínimas: “el enemigo tiene armas letales”, por ejemplo, “somos los que defienden la libertad del pueblo nicaragüense”, “ debemos custodiar la democracia que Chávez….” etc.

  Tan mínimo resulta el armazón discursivo del poder norteamericano que cuando está apurado por decidir una acción sencillamente miente, luego se desdice, puede quedarse sin argumentos por un momento, y llega, al final, a plantear la lógica  que todo el mundo entiende, la lógica de la guerra: “o ellos o nosotros”. 

  El primer libro de Fukuyama El último hombre o el fin de la historia da cuenta del derrumbe del sistema soviético con un grito triunfal. La humanidad ha llegado a la culminación de su aventura política y ha encontrado el mejor sistema de gobernarse: el sistema democrático republicano liberal con una economía de mercados abiertos. Sobre la base de los principios de los padres fundadores de la revolución norteamericana el mundo le ha dado la razón al gran filósofo del siglo XIX : Hegel.  El creador del idealismo alemán, para Fukuyama,  fue capturado por los maestros de la dialéctica marxista, cuando en realidad es el filósofo que  pensó la democracia liberal. Este sistema no es solamente uno más, sino que es la reunión de la Razón y el Estado, la encarnación del sentido de la historia en un Estado. Hegel creía que podía ser el alemán, es el de los EE.UU, pero en realidad, el estado absoluto, por lo insuperable de su contenido y forma, es universal. Hay pueblos y estados que no han entrado a la modernidad, que persisten en su arcaísmo e impiden que la universalidad democrática y capitalista sea planetaria. Pero están fuera de la historia, son rezagos prehistóricos que se refugian en formas vencidas.

  Fukuyama para diagramar su texto se inspira en dos pensadores; uno es Hegel, el devoto admirador de Napoleón, el otro es Alexandre Kojève, un filósofo ruso-francés que veía en Stalin el líder que mejor encarnaba el estado universal hegeliano.

  Su libro Confianza es portavoz de una preocupación de los sectores conservadores de la sociedad norteamericana. Para él, los EE.UU a partir de la década del sesenta, se han convertido en un nido de víboras, en un espacio en el que minorías de todo tipo defienden derechos, inventan nuevos resentimientos, ponen en tela de juicio al estado norteamericano, se mofan de la tradición, estiman que toda autoridad es indebida, y fragmentan a la nación hasta convertirla en una sociedad insegura de sí misma y por lo tanto débil.

  Movimiento gay, juvenilismo rockero, feminismo, poder negro, pacifismo, criticismo cultural destructivo, la proliferación de sectas derrotistas han debilitado a una sociedad que de seguir así va a su decadencia primero, y luego a su disolución. 

   El capital social de una nación depende de la cohesión de su colectividad, de su espíritu comunitario, y de la confianza en sus instituciones. Cuando esta sociedad es democrática y republicana, la confianza reside en la defensa de ciertos valores colectivos. Para Fukuyama no es posible que una sociedad como la norteamericana, la más rica y poderosa del mundo, encarnando el liderazgo político mundial, sea un elefante con piés de barro, es decir, una sociedad que ha acumulado un capital económico inmensamente grande y un capital social inmensamente pequeño.

  En el orden internacional los EE.UU se enfrentan con sociedades en plena expansión económica a la que se le suma un sólido capital social. Es el caso de Japón y de China, culturas que no se han constituído sobre la idea de la libertad y los derechos del individuo, que no tienen una tradición de disidencias en su origen, y que, por el contrario, tienen una milenaria historia de respeto a las autoridades, veneración a la ancianidad, obediencia civil, exarcebado sentimiento patriótico, y cohesión grupal indudable.

  En la carrera de los poderes nacionales, los EE.UU, si no quiere perder su liderazgo, deben encontrar una vía de confianza en sí misma, en sus fundamentos, llegar a una revolución conservadora que los arribistas culturales que habitan el partido demócrata jamás llevarán a cabo.

