Blue Flower


 
 
Caricatura de Perón 
Autor: Alfredo Sabat.


 
La mayor parte de los dibujos que ilustran esta nota (Landrú,Tristán, Oski, César Bruto y otros) están tomados del artículo de Marcelo Luna "Perón en caricaturas" [Ver detalle]
 
 







 

¿ Dónde estará Tamborini?

 
Me referiré al libro de Louise M. Doyon Perón y los trabajadores ( los orígenes del sindicalismo peronista, 1943-1955 ), editado por Siglo XXI en el 2006 para la colección de Juan Carlos Torre, uno de los especialistas más importantes de la historia del movimiento obrero argentino. Es una tesis de doctorado defendida en la Universidad de Toronto en 1978 bajo la supervisión de José Nun. Se basa en las investigaciones que la autora realizó en nuestro país entre 1973 y 1976. Sus fuentes de consulta son documentales complementadas por entrevistas personales. 

   La investigadora critica la versión tradicional de la historiografía liberal que enmarca el peronismo como una variante del fascismo o del populismo. Según esta perspectiva, el fenómeno peronista puede explicarse con una batería de nociones que lo describe como resultado de la manipulación de masas. Para ella, desde 1945, la clase trabajadora, gracias a la política “inclusiva” del régimen, ha de formar parte ineludible de todos los acontecimientos políticos de nuestra historia moderna. 

   Su ensayo divide los doce años que estudia en dos épocas: la que va de 1946 a 1949, y la que se extiende desde esta fecha hasta el fin de la segunda presidencia de Perón. Llama la atención de su análisis riguroso y desprejuiciado, la rapidez de los acontecimientos, la fugacidad del cambio económico y la evaporación casi instantánea del clima eufórico de los primeros tres años de gobierno. El milagro peronista fue una ráfaga que nace en 1943 con la revolución de Junio, llega al gobierno tres años después, disfruta de su auge otros tres, y luego de esta etapa se vuelve agresivo, represor, disciplinario hasta su caída en 1955. 

   Se habla de peronismo de un modo singular, es parte de su poderío simbólico. Pero la historia desmenuza su leyenda y lo muestra como un fenómeno contrastado. No decimos diverso, paradójico, complejo, sino que se trata de algo diferente. Es difícil encontrar una imagen que ayude a abreviar el pensamiento. Supongamos una casa al borde de un acantilado en la que jamás se han abierto las ventanas. Un día uno de sus habitantes en un ataque de locura las abre todas y deja que entre la tempestad marina. El vendaval barre con todo, con el polvo acumulado, las telarañas de todos los rincones, desaparece el olor a sopa tibia y a orín concentrado, se lleva todo lo demás, hasta los muebles y varias personas. Queda un recuerdo: hay que abrir las ventanas y ventilar. Y un olvido, las consecuencias de haberlo hecho un día huracanado. 

   Perdone el lector esta metáfora, no trataré de buscar otra, pero cuando se trata del peronismo casi todos los argentinos no han hecho más que poetizar. La palabra mito, farsa o leyenda es pálida respecto de la insistencia con que personajes de todo tipo se ponen de pié y entonan la marcha. Tiene que ser una canadiense doctoranda la que nos cuente con las pruebas en la mano, la historia de aquellos doce años que pusieron la piedra fundamental de nuestro El Dorado, aquel país mágico 

   cuyo análisis ha sido siempre fraccionado. Doyon no hace una historia total, su talento reside en el modo en que ha seleccionado los acontecimientos para darnos una idea de ese proceso revolucionario. 

   Da la imagen repetida pero esta vez sin fabulario de que la mutación desencadenada por la labor de Perón, sus ideas y su práctica, produjeron una ruptura cultural que bien puede recibir el calificativo de revolucionaria. Lo que a ella le interesa de sobremanera es la transformación del escenario político y el cambio en las relaciones de fuerza en la lucha social. 

   El proceso de acumulación capitalista de los años treinta deprime el nivel de los salarios que desde 1938 sufren el deterioro de su poder adquisitivo hasta los primeros años de la década del cuarenta. Doyon habla del estancamiento de la participación de los asalariados en la “ distribución del progreso”. El recordado y enjundiado Plan de Reactivación Económica de Federido Pinedo que ha quedado grabado en los anales de cierta historiografía, fue una propuesta de cambio. Como alternativa al modelo agroexportador, propuso algo inédito para la época: un modelo industrial-exportador mediante el apuntalamiento de la manufactura y el estímulo de las industrias “naturales” ( aquellas que hicieran uso de materia prima nacional). Proponía el otorgamiento de créditos para actividades que pudieran competir en el mercado externo. Esta vuelta de tuerca respecto del modelo tradicional requería el mantenimiento del nivel de ingresos existentes en la población asalariada para así aumentar la competitividad industrial y asegurar un creciente saldo exportable. 

   Doyon habla de este plan como el de una pieza complementaria del pacto Roca- Runciman que acotaba el mercado externo argentino a las compras de Gran Bretaña que de este modo se convertía en proveedor exclusivo de la importación de sus manufacturas. Aquel vilipendiado pacto había sido una maniobra para no perder mercado ante la preferencia que estaba dando el Imperio al Commonwealth, especialmente a los granos y carnes de Canadá y Australia. 

   De este modo Pinedo pretendía hallar una salida para crear industrias competitivas en nuestro país que le permitieran un resquicio frente a la pinza import-export ideada por la generación del ochenta que parecía agotar sus beneficios de época. 

   Aquel Plan fue rechazado por la UCR que adoptó uina posición anti-industrialista. Alvear ordenó bloquear la iniciativa en la Cámara de Diputados, haciendo el cálculo de su clientela electoral compuesta por las clases medias profesionales y administrativas, y los sectores rurales menos beneficiados por la asistencia del Estado. Los socialistas defendieron un programa centrado en la protección de los consumidores urbanos y se mantenían ajenos a los problemas sociales generados por la marcha del proceso de industrialización. 

   De este modo un proceso de industrialización “liberal” con asistencia del Estado, como proyecto de un nuevo anclaje en el mundo, fue derrotado por las mismas fuerzas liberales. 

   Respecto de lo institucional se seguía con la prédica del Golpe de 1930 que dividía el poder político en un vicio y una virtud, según la ejerciera un “ gobierno popular” o un “ gobierno responsable”. Las fuerzas de la vieja Concordancia que agrupaba al partido Demócrata Nacional, a los radicales antipersonalistas y a los socialistas independientes, no iban a permitir el retorno de la “ tiranía democrática”. Preferían la proscripción y el fraude. 

   Para Doyon la obra más duradera de la revolución de Junio de 1943 fue la creación del espacio político necesario para la emergencia del sindicalismo como un nuevo e importante actor político. Fue, además, una señal premonitoria del debilitamiento definitivo de la burguesía terrateniente como factor dominante de poder. Sin embargo, los efectos y los motivos no corren por el mismo camino. El ejército tenía otras inquietudes que las gremiales para ocupar el centro de la escena nacional. La insatisfacción en sus filas era causada por el rearme norteamericano de Brasil que ponía en peligro la ventaja estratégica que la Argentina tenía sobre su rival histórico. Los que realizaron el Golpe se dividían en dos grupos: los seguidores del general Arturo Rawson, quien simpatizaba con la causa de los aliados, y el GOU ( Grupo de Oficiales Unidos), uan logia secreta fundada en 1943 por el coronel Juan Perón. Era un pequeño grupo de sentimientos “neutrales” o más bien favorables al Eje, que pretendía rectificar en el más breve plazo posible el desequilibrio de poder en favor de Brasil mediante la asistencia militar de Alemania. 

   El debate sobre la posición frente a la contienda mundial, tenía un carril económico y otro ideológico. La neutralidad permitía que los embarques hacia Gran Bretaña no fueran atacados por los alemanes. Por el otro había un rechazo politico a sumarse a la causa de la democracia en su lucha contra el fascismo. Finalmente, la lucha de la preponderancia militar en el sur del continente y la idea de soberanía en estrecha articulación con una política de defensa, es la menos mencionada en los textos y bien subrayada por la autora. 