  Para el autor, no es con gente que toca el saxo y le gusta cenar con García Márquez y William Styron que hay que buscar el líder de esta gesta, sino, posiblemente, hasta el momento, en ex alcohólicos petroleros que se arrepienten de sus pecados frente a algún duro dios evangelista.

  No es casual, entonces, que lleguemos al reciente libro de Fukuyama,  La construcción del Estado, presentado en nuestro país y que ha dado motivo para que su autor sea invitado por nuestros medios culturales para difundir sus tesis.

  El libro trata de lo siguiente. En el mundo hay dos tipos de estados. Los estados fuertes son los que tienen el control de lo que sucede en su territorio. Administran el movimiento de capitales y el valor de la moneda, como así también la carga fiscal y su recaudación, pero además, y fundamentalmente, tienen el monopolio de la violencia y el control de sus fronteras. Un estado débil es que carece de estas dos últimas exigencias. Además del ejército estatal, circulan otras bandas o contingentes armados dentro de su territorio y fuera de su control; constituyen grupos insurreccionales, mafias narco y comandos terroristas. En un estado débil o “fracasado” la organización clandestina de la violencia ha trasvasado las posibilidades de represión.

  Un estado así puede ser democrático en su esencia, republicano en su forma, pero en realidad es una sociedad anómica a merced de intereses que grupales que infiltran las mismas estructuras estatales y se anidan en la sociedad civil.

  El orden internacional se ha organizado hasta la fecha sobre la base de los estados nación soberanos que se rigen por el respeto a normas internacionales que se basan en el principio de no intervención y en la discusion de las reglas de convivencia política en foros mundiales. Este orden hoy está resquebrajado porque los estados tienen calidad diferente.  Esto no sólo modifica lo que sucede al interior de los estados dañados sino que pone en peligro a todos los estados del planeta independientemente de su fortaleza.

  Hemos entrado en la era de la seguridad. Del libro de Fukuyama se deduce que es necesario repensar el orden diseñado por las grandes potencias a lo largo de la historia de las relaciones internacionales de occidente. Desde el tratado de Westfalia en 1648, el de Viena en 1815, el de Versailles al fin de la primera guerra mundial, de Malta hasta hoy, la idea de estados pares ha prentendido mantener su vigencia. Esta realidad ya no  tiene posibilidades de perdurar. Un estado que no controla a los grupos terroristas en su propio territorio pone en peligro al mundo entero. Los terroristas son nómades y de visibilidad casi nula. No se trata de estados enemigos, y sí de lo que sucede en su interior. El principio de no intervención se convierte así en un anacronismo, y se requiere un dispositivo de alerta sumamente ágil para que fuerzas combinadas actúen en cualquier parte del mundo cuando la ocasión así lo exige.

  Pese a este tipo discurso de justificación de los últimos acontecimientos mundiales, Fukuyama, tiene sus dudas sobre la acción de Bush en Irak, pero no por los principios en los que se sostiene, sino porque le está saliendo mal.

  La historia tiene para él pocos capìtulos. A pesar de una visión holística que abarca largos períodos, en realidad, se saltea algunos acontecimientos problemáticos. La lucha secular entre potencias por la propiedad y posesión de la energía que mueve el sistema capitalista, desde el funcionamiento de sus medios de locomoción, la temperatura de sus hogares, como el fluido que posibilita la fabricación de las armas de destrucción masiva, es decir el petróleo y el uranio, es una crónica del abordaje del botín colonial hace más de un siglo. La existencia de regímenes feudales asociados a la expoliación de esta riqueza es una garantía de estabilidad y de control sobre estas fuentes de valor estratégico primordial. La ocupación de estas zonas es un plan que se lleva a cabo de modo puntual desde la invasión de Suez en 1956. Pero esta es una historia que no merecerá un libro. Este tipo de geopolítica no se ocupa de estados coloniales asociados.  Mejor hablar de estados fracasados y choque de civilizaciones. 

  El pensamiento de Fukuyama es de índole estratégico. Es lo que se llama “un think tank” o “brain trust” de corporaciones económico-militares, su tarea es la de vestir con argumentos la voluntad de poder de la clase dominante de una nación imperial.