   El GOU era partidario del concepto de preparación “integral” de la nación que necesitaba un Estado que coordinara los recursos del país para fomentar la industrialización y la autarquía. Proporcionaría la infraestructura necesaria para la creación de una industria bélica que pudiera garantizar una auténtica soberanía. El concepto de Nación en armas, le daba el ideario romántico al proyecto. 

   En octubre de 1943 el ministro de Relaciones Exteriores, partidario de los aliados, es echado del gabinete por tener en su carpeta el propósito de pedir la asistencia militar norteamericana. Este gesto inicia el camino ideológico de los revolucionarios de junio que reimplantan la educación religiosa y ponen bajo tutela estatal a las universidades. Las directivas del Ministro del Interior son: 

   “hay que disciplinar a las masas de los ciudadanos (...) Hoy los partidos políticos no son importantes. Todos los habitantes deben orientarse ern la misma dirección, con la única excepción de quienes buscan perturbar las acciones de gobierno. Éstos serán tratados como enemigos de la patria (...) Comunistas y simpatizantes serán desterrados del país.” 

   La destitución del ministro de relaciones exteriores fue interpretado como un acto inamistoso de parte de los gobiernos de Gran Bretaña y los EE.UU quienes retiraron a sus representantes diplomáticos. Doyon señala que este hecho tuvo sus consecuencias en el comercio y la diplomacia de la posguerra. 

   Perón insiste en sus discursos desde 1944, en la secretaría de guerra, sobre las necesidades de la industrialización. En la inauguración de la Nueva Facultad de Estudios Militares de la Universidad de la Plata, dice: “ la teoría que mucho tiempo sostuvimos, que si algún día un peligro amenazaba a nuestra patria, encontraríamos en el mercado extranjero el material de guerra que necesitábamos, ha quedado demostrado como una utopía (...). La defensa nacional exige una poderosa industria propia y no cualquiera, sino una industria pesada ”. 

   Critica a los capitalistas argentinos, con quienes no se puede contar para un emprendimiento industrial de gran envergadura, ya que siempre han considerado a la industria como “una aventura decabellada y, aunque parezaca risible, no propia de buen señorío”. 

   Hacia fines de 1945, el presupuesto nacional reflejaría la participación sustancial del sector militar en el régimen. Las asignaciones para la defensa representaban el 50% del total de las erogaciones del Estado, contra un 22% en la época del presidente Castillo. Vale la pena adelantar que la decadencia económica de los próximos años harían que las fuerzas militares en el ocaso de la segunda presidencia, no tuvieran destinado más que el 10% de los gastos. 

   Ya en su función de secretario de Trabajo, su preocupación está centrada en la organización de las masas obreras, dice en agosto de 1944 ante la Cámara de Comercio de Buenos Aires: “ Las masas obreras que no han sido organizadas son, sin duda, las que pueden ser dirigidas y mejor conducidas en todos los órdenes. La falta de una política social bien determinada ha llevado a formar en nuestro país una masa amorfa”. 

   Por supuesto fácil de ser manejada y engañada por los comunistas. Agrega: “ ¿ Cuál es el problema que a la República Argentina debe preocuparle sobre todos los demás? . Un cataclismo social.” Para evitarlo Perón se inspira en un modelo platónico que combina espada, a veces la cruz, y la azada. Por eso le gustaba tanto al tomista Marechal. La “organicidad” es imprescindible. 

   Frente a esta idea el esquema pluralista que limita al Estado no parecía proponer nada que no terminara en una lucha paralizante y desgastadora. Además, la patronal, empleaba un lenguaje arcaico y reaccionario, lo apreciamos en el estilo del libelo publicado por los empresarios en 1945 – frente a la “ agitación subversiva” de la secretaría de Trabajo - en el Manifiesto de la Industria y el Comercio: “ Lejos de nuestro ánimo desconocer la existencia del problema social, inseparable de la naturaleza humana y sus necesidades, y, por ende, de carácter permanente y universal, cuya solución es fruto de una recta colaboración de partes, regida por la alta y serena intervención del Estado”. 

   Los sindicatos que aún trataban de mantener su independencia de criterio, por un lado, en boca de su dirigente Ángel Borlenghi afirmaban: “ no estamos conformes en que se hable en nuestro nombre, vamos a hablar por nosotros mismos”. Por el otro sabían que su principal enemigo era uno bien conocido: “Queremos sí, que el pueblo pronto pueda elegir a sus autoridades, pero no queremos el regreso de los vacunos, de los terratenientes, de los que han hecho un lema en tener vacas gordas y peones flacos en nuestro país”. 

   La interpretación y la información que recoge Louise M. Doyon sobre los sucesos del 17 de octubre de 1945, también son interesantes. No fueron los desclasados del interior del país los que liberaron a su líder, sino un grupo de sindicatos bien organizados que incluso se adelantaron a la proclama de huelga general de la CGT. Los migrantes recientes de la provincias no conformaban más que la tercera parte de la clase obrera de la provincia de Buenos Aires. Los agrupamientos gremiales que decidieron pasar a la acción de la huelga y la manifestación se dividían entre los afiliados a la Central Obrera y otros autónomos. Comienza para Doyon una dialéctica entre Perón y los gremios de mutua dependencia y también de acechanza recíproca. Para que la CGT se sometiera a la “verticalidad” fue necesaria un riguroso y cruel proceso de represión contra adversarios y muchos viejos aliados del proceso peronista. Pero jamás hubo claudicación de las masas obreras. Lo interesante del relato de Doyon son los datos minuciosos de la resistencia obrera contra la política laboral de Perón de 1949 en adelante. Nunca se vió que los obreros se sometieran mansamente a las políticas salariales y lucharon con tenacidad al ver que las conquistas de la década del cuarenta eran paulatinamente anuladas por el mismo régimen. 

   Pero antes de entrar en el momento de la crisis, cabe consignar algunas características de los discursos en los momentos del auge, del encumbramiento de Perón a la presidencia, que redituaría para la clase obrera un indiscutible progreso en sus condiciones materiales y un inédito protagonismo en la política del país. 

   La prosa del partido Socialista los días de la movilización popular de octubre del 45 se expresa así: 

   “En los bajos y entresijos de la sociedad hay acumuladas miseria, dolor, ignorancia, indigencia más mental que física, infelicidad y sufrimiento. Cuando un cataclismo social o un estímulo de la policía moviliza fuerzas latentes del resentimiento, cortan todas las contenciones morales, dan libertad a las potencias incontroladas, la parte del pueblo que vive en ese resentimiento, y acaso, para su resentimiento, se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta diarios, persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes....” 

   Mientras tanto Perón promulga el decreto de indemnización por despido, el cobro del aguinaldo, el reajuste salarial por costo de la vida. La UIA no paga el aguinaldo y la patronal decide el lock out de las empresas. Estamos en el 16 de enero de 1946, un mes antes de las elecciones presidenciales. Luego del triunfo, Perón procede a las nacionalizaciones. La más importante de todas es la de los ferrocarriles, a la que se agregó la del gas, los teléfonos, el de un Banco Central ya no digitado por un directorio que sólo respondiera a los intereses de las empresas extranjeras y a los del grupo agroganadero. Se ha discutido mucho sobre la nacionalización del ferrocarril mediante la condonación de la deuda que Gran Bretaña tenía con la Argentina. La estrategia geopolítica de Perón para la humanidad futura diagramaba un mundo en el que sobrevendría la tercera guerra mundial. En ésta visión que le sugería deshacerse de la libra por ser probable moneda espúrea, como en otras predicciones – la del sostenido aumento de los precios de las materias primas - cometió graves errores. Lo cierto es que, según Doyon, los ferrocarriles ya se encontraban en un estado lamentable, con falta de repuestos, atraso tecnológico y cero de inversión. A partir de la argentinización del transporte, el gremio de los ferroviarios que ya era uno de los más importantes, vería incrementado su peso político por la incorporación de numerosos agentes en los años venideros. 

   El primer Plan Quinquenal, 1946-1951, fue un proyecto de inclusión social, en coincidencia con el alza de precios por las exportaciones y la acumulación durante la guerra de las grandes reservas de divisas. Se multiplicaron los préstamos a la industria, el producto bruto industrial pasó del 24% al 54% del global entre 1944 y 1948, los términos del intercambio fueron favorables, a la vez que el volumen de las exportaciones caía un 30% por el crecimiento del consumo interno. 

   Ésto último no es de extrañar ya que los salarios tuvieron un aumento neto en cuatro años de un 60% y la participación de los asalariados en el ingreso total pasó del 37% al 47% en 1950. Sin embargo, este énfasis en la inversión pública en servicios sociales, en los subsidios a la industria alimenticia para que no aumentara los precios a pesar de los incrementos en los jornales, fue paralelo a un desinterés casi total en la expansión del capital fijo en la electricidad, los transportes y los combustibles. Los problemas del aprovisionamiento de la energía que determinarían la suspensión de turnos en las fábricas, mostraban la vulnerabilidad del país a los factores externos. 

   Sólo tres años duró el boom de ingresos de la clase trabajadora y la dinámica expansiva del mercado interno. Desde ese momento había que “vivir con lo nuestro”, con lo que quedaba todavía de las reservas de la guerra, que era prácticamente nada, mirando como caían los precios del agro una vez reconstituídas las economías europeas de la posguerra, sin tercera guerra mundial, con una soberanía fisurada, más aún en el tan cuidado terreno militar que ya no recibía inversiones, y con un crecimiento per cápita que aún promediando los mejores años del régimen, era inferior al que habían conseguido Venezuela y Brasil. 

   Desde ese momento la maquinita de fabricar billetes se pone en marcha, y se llega al 35% de inflación anual, una novedad en la economía argentina, punto de largada para un proceso irreversible de inflación e hiperinflación casi ininterrumpida hasta el plan de convertibilidad de 1991. 

   Desde el año 1948 Doyon analiza la represión selectiva de los paros laborales, la expulsión y el encarcelamiento de obreros y dirigentes gremiales. La afiliación sindical de los obreros había pasado de medio millón de trabajadores a casi dos millones. En 1954 el 42% de los trabajadores tenía pertenencia gremial. Una sindicalización sólo superada por los países nórdicos. 

   Los convenios colectivos de trabajo, innovación trascendental del peronismo, fueron suspendidos. Los salarios congelados por dos años. Los subsidios a las empresas alimenticias anulados. La ley de inversiones extranjeras derogada. Las comisiones internas de fábrica, vigiladas. Se concebió a las huelgas como crimen político. Esta política represiva fue in crescendo después del triunfo peronista en las elecciones de 1952. Las huelgas de los frigorìficos eran permanentes. En setiembre de 1949 se aceptó la demanda patronal y podía darse por perdido el 80% del convenio de 1946. En enero de 1951, la huelga ferroviaria es declarada ilegal, los trabajadores fueron movilizados por el ejército y cerca de dos mil trabajadores fueron detenidos y trescientos encarcelados antes de que finalizara el paro tres días después. 

   Al mismo tiempo se impuso una rigurosa censura a los medios masivos de comunicación para asegurarse de que los adversarios políticos no tuvieran acceso a amplios sectores del electorado. Se promulgó la innovadora ley de desacato, por la cual se convertía en delito penal la “falta de respeto” hacia los funcionarios oficiales. Una nueva ley de partidos políticos prohibía la formación de coaliciones electorales como la Unión Democrática. Por otra ley territorial que impedía presentarse a elecciones a partidos políticos que no tuvieran representatividad en toda la república, quedaban eliminados de la contienda electoral el partido Socialista, el Comunista, la Democracia Progresista. 

   Una intensa campaña educativa ungía a Perón en el pedestal de la patria junto a San Martín. El carnet partidario pasó a ser un requisito necesario, cuando no único, para progresar en el sector público. 

   La CGT se incorporó al gobierno, sus representantes habían ocupado ministerios y secretarías fundamentales del gabinete. Freire, del sindicato del vidrio, fue jefe de la secretaría de Trabajo; Ángel Borlenghi, del sindicato de empleados de comercio, ministro del Interior; Ramón Cerejo, asesor de varios sindicatos, ministro de Finanzas; Atilio Bramuglia, abogado de la Unión Ferroviaria, ministro de Relaciones Exteriores. 

   La CGT dejó de aspirar a ser un representante del movimiento obrero ante el gobierno, para comportarse más bien como el representante del gobierno ante el movimiento obrero. 

   Se llegaba así a mediados de la década del cincuenta con el fin de una coyuntura internacional que le había permitido a Perón conciliar la redistribución de la riqueza con el crecimiento económico. La cosechas de 1950 y 1952 habían fracasado. Se comía el recordado “pan negro” y había veda en las carnicerías. El aparato industrial era totalmente vulnerable a las peripecias del mercado externo. Después de un sobresaliente 29% de crecimiento del PBI entre 1945 y 1949, la producción agregada aumentaría un 16% en los siete años restantes. Doyon señala que no se intentó cambiar el rumbo de la política económica porque hubiera implicado un drástico viraje en los patrones de consumo. Tanto Perón como la oficialidad temían enfrentamientos sociales incontrolables. Se demostraba el carácter no sustentable del modelo de crecimiento de la economía urbana. Sin embargo, para la investigadora, el peronismo no pierde por eso lo que considera su originalidad: el ingreso de las clase trabajadoras a la escena política nacional. La organización vertical y custodiada de la Central Obrera, dejó no sólo un aparato burocrático sino la conciencia de su poder político y la capacidad movilizadora a partir de amplias redes sociales. Considerarlo un fenómeno populista, le parece insuficiente. Define al populismo como un proceso político incluyente y autoritario, y, a pesar de desconfiar de las tesis que explican el fenómeno como el resultado de la manipulación de una masa sometida a un líder carismático, afirma que en los fenómenos populistas latinoamericanos, las clases trabajadoras constituyen “una masa de maniobra” de la lucha entre las elites. 

   Hemos hecho una selección de los argumentos de Louise M. Doyon. Su interés por el tema no la ha enceguecido. Está afuera del maniqueísmo nacional que divide a peronistas y gorilas. Le es ajeno ese intercambio de injurias. Nos retrotrae a una época definitiva de nuestro país. De los menos de doscientos años de vida nacional, la tercera parte se han desarrollado bajo el peronismo. Se supone que aquellos doce años, de 1943 a 1955, no sellan la identidad de la vida de este movimiento. Luego adquirirá nuevas identidades, y hasta nuevas legitimidades. Con otros personajes. La resistencia, la guerra sindical, el terrorismo, serán sus nuevas etapas. Diez años de Menem, más los últimos cinco, también le pertenecen. Aquellos tres años de bonhomía, de prosperidad, de inclusión social, han rendido frutos más que simbólicos. Rebozan de realidad. 

   ¿Dónde estará Tamborini? Es una pregunta que me vuelve con cierta insistencia respecto de la vida y obra del candidato de la Unión Democrática. . ¿Quién fue? No hablo de Mosca, porque no importa y ahora es un grupo rockero. Pero Tamborini... 

   Recurro al escritor norteamericano Philip Roth, quien en La conjura contra América imagina un Charles Lindbergh filonazi presidente de los EE.UU en un mundo que tiene a Hitler de victorioso de la segunda guerra. Nosotros podemos imaginar que Arturo Rawson dominara al GOU y se acercara a los EE.UU en plena contienda. Por lo que Perón y su grupo que basaba el rearme en la ayuda alemana, desaparece de la historia política. Que Rawson llama a elecciones y gana Tamborini. Los sucesos de nuestra patria habrían sido totalmente otros. ¿Vacas gordas y peones flacos? ¿Pacatería cultural y racismo recoleto? 

De todos modos, Tamborini se fue, y la Mosca, también.